Amigos, espías y datos masivos
Ignoramos qué es lo que buscan en realidad y para qué en concreto
Las apariencias lo son todo en política. Es una de las máximas de Maquiavelo, quien tanto insistió en la importancia de distinguir entre lo que se es y lo que se finge ser. Por eso es tan problemático este caso de espionaje que ahora está convulsionando a Europa, porque hemos roto con las apariencias. Todos sabíamos o sospechábamos que los Estados se espiaban entre sí, aunque simularan ser amigos del alma. Y quienes estaban más al tanto eran los propios servicios secretos de cada país. En cuanto se hace público, sin embargo, todo empieza a cambiar. Ahora hay que hacer gestos de indignación, pedir explicaciones, debatirlo en el Parlamento. En suma, apaciguar a las diferentes opiniones públicas. No creo que Merkel supiera lo de su móvil, desde luego, y su irritación es comprensible, pero me temo que Rajoy tiene dificultades para disimular su alborozo. Este caso ha hecho más por la marca España que muchas de las campañas orquestadas a tal fin. Hemos sido portada de grandes medios extranjeros al estar, junto con Alemania y Francia, en el centro de la atención de los servicios secretos estadounidenses. Eso significa, si se me permite la ironía, que importamos, que creamos información que es “útil”, y no solo relativa a la lucha antiterrorista. Todo un aldabonazo ante la comunidad internacional.
La respuesta del director de la NSA hablando del intercambio de información entre aliados es una obviedad que no niega la mayor, la inmensa capacidad que tiene esta organización para hacerse con todo lo disponible en el ciberespacio sin fronteras. Este es el verdadero problema, el inmenso desequilibrio existente entre Estados Unidos y el resto en todo lo relativo al control de los big data, los datos masivos digitalizados. Y quien tenga la capacidad para hacerse con ese botín y procesarlo con los algoritmos adecuados será el nuevo rey del mundo. Piensen que la cantidad de datos acumulados que están a la potencial disposición de máquinas inteligentes equivale, si los reflejáramos en papel, a cubrir todo el territorio de Estados Unidos en 52 estratos de libros (V. Mayer-Schönberger y K. Cukier, Big data, Taurus, 2013). Empresas como Google ya lo hacen mediante sus instrumentos de búsqueda, así como sociedades comerciales que disponen de esa información por distintos medios. La diferencia con respecto al uso que de ella hace la NSA es considerable. Sabemos cuál es la motivación de aquellas y el fin que buscan, generalmente hacer negocios. Qué hagan con tantos datos los servicios secretos tampoco se nos escapa; defender los intereses de cada Estado, algo que siempre requiere de la opacidad, de nuevos arcanos. Pero ignoramos qué es lo que buscan en realidad y para qué en concreto.
La paradoja es que internet, que se nos mostraba como la gran promesa de transparencia, ha devenido ahora en su contrario, el medio para sujetarnos a un control mayor y más sofisticado. Y contando además con nuestra total complicidad en esta sociedad del exhibicionismo (también) masivo. Sabemos que se busca el acceso a los datos de todos, no solo de los sospechosos de algo, y eso hace que aumente la inquietud. Es posible, sin embargo, que la situación no sea aún demasiado desesperada. En definitiva, sigue predominando el establecimiento de filtros mediante correlaciones estadísticas. Como bien señala M. Andrejevic en su libro Infoglut, la predicción prevalece sobre la explicación, y la correlación sobre la causación. En el fondo es una búsqueda ciega. Todavía se desconoce cómo extraer un verdadero sentido de todo ese inmenso arsenal de datos. Su puro volumen impide acceder a una adecuada fórmula para “comprenderlos” de verdad, para “pensarlos”. Se “ponen a trabajar” pero sin saber muy bien hacia dónde conducen, cuál pueda ser su utilidad última. Ahí reside nuestra defensa, aunque puede que también nuestra perdición, el estar en manos de ingenieros que procesan la información de forma casi errática y sin verdadera conciencia de las consecuencias de sus actos. El caso es que estamos sujetos a otro poder tecnocrático que se nos escapa a los medios tradicionales de rendimiento de cuentas y cuyo potencial para afectar nuestras vidas todavía no lo podemos ni imaginar.
Lo que realmente nos debería preocupar es, pues, nuestra incapacidad para disponer de medios que nos permitan sujetar esta vigilancia intensiva y omniabarcadora a un verdadero control ciudadano. Como con casi todo, solo lo podremos conseguir mediante una inteligente colaboración europea. Estamos ante uno de los temas centrales de nuestro tiempo, algo que exige más que buenas palabras o enfados fingidos. Requiere una decidida voluntad para ir al fondo del asunto y evitar sus peores consecuencias.
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