Hilitos de plastilina, caldo de vaca loca y otros errores en gestión de crisis
Los políticos tienden a culpar al último eslabón y a minimizar los riesgos ante los grandes problemas
No es la primera vez que ante una crisis el Gobierno tiene que relegar al ministro del ramo tras un aluvión de críticas. Lo ha hecho Mariano Rajoy con Ana Mato en la crisis del ébola y ya lo hizo cuando él era número dos de José María Aznar y recibió el encargo de crear un comité especial por las vacas locas —Celia Villalobos, de Sanidad, y Miguel Arias Cañete, de Agricultura, se quedaron fuera—. La experiencia de los últimos años muestra que muy pocos políticos han sabido dominar el reflejo de esquivar responsabilidades y culpar al último eslabón de la cadena (la auxiliar de enfermería, el maquinista del Alvia, el patrón del Prestige...) y que la mayoría minimiza el problema, lo que casi siempre acaba agravándolo. Este es un repaso a los patrones de improvisación, frivolidad u opacidad que se repiten. Las lecciones no aprendidas.
La colza y el “bichito”. El 27 de abril de 1981, Jaime Vaquero, de ocho años, murió en Torrejón de Ardoz (Madrid). Fue la primera víctima del aceite de colza, es decir, de un envenenamiento masivo causado por la venta sin ningún control de aceite adulterado con anilinas para uso industrial. La mezcla causó la muerte de más de 600 personas y terribles secuelas a casi 25.000. El Gobierno, volcado en minimizar la crisis —“Es un bichito que si se cae de la mesa se mata”; “Estamos ante un problema importante, pero no grave”, decía el ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, de UCD—, tardó casi dos meses en averiguar el origen de la epidemia.
La falta de información del ministerio desató todo tipo de teorías: la enfermedad del legionario, neumonía atípica, tomates tratados con pesticidas y hasta experimentos con armas químicas en la base estadounidense de Torrejón de Ardoz —que la Embajada tuvo que desmentir—. Fue, finalmente, un pediatra de Madrid, Juan Manuel Tabuenca Oliver, quien ligó el aceite a la epidemia. Las autoridades sanitarias no le habían hecho mucho caso.
En el juicio, los abogados de los aceiteros utilizaron esas teorías para tratar de exculpar a sus clientes —desde los pesticidas hasta la guerra química—, pero finalmente 13 de ellos fueron condenados a penas de entre seis meses y 20 años de prisión en 1989. En 1995 se inició el denominado “juicio de los altos cargos” y en 1997, 16 años después, el Supremo condenó a dos funcionarios por imprudencia temeraria y al Estado a asumir las indemnizaciones a las víctimas. El pago se demoró, en algún caso, más de dos décadas.
Vacas locas: esa “cosita”. El 16 de octubre de 2000 el Gobierno de Aznar aseguró que España estaba a salvo de las vacas locas. Elvira, la primera res afectada, había sido sacrificada hacía mes y medio en Galicia, pero el Ejecutivo no lo confirmó hasta 98 días después, cuando ya había aparecido un segundo caso. Para entonces, la Unión Europea llevaba meses alertando del “alto riesgo” que corría España. El ministro de Agricultura, Arias Cañete, los llamó “irresponsables y alarmistas”.
La ministra de Sanidad, Celia Villalobos, se dirigió “a las amas de casa” para pedirles que no echaran “huesos de vaca” en el caldo, “aunque ya no se vendan”. Sí se vendían, porque no se habían prohibido. Cañete sugirió exportar al tercer mundo las harinas cárnicas que habían sido prohibidas por su relación con las vacas locas y Aznar minimizó la crisis calificándola de “cosita”. La Xunta arrojó a una mina a cielo abierto cientos de reses muertas. El entierro ilegal de vacas provocó la indignación de los vecinos y la contaminación de dos ríos. El Seprona presentó una denuncia por un delito contra los recursos naturales. “Nadie está obligado a hacer imposibles”, se justificó el presidente gallego, Manuel Fraga.
Más de tres meses y medio después de la muerte de la primera vaca loca en España y con ocho casos confirmados, el Gobierno creó un comité de crisis y puso a Rajoy al frente. Este prescindió de Villalobos y Cañete y nombró secretario del comité a Quintiliano Pérez, que dimitió solo 48 horas después al destaparse que tenía intereses en el sector porcino y era consejero de la empresa que arrojó cientos de vacas muertas a la mina abierta en A Coruña.
En abril de 2001, los países de la UE estaban en disposición de generalizar las pruebas de las vacas locas a las reses adultas. Todos salvo España, que durante cuatro años se había opuesto al plan europeo para endurecer los controles.
El ‘Prestige’ y los "hilitos de plastilina". Fue la mayor tragedia medioambiental de la historia de España, pese a la obstinación del Gobierno en minimizar las consecuencias del hundimiento de un petrolero con 77.000 toneladas de crudo frente a la costa gallega en noviembre de 2002. “Todo apunta a que el combustible se va a solidificar en el fondo del mar y no va a haber ningún vertido más” (Mariano Rajoy). “La rápida intervención de las autoridades alejando el barco ha permitido que no temamos una catástrofe ecológica” (Cañete). “Seguro que si me tiro aquí cojo un catarro, me mancho y aparto la marea. Todo se va a resolver” (Fraga); “No hay ningún peligro de que la marea alcance las rías bajas”; “Salen unos pequeños hilitos (...) con aspecto de plastilina”; Y finalmente: “Habremos tenido muchas equivocaciones, como es evidente. Pero se ha trabajado con la mayor intensidad” (Rajoy).
Aznar volvió a poner a su vicepresidente al frente de la crisis. El ministro de Defensa, Federico Trillo, propuso “bombardear” el barco y tardó tres semanas en enviar al Ejército a limpiar la costa, cuando cientos de marineros llevaban días hundiéndose en chapapote.
La gripe A. Ana Mato pide la dimisión de Chacón. En abril de 2009 la Organización Mundial de la Salud elevó a 5 (sobre 6) el nivel de alerta por pandemia de gripe A. En mayo, más de 500 militares de la academia de ingenieros del Ejército de Hoyo de Manzanares fueron recluidos por un brote, y nadie impidió que más de un centenar de alumnos de quinto y sexto de primaria visitara la academia. Ninguno se contagió. Ana Mato, entonces en la oposición, exigió la dimisión de la ministra de Defensa, Carme Chacón: “La política es la obligación de intentar impedir que la enfermedad se propague y ellos no lo han hecho. Me parece gravísimo”, dijo.
El accidente de tren y el error humano. La gestión de la tragedia del descarrilamiento del Alvia en Angrois (Santiago de Compostela) en julio de 2013 empezó con mal pie. El comunicado para transmitir el “más sentido pésame” de Rajoy a los familiares de las víctimas del accidente incluyó por error párrafos con las “más sinceras condolencias” a las víctimas del terremoto de Gansu (China).
La culpa del siniestro recayó enseguida en el maquinista, Francisco José Garzón, que tomó a 200 kilómetros una curva por la que debía ir a 80. Pero un año después fueron imputados 12 exdirectivos de Adif que, según el juez, debían haber previsto el error humano. Tras el terrible accidente, en el que murieron 79 personas, Fomento ha mejorado las señales y la supervisión del conductor para controlar el factor humano.
Ébola. Burlas y desinformación. La rueda de prensa para informar del contagio de ébola de Teresa Romero duró 21 minutos y Ana Mato apenas habló. Se descubrió después que Romero llevaba una semana con síntomas, que el teléfono al que debía llamar solo funcionaba de 8 a 15 horas, que la ambulancia que la llevó al hospital trasladó a otros siete pacientes... El consejero de Sanidad de Madrid acusó a la enfermera de mentir y se burló de su capacidad para ponerse el traje de protección, para lo que solo recibió un curso de 30 minutos, diez menos de lo que se tarda en quitárselo con sumo cuidado para no contaminarse. Su perro, Excálibur, ha sido sacrificado porque no hay instalaciones adecuadas para él. En Estados Unidos, las autoridades han salvado a la mascota de la infectada en Dallas.
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