El vecino del portal 55
Daniel Galván Viña cayó cuando pidió a un amigo que quemara un lápiz de memoria En el dispositivo había imágenes de niños del barrio
En el Dior Chebbi, un barrio de pisos populares al norte de la ciudad de Kenitra (Marruecos), Daniel Galván Viña era un vecino apreciado. Alguien culto y con dinero a quien invitar a las celebraciones familiares. Una persona de fiar a cuyo cargo se podía dejar a los hijos para ir al centro a hacer algún recado. El respetable profesor retirado que se ofrecía para enseñar inglés a los chicos, que les daba caramelos y otros regalos, que les organizaba fiestas… Hasta que cometió un error que hundió su reputación y descubrió su verdadera cara. Durante un viaje llamó alarmado a uno de los vecinos de su portal. “Mohamed, entra en mi casa y coge de mi armario una bolsa de plástico con un lápiz de memoria USB y una cinta de vídeo y quémalos”. Mohamed no destruyó esos objetos, sino que los vendió. Fue el que se lo compró quien, al conectar el pendrive a su ordenador y ver su contenido, denunció el caso. Dentro había imágenes de Galván violando y abusando de 20 niños. Al menos cinco de esos menores eran del barrio, de Chebbi. Chicos a los que Galván se había ofrecido a cuidar. Chavales que sus padres, sin saberlo, habían confiado a un pederasta.
Este es el delincuente que el rey de Marruecos, Mohamed VI, indultó el pasado 30 de julio junto con otros 47 presos españoles en cárceles de ese país con motivo de la Fiesta del Trono, que celebra su acceso a la Corona. La decisión real, que luego el monarca tuvo que revocar, ha generado una ola de protestas sin precedentes. Y no solo en Kenitra, el escenario de los delitos de este español de origen iraquí. También en Casablanca o en Rabat, donde la policía reprimió violentamente a los manifestantes. “Por primera vez la opinión pública marroquí ha podido juzgar los motivos de un indulto real y se ha mostrado en desacuerdo”, explica en su despacho Hamid Krairi, abogado de varias víctimas del pedófilo, miembro de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) y el descubridor del Galvangate, el nombre que la prensa marroquí y las redes sociales han dado al escándalo. “Ha sido una gran victoria del pueblo. Su majestad ha tenido que dar marcha atrás y el pedófilo ha vuelto a la cárcel”, prosigue Krairi, que se enteró por casualidad de su salida cuando, desde el Tribunal de Apelación de Kenitra, le avisaron de que Galván había pasado por allí para reclamar su documentación.
26 de noviembre de 2010
Mustafá Rukzat se planta en ese mismo despacho, el de Krairi con un CD-ROM en la mano. Rukzat es el hombre al que Mohamed, el vecino de Galván, había vendido el lápiz de memoria que el pederasta le había pedido que destruyera, aunque no revela al letrado cómo ha tenido acceso a esas fotografías que solo un depravado ha podido tomar. Se trata de cinco menores en posturas impúdicas y practicando sexo adoptando varias posturas, según la investigación policial. También aparecen varias niñas en el baño y Galván entre dos de ellas “besándolas intensamente”. Tras verlas, Rukzat y Krairi inician una pequeña investigación. Se trata de comprobar que el pederasta se encuentra de nuevo en Kenitra.
Tras verificarlo, ese mismo día, el abogado presenta un escrito de denuncia en la oficina del procurador real de la comarca, el equivalente a la fiscalía en España. El 28 de noviembre la policía se planta en el portal 55 del bloque M del barrio de Chebbi, detiene a Galván y registra su apartamento, donde encuentra una cámara digital, un ordenador portátil (con las mismas imágenes de niños del pendrive junto a otras del mismo estilo), dos móviles, un consolador de madera cubierto de cera roja, algunos DVD, botellas de vino... Tras tomarle declaración —en la que confiesa haber realizado algunos tocamientos y actos de exhibicionismo con los niños, pero asegura que las fotos de su ordenador las hizo a título privado y sin intención de difundirlas— lo internan en la prisión central de Kenitra, cuyos muros se encuentran a escasos 200 metros de su vivienda. No abandonará ese lugar hasta tres años y medio después, cuando, por sorpresa, el director de la cárcel le comunica que ha sido agraciado desde palacio.
En la documentación judicial marroquí sobre el pedófilo consta que Galván nació el 1 de julio de 1950 en Basora, Irak. El detenido cuenta a los agentes que se instaló en Marruecos en 2004, aunque de forma discontinua. Que vivía dos meses ahí para después retornar a España y volver más tarde de nuevo a Kenitra. Pero en España no dejó mucho rastro. Según el auto que lo devolvió de nuevo a la cárcel el pasado martes, obtuvo la nacionalidad al casarse con una española, aunque ninguno de los consultados, ni en Murcia ni en Kenitra, la conoce. Tras su detención en Marruecos en 2010, dijo a los magistrados marroquíes que estaba divorciado y que tenía dos hijos. Pese a haber pasado más de 25 años entre Murcia y Torrevieja (Alicante), cuando el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu le preguntó por su arraigo —tras la rectificación de Rabat que propició su detención en España— solo pudo dar el nombre de un amigo: Ulpiano.
Ulpiano pide que no se publique su apellido para no verse involucrado. En una terraza de una pedanía de Murcia, bajo un sol abrasador, cuenta que se sorprendió al leer que le había citado en su declaración. “Claro que le conozco, desde hace muchos años, pero tampoco es que seamos íntimos”, señala. Ulpiano explica que en los ochenta, Daniel Galván Viña ya andaba por esa provincia. Solo que entonces aún era el iraquí Salah Gabhan Benia. Ulpiano lo conoció porque comenzó a estudiar árabe con Benia —así lo llama aún— como profesor. “Es un tipo culto con el que puedes hablar de muchos temas. Sabe inglés y francés, además de español y árabe”, dice.
La historia que Salah/Daniel cuenta a sus amigos españoles permite recomponer su vida, aunque deja importantes lagunas. El hispanoiraquí asegura que su familia tenía palmerales en la confluencia del Tigris y el Eúfrates. Que había estudiado Biología en Basora (entre 1970 y 1974), que fue teniente de artillería en el Ejército iraquí y que pasó una temporada en la Armada hasta que escapó. “Nos decía que era kurdo, refugiado iraquí, que había escapado del Ejército, pero no hablaba mucho de política”, cuenta un profesor de la Universidad de Murcia al que le dio clases de inglés en los noventa y que también pide que se oculte su nombre. Antes de llegar a España, contaba que había pasado por Marruecos, Reino Unido y Canadá. “Su historia era inconexa. Se oponía al régimen de su país y solía insultar a Sadam Husein. ‘¡Hijo puta, Sadam, hijo puta, Sadam!’, repetía con ese acento árabe”, recuerda su alumno de inglés. Lo recuerda más delgado que ahora, con pelo negro y con bigote.
En 1992 Galván ya tiene nacionalidad española —así aparece en un DNI— y, en noviembre de ese año, logra que el Ministerio de Educación le convalide su titulación iraquí. Por entonces ya ha castellanizado su nombre. Elige Daniel porque le gusta, y los apellidos Gabhan Benia pasan a ser Galván Viña, lo más parecido fonéticamente que encontró. Dicen que sobrevivió dando clases de inglés y árabe y, ocasionalmente, como jornalero. Su siguiente rastro oficial aparece en 1996, cuando consigue una beca en el departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Murcia. Allí está hasta 2002. Tramita los Erasmus de los estudiantes. Uno de ellos escudriña en su memoria. “Era el tipo que nos hacía los exámenes a los alumnos que pedíamos la beca. Pensé que era libanés”. Su jefe entonces, Matías Balibrea, lo recuerda como un empleado normal. Bebía botellines de cerveza en la cafetería de la facultad o en los bares de alrededor. No era especialmente religioso. En aquella época redondea su sueldo con clases particulares de idiomas, en la universidad o en los modestos pisos de Murcia que va alquilando por el centro. Llegó a dar tres domicilios distintos. La Universidad de Murcia convoca una oposición en 2002, pero Galván no se presenta. El hispanoiraquí cree que lo han despedido y reclama en los tribunales una indemnización que no logra. Un año antes compra una casita en Torrevieja. Barrio humilde a las afueras; 58 metros cuadrados; 70.000 euros de hipoteca. Es una casa blanca de planta baja y primero. Es allí donde, poco a poco, su rastro se esfuma.
2 de mayo de 2011
Vuelta a Marruecos. Se abre la sesión. Audiencia pública. El tribunal penal de Kenitra le informa a Galván de los delitos de los que se le acusa: violación de una menor, violación, tentativa de violación, corrupción de menores, instigación de menores a la prostitución, atentado contra el pudor y explotación de menores para la producción de pornografía infantil. Una por una, sus víctimas, que en el momento de sus agresiones tenían entre 2 y 15 años y a las que la policía ha encontrado gracias a las fotos grabadas en el pendrive y el portátil, reiteran lo que previamente contaron a los agentes.
El relato está repleto de detalles escabrosos. Los más mayores —entre ellos una chica que a los 15 años trabajaba en su casa como empleada de hogar, su hermana pequeña y otro chico— aseguran que Daniel les drogó para después violarlos y que, cuando despertaron de su letargo, se encontraban desnudos y doloridos. Otros narran cómo el pederasta los amenazaba de muerte (a ellos y a sus familias) para que accedieran a sus deseos más perversos y cómo, mientras le hacían lo que el les exigía, no paraba de fotografiarlos. A una niña de seis años le cerró la boca con cinta adhesiva para que dejara de gritar.
Los informes médicos aportados al proceso por el hospital Al Idrisi confirmaron que siete niños sufrieron abusos sexuales y violaciones con penetración. La menor empleada de hogar y su hermana, con la ayuda de una vecina, llegaron a presentar una denuncia después de que Galván entrara completamente desnudo en la habitación en la que estaban y tratara de forzarlas, pero, en un país islámico en el que la virginidad de la mujer antes del matrimonio es todavía una cuestión de honor familiar, sus padres la retiraron, a cambio de que el pederasta se comprometiera por escrito a casarse con la mayor y a mantener económicamente a la otra. Las mandaron de vuelta con Daniel. Le entregaron a sus hijas para tratar de lavar su deshonra. Siguió violándolas, según el testimonio de ambas.
Ante el tribunal, el hispanoiraquí se defiende con dos argumentos. En primer lugar culpa a las víctimas —“montaron esta película para llevarme a la cárcel”, dice—. Asegura que el sexo que mantuvo con su empleada de hogar y otra de las menores fue consentido y que las fotos pornográficas de su ordenador las tomaron ellas. Luego, sin embargo, confirma que se hicieron en su casa aunque mantiene que no se acuerda. Porque está enfermo. Dice que padece esquizofrenia y que se la diagnosticaron a los 47 años, cuando todavía estaba en España, lo que le incapacitó para trabajar y le obligó a jubilarse. Que estuvo un año ingresado en un hospital psiquiátrico en 2001 y que el primer brote de su enfermedad lo tuvo mientras perteneció al Ejército de su país de origen, durante la guerra entre Irán e Irak, cuando lo hicieron prisionero. Sin embargo, los magistrados lo consideran dueño de sus actos. El fiscal pide que estas acciones se “golpeen con mano de hierro”. El tribunal atiende su petición. Le caen 30 años de cárcel.
6 de agosto de 2013
Desde la pedanía murciana en la que vive, Ulpiano, la persona a la que Galván señaló como su único amigo en España una vez que fue detenido, confirma que su esquizofrenia le valió la jubilación por incapacidad y una pequeña pensión. Nada más pisar España después de su indulto, Daniel va a ver al psiquiatra que le trató años antes para pedirle un nuevo informe sobre su estado mental. No consigue que le dé cita, pero con su diagnóstico se planta en las Urgencias del Hospital Morales Mesesguer a conseguir su medicación. La bolsa que lleva en sus manos en las imágenes de su detención por la policía española en el hostal Legazpi de Murcia —donde se alojó mostrando su carné de identidad— contiene sus pastillas.
“Cuando volvió tras su liberación me llamó y fui a verle”, prosigue Ulpiano. “Lo vi aturdido con todas las noticias. Él no esperaba el indulto. Era el primer sorprendido. Aseguraba que solo había pedido continuar el resto de su condena en España porque cumplía los requisitos. Una de las últimas cosas que hizo antes de ser detenido fue comprar EL PAÍS, quería dar una entrevista y aclarar todo el lío”. Ulpiano se refiere a su supuesta pertenencia al CNI que sugirió Rabat en un primer momento y ha desmentido el Gobierno español. “Si era del CNI lo disimulaba muy bien. Se reía cuando leía que trabajaba para ellos. Bromeamos y le dije que cuando le detuvieran asegurara a la policía que tenía contactos en los servicios de inteligencia”. Según su amigo, sabía que lo iban a arrestar y que no intentó esconderse: “Galván entró en España con sus papeles y no se ocultó. Era el primer interesado en aclararlo todo. No iba huyendo”.
¿Cómo pudo Galván mantener ocultos e impunes sus delitos durante cinco años, entre 2005 y 2010? Hamid Krairi, el abogado que defendió a varias de sus víctimas, lo achaca a la pobreza y a la ignorancia, y asegura que en algunas partes de Marruecos, las violaciones y los abusos sexuales todavía son un tabú que no conviene airear. La mayoría de las víctimas provenían de una pequeña comunidad rural llamada Zaaitrat, en el municipio de Mograne, 36 kilómetros al norte de Kenitra. En esta pedanía rodeada de plantaciones de maíz y rebaños de vacas y ovejas, en la que el medio de transporte más usual es el carro tirado por mulas o caballos, trabaja Said Jamlich, voluntario de una asociación cuyo nombre en árabe significa Puentes, y que promueve la ayuda a las familias y trata de evitar, sin mucho éxito, que los chicos abandonen la escuela para trabajar en el campo con sus padres. “Las familias de los niños violados hubieran preferido que nada de esto se hubiera sabido porque para ellos es una deshonra”, explica Jamlich. “Otros lo hubieran ocultado de buena gana a cambio de un poco de dinero; la pobreza es así”.
A la salida de Zaaitrat, a unos tres kilómetros al oeste del pueblo, adentrándose en el campo por una pista sin asfaltar, se encuentra la granja de la madre de una de las víctimas de Galván. Junto con otros miembros de su familia, entre ellos algunos niños, trata de reunir a un puñado de vacas que pastan alrededor de la casa. El martes acudió al Palacio Real de Rabat junto con otros familiares de víctimas. Durante la audiencia, Mohamed VI les expresó “su compasión por su sufrimiento tanto por la execrable explotación que padecieron sus hijos como por la puesta en libertad del individuo y su impacto psicológico sobre ellos”, según el comunicado real publicado junto a las fotos en las que el rey abrazaba a las madres de los menores. La señora se muestra contenta porque el monarca les haya recibido, pero se niega a expresar lo que sintieron, ella y el resto de su familia, cuando conoció que el pederasta había sido indultado. Tampoco quiere comentar nada sobre el hecho de que Galván pueda cumplir su condena en España. Hay una pregunta que no esquiva. ¿Qué le dijo el rey cuando la vio? “Eso es un secreto entre él y yo”, responde.
Dior Chebbi de nuevo. El barrio donde vivía Galván y donde cometió sus crímenes. Tras tocar al azar uno de los timbres del bloque que habitó el pedófilo, una mujer desciende apresurada por las escaleras de color de rosa, mientras se cubre la cabeza con una toalla a modo de hiyab. Es la única persona que accede a comentar cómo los vecinos han recibido el indulto y la posterior detención. “¡Qué vergüenza! ¡qué vergüenza!”, suspira mientras señala, a su derecha, la puerta del apartamento de una de las víctimas e indica con la mano la altura de la menor. Después, recompone su figura y muestra su desacuerdo con que, con toda probabilidad, el pederasta vaya a terminar de cumplir su pena en España. “Lo deberían traer aquí, pero no para meterlo en la cárcel. Que lo suelten en cualquiera de estas calles. A ver lo que dura”.
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