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Relato mudo de una guerra sorda

Fatten al-Ali, una mujer siria sordomuda, y sus dos hijos de 4 y 7 años, también sordomudos, llegan a Melilla pidiendo asilo por señas tras cruzar el desierto desde Mali

Patricia Ortega Dolz
Fatten al-Ali, refugiada siria sordomuda, en el Centro Temporal de Inmigrantes de Melilla.
Fatten al-Ali, refugiada siria sordomuda, en el Centro Temporal de Inmigrantes de Melilla.Antonio Ruiz (EL PAÍS)

La mujer, con un pañuelo granate que sólo deja ver el oscuro nacimiento de su pelo y unas espesas cejas que le enmarcan los ojos, cuenta —y mueve un brazo de arriba abajo— que veía caer luces por la noche, “bolas de fuego”, concreta y traduce en árabe quien asegura ser su prima (y cuñada), sentada a su lado. La mujer, con mirada de horror y con el dedo índice cruzando su cuello de un lado a otro, dice que por el día encontraban cuerpos de personas desmembradas desperdigados. Asegura, sacudiendo las manos y señalando el color negro, que a lo lejos se divisaban largas columnas de humo y que a veces el cielo se volvía de color blanco por la noche.

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Es solo una parte del aterrador relato prestado —ante un intérprete oficial, un policía y un abogado— en la oficina de asilo de la frontera de Melilla por una ciudadana siria llamada Fatten al-Ali, sordomuda de nacimiento, como sus dos hijos de 4 y 7 años que la acompañan.

Su expresión está basada en señas propias. Agita las manos. Levanta o baja los brazos. Señala colores: negro humo, blanco cielo, rojo sangre, sol fuego... Al final de este particular lenguaje de signos hay un gesto definitivo, un movimiento hacia adelante de sus manos, que marca la huida. Hace menos de un mes que Fatten al-Ali abandonó su casa en la periferia de Homs, “ya temía por mis hijos”, entienden los presentes cuando hace el ademán de proteger a sus niños, que se acurrucan sobre un banco. El lenguaje del miedo es universal.

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Bamako, la capital de Malí, es otro punto de reagrupamiento de sirios. Desde allí suben en autobuses hasta Gao, en el norte del país, donde contactan con los pasadores que les ayudan a seguir su ruta a través del desierto. Perdidos en medio del conflicto que desangra a esta región en la que distintos grupos armados, yihadistas y rebeldes, controlan desde hace años el tráfico de drogas, armas y personas, las familias sirias permanecen medio ocultas en casas de ciudades fronterizas como In Khalil a la espera de su oportunidad. Burlar la vigilancia argelina no es fácil y cuesta dinero. Y los sirios que lo tienen están dispuestos a pagarlo.

Es una ruta conocida, la misma que usan los inmigrantes de África occidental para tratar de llegar a Europa ya sea a través de Argelia o de Libia. Sin embargo, en los últimos años los sirios se han sumado a este flujo constante hacia el norte. No son muchos, varios miles, pero su presencia no pasa inadvertida.

Las primeras noticias de esta insólita ruta comenzaron a llegar en noviembre de 2015 cuando lanzaron la alarma ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que advirtió de que los refugiados sirios podrían morir de hambre y sed en el Sáhara. "Les estamos informando de la situación a lo largo de la región y asegurándonos de que saben los peligros que hay", informó el representante de ACNUR en Mauritania, Sebastien Laroze.

Un mes después, en diciembre, el Gobierno mauritano abrió su primer campamento en Nuakchot para acoger a los refugiados, debido a que muchos aterrizaban en el país sin recursos y tenían problemas de alojamiento.

Aunque partieron acompañados de su marido y de su hijo mayor (10 años), ambos capaces de oír y de hablar, ella llegó sola —con esos dos niños mudos y su prima-cuñada-intérprete— a la frontera de Beni-Enzar el pasado 4 de mayo.

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Atrás quedaron miles de kilómetros, un desierto entero atravesado en camioneta y el padre y el mayor de sus vástagos. “Están esperando a reunir otros 500 euros para pasar desde Marruecos”, vuelve a traducir sus gestos la cuñada ante los presentes. “De siempre ha habido muchos sordomudos en la familia”, les explica, quien parece capaz de descodificar un lenguaje nacido de costumbres ancestrales, transmitidas de padres a hijos en una pequeña aldea de Homs, un submundo lejano en el que caen bombas, corren, gritan y mueren personas, sin emitir sonido alguno, como en el Guernica de Picasso. Un relato mudo de una guerra sorda.

De aquel lugar provienen esta mujer, sin voz desde que nació hace 30 años, y sus dos hijos. No conoce más lenguaje de signos que el su propio, lo que convierte en inútil la idea inicial del intérprete de hacer llamar a un traductor de lenguas de signos, que —por otra parte— son distintas en cada país. Fatten al-Ali sabe hacerse entender pero es completamente analfabeta. Y tras 45 minutos de entrevista, el instructor deja constancia de la diligencia, que en el punto tercero recoge: “Que se carece de medios para la tramitación de la solicitud de asilo porque la cuñada y prima de la solicitante no sabe preguntarle datos personales ni las circunstancias más personales de las cuales solo conoce el marido, que se encuentra en estos momentos en Marruecos y el instructor dispone que se dé por finalizada la entrevista”.

Fatten al-Ali fue conducida junto con sus dos pequeños y su cuñada hasta el Centro Temporal de Inmigrantes (CETI) de la ciudad autónoma, donde permanecen hoy, ya reunidos desde hace unos días con su marido y su hijo mayor, que lograron cruzar la frontera y pedir asilo a principios de esta semana.

Con la familia reunida, tras un periplo que les llevó de Homs a Damasco, donde tomaron un vuelo al Líbano y allí otro a Turquía y luego otro a Malí y después una camioneta para cruzar el desierto de Mauritania y entrar en Argelia y a continuación Marruecos y finalmente Melilla, ahora todos esperan a tramitar su solicitud de asilo.

Según el abogado melillense Antonio Zapata, especialista en inmigración, “lo lógico y normal es que les concedan el asilo a todos por su condición de refugiados pero, en este caso además, se suman las razones humanitarias, debido a la incapacidad de tres de los cinco miembros de la familia”.

Mientras esos trámites se desarrollan, ayer Fatten al-Ali, visiblemente contenta, se dejaba fotografiar, acompañada de su esposo, a las puertas del CETI. Y de nuevo, un gesto universal hablaba por ella: el puño cerrado con el pulgar hacia arriba.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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