Un mal despertar
Soñábamos con políticos que asumieran responsabilidades, con predisposición a pactar
Desde hace ya más de dos años en nuestro país no se hablaba de otra cosa que de la “nueva política”, de la necesidad de “resetear” el sistema, de los flamantes nuevos actores políticos, de los casi imparables impulsos de la regeneración ética e institucional. Vibrábamos al son de una curiosa mezcla de indignación, ilusión y esperanza por acceder a otra política, a otras formas de convivencia, a entrar al fin en una democracia de mayor calidad, más próxima al ciudadano y libre de toda esa herrumbre tóxica a la que estaba adherida.
Cuando despertamos, Rajoy seguía allí.
Sí, cada vez está más claro que soñábamos. No ha sido un despertar violento. Vino precedido por la duermevela de dos procesos electorales insulsos, por la gota malaya de la inevitable ristra de escándalos, los postureos partidistas, el narcisismo de unos y el cinismo de otros. Una vez más las promesas de la democracia se han quedado en eso, en sueños rotos estrellados frente a la rocosa realidad de una política sin alma. Una política sin ideales que ha ahogado ya la palabrería emotiva de algunos y los audaces ofrecimientos electorales de otros; una política defensiva y calculadora, más proclive a causar indiferencia y hartazgo que a provocar el compromiso ciudadano.
La política de nuestros días ha encontrado su ideal en la máxima hobbesiana de evitar el mal mayor. Que no gane Trump, que no venza el Brexit, que no progrese la extrema derecha xenófoba, que no se disuelva la UE... O, entre nosotros, que no gane este o el otro, que no nos multe Europa, que haya Gobierno (aunque sea de Rajoy). Y si deseamos que haya Gobierno es porque necesitamos “administración”, gestión de los asuntos corrientes, acoplarnos a los compromisos europeos y hacer frente a los imperativos sistémicos provocados por el inhóspito mundo global.
Una política reducida a la mera administración de fenómenos de los que vamos a remolque es, como pueden imaginar, muy poco épico, poco sexi, como dijeron los de Podemos cuando les llegó su particular despertar.
Pero el sueño de la mayoría de nosotros era mucho más pudoroso. Políticos que asumen responsabilidades políticas —ahí sigue el ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz—, predisposición a pactar con generosidad y con vistas al interés general y no por puro tacticismo partidista, transparencia en vez de componendas a oscuras —como en las negociaciones de la Mesa del Congreso—, decencia y regeneración institucional. Además del atrevimiento para coger por los cuernos problemas como el de Cataluña y la brecha social y protagonizar un activismo constructivo en Europa.
Creíamos que lo teníamos al alcance de la mano, no era un sueño. Ahora, después de este mal despertar, toca replegarse a los cuarteles de invierno y esperar otra ocasión. Todo antes de entregarse a este malmenorismo rampante.
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