Un ‘quijote’ en el legado de Cervantes
Un anciano y una empresa, vecinos de una zona vinculada al autor, llevan años de litigios
En plena conmemoración de los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, la Venta de la Inés, uno de los lugares en los que se alojó el autor y escenario de pasajes de sus obras Rinconete y Cortadillo y El Quijote, es el marco de rencillas entre un anciano y una empresa que han derivado en años de litigios. El último, aún no resuelto, ha dejado sin agua potable a los moradores de la histórica casa: Felipe Ferreiro, de 86 años, y su hija Carmen, discapacitada de 58 años.
Ferreiro conserva una vitalidad envidiable, cocina en la hoguera e invita a migas a quien se acerca por la zona, recuerda nombres, apellidos y fechas de todas las personas que han marcado su larga vida y sonríe cuando muestra orgulloso cada rincón de su humilde casa, consciente de que habita en un lugar histórico de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), reconocido como Bien de Interés Cultural.
Vive en “los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía”, según arranca Cervantes en Rinconete y Cortadillo. Allí, los dos personajes se cruzan, según el texto literario, con “una tropa de caminantes a caballo, que iban a sestear a la venta del Alcalde”. Esta casa, denominada De la Inés a finales del siglo XVIII y donde han vivido cinco generaciones de la familia de Felipe Ferreiro, aún conserva el desgastado suelo de barro cocido, el pasillo empedrado que facilitaba el paso de caballerías al corral y los establos así como la buhardilla. En cada rincón se acumulan decenas de objetos que han sido testigos de la historia de la casa.
En su entorno, un enorme valle que la vista no puede abarcar a los pies de Sierra Morena, la Fuente del Alcornoque, donde Cervantes sitúa el entierro de Grisóstomo en El Quijote, y la Cueva de la Venta de la Inés, con pinturas rupestres.
El conflicto comienza en 1986, cuando la sociedad Patrimonios y Negocios compra cientos de hectáreas de la finca La Cotofía, que rodea el entorno. La restricción del paso por los caminos genera el rechazo de asociaciones de la zona, pero los nuevos dueños ganan en los tribunales, que reconocen la propiedad privada de los accesos a la cueva y estos quedan restringidos a dos sábados cada mes durante cuatro horas y previa cita. “Los visitantes no tienen tiempo. Cuando llegan se tienen que volver”, lamenta Ferreiro.
También recurre la empresa la declaración de Bien de Interés Cultural por la zona que se ve afectada, pero en esta ocasión, el juez no le da la razón.
Las asociaciones vecinales y ecologistas adoptan a Felipe Ferreiro como emblema quijotesco de su lucha contra la empresa y comienzan los cruces de denuncias. Hasta que se registra un fuego intencionado en el monte de La Cotofía y las ya tensas relaciones se convierten en confrontación.
El último episodio, aún sin resolver, es la destrucción de la canalización de agua de la que se abastecía Ferreiro, que ahora bebe de botellas que le acercan familiares y voluntarios de la zona.
Antonio Ovejo, abogado de Patrimonios y Negocios, afirma que en la actitud de la empresa no hay ánimo de mantener el enfrentamiento. Asegura que nunca han pretendido comprar la propiedad de la casa y que el hecho de que tengan registrada la marca Venta de la Inés no responde a ningún interés comercial sino a proteger una denominación recogida en las escrituras. También afirma que respeta la decisión de los tribunales sobre la concesión del agua a Ferreiro, pero insta a la familia a tramitar los permisos para recuperar el caudal y litigar para restablecer la canalización. La llave la tiene ahora la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG).
Ferreiro teme que, si deja de luchar, la propiedad terminará abandonada. “En el momento que fracase, será la ruina”, afirma. Quiere morir en su casa y se niega a dejarla, pese a que su vida sería más fácil. “Mi abuelo murió de pena al séptimo día de marcharse”, argumenta. “Que la venta no sea nunca vendida”, recuerda que le pidió su padre. “Cumpliré hasta morir”, afirma.
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