El fusible
El PSOE ha operado como el fusible que se ha quemado para evitar el riesgo de caer en la incertidumbre
Afirmar que sufrimos una fatiga del sistema del 78 es ya una obviedad. Lo sabemos al menos desde la ya lejana fecha de mayo del 2011. Se podrá decir que hubo alguna que otra redención catártica, como la abdicación de D. Juan Carlos, la aparición de nuevos partidos o la radical reconstrucción de nuestro espacio público. Mucho ha cambiado, qué duda cabe, pero los síntomas de fatiga persisten. Quizá porque no ha habido cambio alguno en la cima del sistema. Rajoy sigue ahí y lo seguirá estando por tiempo aún indefinido. Lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no acaba de nacer.
Por lo que su figura representa, hubiera bastado que el Presidente se echara a un lado para que todo se revitalizara de forma casi milagrosa. Seguramente nos hubiéramos ahorrado las segundas elecciones y el sistema se habría reseteado abriendo las puertas a un nuevo espíritu cívico, a ese aire fresco que tanto ansiamos después del desaliento provocado por la sucesión de los casos de corrupción y la incapacidad de abordar de frente la mayoría de nuestros principales problemas. Era el fusible que tenía que haber saltado para permitir la renovación del sistema del 78 sin caer en el aventurismo, pero alejado también del tenaz inmovilismo de quien nos gobierna.
Visto lo visto, esa función de inmolarse por los intereses generales no le ha correspondido a Rajoy, sino al PSOE. El partido que tanto presume de estar al servicio de España, el PP, ha asistido impertérrito a una deriva que amenazaba con conducirnos a las terceras elecciones y, con ello, al deterioro definitivo del orden político de la Transición. Se dirá que en la decisión del PSOE también han podido influir intereses partidistas, el vértigo a perder pie, al sorpasso de Podemos, o a luchas de poder interno. Seguro que todo ello ha tenido una influencia en ese vertiginoso cambio desde el “no es no” a Rajoy a la abstención constructiva. Pero el hecho objetivo es que el PSOE ha operado como el fusible que se ha quemado para evitar el riesgo de caer en la incertidumbre derivada de unas nuevas elecciones y en la propia crisis del sistema.
Lo curioso es que no ha sabido venderlo y el fin sólo lo ha conseguido a medias. Se habrá facilitado la gobernabilidad, pero el sistema del 78 se ha renovado de forma bastarda: del bipartidismo a un multipartidismo con partido hegemónico (PP). Y el PSOE ha acabado somatizando la enfermedad; la enfermedad del sistema ha hecho metástasis en el partido. Irónicamente, aquél que más había hecho por la consolidación democrática se enfrenta ahora, fraccionado, a la recuperación de su cohesión y recomposición interna. Una labor de titanes que pasa por no errar el paso; el primero de todos, dar con el discurso y liderazgo idóneos.
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