Concha Carretero, luchadora antifranquista
Militante histórica de las Juventudes Socialistas, compartió celda con las Trece Rosas, ejecutadas en 1939
Estaba inconsciente por una paliza la noche que fusilaron en la tapia del cementerio de la Almudena (Madrid) a 13 de sus compañeras de celda que pasarían a la historia como las Trece Rosas. A ella, Concha Carretero, la habían llevado a esa misma tapia pocas horas antes, el 4 de agosto de 1939. La habían obligado a desnudarse y a colocarse de espaldas frente a una columna de hombres armados que se divirtieron un rato simulando que iban a fusilarla. Finalmente, la llevaron de nuevo a la abarrotada prisión de Ventas, donde 4.000 reclusas compartían un espacio para 400, y la apalearon. Cuando despertó le comunicaron la muerte de sus 13 amigas, ejecutadas por el bando franquista por “adhesión a la rebelión”. Carretero, militante como ellas de las Juventudes Socialistas Unificadas, logró salir viva de aquella cárcel en la que estuvo encerrada cuatro años, pero nunca las olvidó. Falleció el pasado 1 de enero, a los 95 años de edad.
Concha nació en Barcelona en el año 1918, pero se mudó con su familia a Madrid a los dos años. Siempre fue fiel a los homenajes anuales a las Trece Rosas en la tapia del cementerio madrileño. El último al que acudió fue el del pasado 5 de agosto. La veterana antifranquista solía intervenir y concluía su discurso al grito de “¡Por la tercera república!”, con el puño en alto. “He visto de todo en mi larga vida, mayoritariamente, injusticias”, declaró en uno de esos actos, en los que cada año echaba de menos a algún nuevo “camarada”.
Un baile al que se escapó cuando tenía 14 años marcó su vida para siempre. Allí conoció al que iba a ser su marido y la causa a la que iba a entregarse, por un precio muy alto, hasta el último día de su existencia. Todos sus hermanos cayeron presos. Su padre, anarquista, murió joven. Y cuando salió de la cárcel, Concha Carretero descubrió, con horror, que su madre había estado durmiendo frente a los soportales de la prisión.
Recordar aquel amago de fusilamiento y las penurias del tiempo en prisión no era plato de buen gusto para ella, pero Carretero estaba determinada a que su “lucha” no se olvidara, a que el nombre de sus amigas asesinadas, las Trece Rosas, no se borrara de la historia, como tampoco el de los 43 hombres que fueron fusilados ese mismo día. “Mis 43 claveles”, les decía. Por eso acudía frecuentemente a contar su vida en institutos a chavales de la ESO, y por eso se reunió también con el director de La voz dormida, Benito Zambrano, y el reparto de la película, a los que ayudó a entender cómo pasaban los días en un penal franquista.
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