Manual de instrucciones para después de un golpe de Estado
“Tuvimos la inmensa suerte de que el golpe del 23F se improvisó; les entró la prisa y cometieron todos los errores posibles”, recuerda ahora Alberto Oliart, el ministro de Defensa que llegó tras la intentona
Cuando Alberto Oliart aceptó ser ministro de Defensa, el sonido de los sables tenía el volumen muy alto. Cuando tomó posesión del cargo, un 26 de febrero de 1981, habían pasado tres días de un golpe de Estado y había podido escuchar los disparos en el hemiciclo. Lo que menos se imaginaba es que, además, sería un ministro nómada, sin despacho fijo.
Oliart trabajaba por la mañana en el palacio de Buenavista, sede del Cuartel General del Ejército, por la tarde en el antiguo Ministerio del Aire (al que llamaban el monasterio del Aire) y, finalmente, a última hora, despachaba en un chalé del CESID, el servicio de inteligencia, el lugar donde podía sentirse a salvo de escuchas. Su obligación era gobernar sobre un ejército de generales que habían hecho la guerra al lado de Franco y, callada u ostentosamente, simpatizaban con los golpistas. Generales que solo parecían dispuestos a recibir órdenes del Rey. Reformar ese ejército sin correr el riesgo de un nuevo zarpazo era un reto imposible de cumplir en el breve plazo.
Había sido ministro de Industria, y ministro de Sanidad, con los gobiernos de Adolfo Suárez. Con el paso de las décadas haría muchas otras cosas y hasta llegaría a ser presidente de RTVE en 2009, con 81 años. Pero entonces, con 53 años y reciente un golpe de Estado, desplegaba el currículo del buen gestor, la apariencia de un tecnócrata, aunque fuera un hombre apegado a la literatura, poeta en horas libres. También años después escribiría un libro de memorias (Contra el olvido), que mereció el premio Comillas por su calidad literaria (1997), en aquella obra relataba recuerdos de adolescencia y juventud, que compartió en un entorno de jóvenes cultos e inquietos, aprendices de intelectuales. Aquel libro no tocó su experiencia política.
Oliart: "Armada lo que no sabía, se lo inventaba".
A sus 86 años, Oliart escribe actualmente una segunda obra (“en estos momentos soy ministro de Industria”, dice), así que no le queda mucho trazado para llegar a un momento crucial de su biografía política, aquellos 20 meses al frente de Defensa, sobre los que tiene cosas que contar. Su memoria está reservada para su obra: “Tuvimos la inmensa suerte de que el golpe del 23F se improvisó; les entró la prisa y cometieron todos los errores posibles”. De aquel Elefante Blanco sobre el que tantos años después se ha fabulado, Oliart tiene su particular conclusión: “Fue una invención de Armada. Armada todo lo que no sabía, se lo inventaba”.
Oliart descansa en su casa de Galicia frente a una ría, y escribe lo que tiene pendiente de contar. Un día de estos empezará a escribir sobre aquellos días en que fue ministro de Defensa y tenía ante sí una exigente hoja de ruta: llevar a cabo el juicio a los golpistas y que este terminara con la condena de los principales responsables, iniciar algunas reformas administrativas y meter a España en la OTAN. Se trataba de dejar atrás un ejército de pequeños caudillos y dar el paso a militares profesionales. Y, por supuesto, tenía que controlar a los golpistas.
Pero sucedió que aquel Gobierno de Calvo Sotelo asumió que tenía los días contados, que no gobernaría mucho tiempo, que tendría que dar paso a quienes iban a venir, que no eran otros que esos jóvenes socialistas que lideraba Felipe González. “Tuve que hundirme con el barco”, dice Oliart. “Era una época en la que se inventaban golpes de Estado casi todos los días”. Y a ellos, a los socialistas, les correspondería acabar con las bravatas golpistas.
Oliart recibió el mandato de trasladar información sensible a Felipe González
La información sobre los golpistas era confusa y desmedida. Su primera decisión fue darle una vuelta al servicio de inteligencia y contar con información fiable, para lo cual nombró al frente del CESID al teniente coronel Alonso Manglano: el objetivo era investigar en los cuarteles. Luego, se rodeó de un reducido gabinete de confianza, con otro teniente coronel en sus filas, Jesús del Olmo, un experto jurídico. Ese gabinete diseñaría los decretos necesarios para ir jubilando a los generales.
Fue aquel un Gobierno que duró 20 meses. Oliart recibiría tiempo después un mandato muy especial: trasladar información sensible a Felipe González y al colaborador que él designase. Aquella fue una transición en medio de la Transición, un traspaso de poderes antes de unas elecciones, un suceso insólito, nunca después repetido.
Se celebró una primera reunión en el domicilio de Oliart (“un chalé que estaba en un barrio residencial, era una casa cómoda, ni rica ni modesta”, recuerda Narcís Serra, que por entonces era el alcalde socialista de Barcelona). Sin papeles, ni documentos, al menos es lo que confiesan los testigos de aquellas citas. Pasado el verano del 82, las reuniones se nutrieron con nuevos actores, Narcís Serra, Jesús del Olmo y Emilio Alonso Manglano. Para entonces, Serra ya había aceptado ser el futuro ministro de Defensa del primer Gobierno socialista después de la Guerra Civil.
Los socialistas tenían su Gobierno en la sombra, una estructura logística hecha a imagen y semejanza del partido laborista británico. Y, dentro de esa estructura, su propia información sobre el entorno militar. Pero Narcís Serra era un actor inesperado, no era el candidato en quien se había pensado; durante tiempo se especuló con Enrique Mújica, pero sus reuniones con el general Alfonso Armada le habían dejado en entredicho; se llegó a hablar de Luis Solana y de Miguel Boyer para el cargo. Finalmente, el elegido era Serra, un alcalde, nada menos que el alcalde de Barcelona.
Narcís Serra: “Aquellas conversaciones me sirvieron para saber cómo estaba el ejército"
La información que manejaban los socialistas procedía de ramificaciones que llegaban hasta militares de la clandestina UMD(Unión Militar Democrática). Esa información se trasladaba a Mújica (presidente de la Comisión de Defensa en el Congreso), o a Luis Solana (portavoz de Defensa); en algunas ocasiones a Julio Busquets, un comandante que había dejado el ejército para presentarse a las primeras elecciones democráticas por el PSOE.
Otro militar, Carlos San Juan, tenía la misión dentro del partido de ocuparse de los asuntos de Interior. “No era una organización muy colegiada. Yo tenía datos sobre militares y sobre policías. La militar se la trasladaba a Julio Busquets. A veces éste me preguntaba ¿Se lo has contado a Felipe? Yo debía entrevistarme con Juan José Rosón, que era el ministro del Interior. Con Rosón solo hablaba de cuestiones relacionadas con ETA y sus planes para terminar con ETA político militar y “acabar con aquella insana competencia”, como decía Rosón. Le gustaba muy poco tener que dar cuentas, era una situación excepcional porque sabía que ganaríamos las elecciones”. Había tres tipos de conversaciones secretas, según San Juan, una en el área de Interior, otra en Defensa y una tercera en Economía, “que no sabía si llevaba Boyer o Solchaga”. San Juan terminó su cometido y presentó centenares de fichas sobre policías y comisarios, departamento por departamento. “Era información que la policía daba de sí misma, sobre todo cómo pensaban comisarios y subcomisarios y también algunos militares”. San Juan le entregó sus fichas a Barrionuevo, el elegido finalmente para ser ministro del Interior. “Lo puse a su disposición, pero no me hizo demasiado caso”.
Narcís Serra también recibió los informes internos del partido. “Cabía en una caja”, recuerda. No era muy cuantiosa ni muy interesante, a su juicio, como tampoco la que se encontró en la caja fuerte de Defensa, después de que Oliart le diera la llave: “sobre todo eran papeles y documentos relacionados con el juicio del 23F”.
Después de aquel verano de 1982, Narcís Serra visita la casa de Alberto Oliart en Madrid en varias ocasiones. Allí se entrevista también con Jesús del Olmo. Recibe información verbal. De Serra siempre se ha dicho que su candidatura se fraguó durante la organización del desfile de las Fuerzas Armadas, celebrado en Barcelona el 31 de mayo de 1981. Fue un gran desfile. Su experiencia durante el golpe del 23F fue muy limitada. “Recibí la llamada de Francisco Laína, que presidía el consejo de subsecretarios (el gobierno de facto en aquellas 17 horas y media que duró el golpe), quien le pidió que enviara un coche patrulla de la policía local a cada cuartel militar para que informaran de cada movimiento. “Y no hubo movimientos”.
Una brigada de la Acorazada fue trasladada a Badajoz y esa decisión molestó a los portugueses
Unos días antes de aquel desfile vivió otra experiencia muy curiosa, el asalto a la sede del Banco Central en Barcelona, un episodio rocambolesco que en algún momento se confundió con una intentona golpista. Allí tuvo trato con los mandos de la policía (general Saez de Santamaría) y la guardia civil (general Aramburu Topete). “Cuando Felipe González me consulta por primera vez, yo no quería dejar de ser alcalde. Mi gran objetivo era la candidatura de Barcelona para los Juegos del 92”.
Aquellas conversaciones en casa de Oliart se celebran en un entorno de psicosis de golpe. De hecho, semanas antes de las elecciones se había desarrollado la operación Cervantes, que desarticuló la organización de un golpe sangriento para el 27 de octubre de 1982. “Aquello fue un golpe elaborado con la preparación propia de un estado mayor”, recuerda Jesús del Olmo.
Las entrevistas secretas con Oliart, Del Olmo y Manglano fueron muy útiles para Serra: “Me sirvieron para saber cómo estaba el ejército y para ver que el enfoque de un partido no se podía llevar a cabo. O reformábamos o no conseguíamos nada. Persiguiendo individualidades no se resolvía el problema: había que reducir privilegios y hacer que el Gobierno mande. Esa son las conclusiones que saco”.
Serra se tomó su tiempo y mantuvo la columna vertebral del ministerio de Oliart. No era un hombre de decisiones rápidas, pero sí hizo una cosa: desmembrar la División Acorazada, la unidad más potente que tenía el ejército español, ubicada a las afueras de Madrid, con sus 13.000 efectivos, aquella unidad con la que especulaba todo golpista, la división que podía dominar los puntos vitales de la capital. Serra desplazó algunas de sus brigadas mecanizadas a otros lugares, “porque una cualidad que tenía esa división era la de que carecía de terrenos para hacer maniobras”. Una brigada fue desplazada a Zaragoza. Otra a Badajoz. Aquella de Badajoz originó un inesperado problema diplomático: “A los portugueses no les gustó nada ese movimiento”, recuerda Serra. “No entendían que hacía esa brigada cerca de su frontera”. Serra solucionó ese episodio en una discreta reunión en Bruselas.
El PSOE abandonó toda idea de salir de la OTAN. Como abandonó otras ideas preliminares. Los pequeños caudillos fueron desapareciendo de la escena. Y el golpismo perdió la voz.
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