Cervantes más allá del ‘Quijote’
Con la vejez, el autor desemboca en la vida impensada de una ficción que habla fuera de su tiempo y prefigura el nuestro
Sin el Quijote Cervantes no sería el mito vivo, de carne y hueso, que sigue intrigando a la imaginación. Pero sin su vida de soldado y dramaturgo el Quijote tampoco existiría. Su efusividad andante y locuaz traduce sin complejos y en forma libérrima una biografía de autor y de lector, de superviviente de guerra y de cautiverio, y hasta de empleado real en favor de la expansión del Imperio y su lucha contra el infiel. Pero además de tener todo eso, ese libro lleva algo que es intangible y no hay manera de nombrar porque pertenece a la intuición de un invento experimental: un sabotaje cómico de las normas inamovibles, las leyes incontestables o los principios intocables.
Con la vejez Cervantes desemboca en la vida impensada de una ficción que habla fuera de su tiempo y prefigura el nuestro mientras amasa y mezcla, renueva y retuerce las formas de la literatura seria y jocosa. Pero lo hace después de haberlas interiorizado y renovado por su cuenta: su Numancia temprana es una provocación y un alegato y su libro de pastores disfrazados La Galatea es un producto renovador mellado de autobiografía y confidencias cortesanas; su teatro sobre Argel es combativo y propagandístico pero también emocionante, además de ligado a la moda, mientras los gags trepidantes de los entremeses se le escapan solos de las manos; sus relatos son desde muy temprano imitaciones de novelas amenas y aventureras italianas, pero son también imitaciones de la novela más alta de su tiempo, las novelas de aventuras bendecidas por la fe y la castidad y un final feliz por ley divina, hasta que se inventa unas cuantas que casi nada deben a nadie en su centro: el Coloquio de los perros habla de todo desde la incertidumbre suspendida e intrigante de dos perros incontinentes, La Gitanilla jalea la vida liberada de los códigos comunes (y atada a otros más exaltantes), mientras Rinconete y Cortadillo rastrea como un sabueso en los ambientes duros de la Sevilla del fin de siglo para recrear sus lealtades secretas, sus vilezas menores, su crudeza de submundo y hampa.
El libro nace sin casco, sin armadura, sin blindaje: a cuerpo limpio. Y ya, y ahí, empieza todo para la novela moderna
Otras dos antítesis rematan la pura intriga que es Cervantes: el festín de burlas sobre otros poetas que es el Viaje del Parnaso convive con la novela más seria y elevada que nunca escribirá Cervantes según Cervantes, el Persiles, también experimental y renovadora (y por eso tuvo tanto éxito como las novelas breves o como el Quijote). Y sin embargo, el Cervantes que descubre el lector desde el prólogo a la primera parte del Quijote de 1605 ni es ese ni se le parece en nada: ese Cervantes habla desde una bonhomía fingidamente desamparada, como si sólo el arrepentimiento irónico pudiese prologar un libro disparatado y lleno de chistes, destinado a ser carne de risa y desvestido de cualquier atisbo de solemnidad. Incluso más: Cervantes escribe el prólogo poco menos que para decir que va a dejar sin publicar el libro porque ni lo protegen autoridades respetables, ni cita libros valiosos ni ha pedido poemas a otros autores que custodien la salida del hidalgo loco. El libro nace sin casco, sin armadura, sin blindaje: a cuerpo limpio.
Y ya, y ahí, empieza todo para la novela moderna.
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