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Columna
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El avión de Evo Morales

Es incomprensible el comportamiento del Gobierno sobre el vuelo del presidente de Bolivia

 El infame comportamiento con el avión del presidente de Bolivia, Evo Morales, en su vuelo de regreso desde Moscú, es revelador de la penosa sumisión a Washington de países como Francia, Italia y Portugal, pero también de España. Una actitud cargada de consecuencias que deberían haber sido previstas para ahorrárnoslas y que, en todo caso, merecen ser analizadas mientras comparece el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo, para dar las necesarias explicaciones ante la diputación permanente del Congreso de los Diputados, conforme ha sido solicitado por diversas fuerzas políticas.

Sin que nadie deba recordárnoslo, sabemos que España es un estado miembro de la Unión Europea, forma parte de la Alianza Atlántica y tiene un Convenio para la defensa con Estados Unidos que acaba de modificarse en estos días para permitir un uso adicional de la base aeronaval de Rota. Corresponde que nos comportemos como socios y aliados leales y cooperadores de acuerdo con pautas previsibles en atención a los principios e intereses que compartimos. Pero, al mismo tiempo, el legado de la historia compartida y de nuestra renovada presencia en términos demográficos, culturales, lingüísticos, comerciales y empresariales, se suman para que España tenga unas relaciones especiales con las naciones americanas de su estirpe mencionadas en el artículo 57 de su Constitución. La realidad de esos países hace que trascendamos nuestras limitaciones y potencia nuestra capacidad en el ámbito de la política global.

La realidad de los países hispanoamericanos hace que trascendamos nuestras limitaciones y potencia nuestra capacidad en el ámbito de la política global

De la misma manera que Francia y el Reino Unido adquieren relevancia y peso adicional en la Unión Europea por sus relaciones con los países que formaron parte de sus antiguos imperios, España, al incorporarse a la UE, hizo una aportación internacional de primer orden y quedó comprometida a ser la valedora en el ámbito europeo de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. No hay mayor debilidad que la ignorancia de la propia fuerza ni mayor síntoma de esclavitud que adoptar como propios los odios ajenos. Nadie nos exige que convalidemos regímenes populistas como los de Fidel Castro, Hugo Chávez o Evo Morales, pero aquí también tenemos tarea con Silvio Berlusconi, Le Pen, el húngaro Viktor Orbán y otros especímenes nacionalistas y xenófobos de floreciente arraigo.

Las empresas españolas dieron el salto a los países iberoamericanos para instalarse en sectores como la banca, la telefonía, la energía eléctrica, el agua, el petróleo, los seguros, la construcción, la seguridad y otros suministros básicos muy intensivos en capital, muy regulados y muy expuestos a los vientos de la opinión pública. Sus movimientos de entrada coincidieron con los efectuados por compañías norteamericanas en sentido contrario, de salida. Pero, como se puso una vez más de manifiesto en Cádiz, con ocasión de la Cumbre de noviembre pasado, al otro lado del Atlántico hay un mercado de 550 millones de personas, donde las empresas españolas y los españoles sin empresa gozan de ventajas por la gravitación que comparten con España. De ahí que nuestro país haya llegado a ser el principal inversor europeo en la región, mientras Estados Unidos cambia su orden de prioridades geográficas.

Así las cosas, resulta incomprensible el comportamiento del Gobierno de Rajoy respecto al vuelo del presidente de Bolivia, Evo Morales, a cuyo avión se le negó el uso del espacio aéreo por Francia, Italia y Portugal. El piloto, advertido, hubo de solicitar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Viena. Entonces entra en escena el embajador de España con instrucciones transparentes de girar inspección visual a bordo o, en su defecto, obtener garantías de que Edward Snowden, en caza y captura por Washington, no formaba parte del pasaje. El embajador traslucía su misión servil por cuenta final del Departamento de Estado, al que le hubiera sido exigible que actuara conforme a informaciones comprobadas bien a su alcance. Pero, además, un embajador de España en absoluto de debe a esas imposiciones ni tampoco ha de asumir sin objetar las restricciones incomprensibles al uso del espacio aéreo dictadas por otros socios y aliados. Se habría esperado de él que se implicara en activar a su Gobierno para que fueran levantadas.

Al final el avión presidencial pudo repostar en Canarias, pero los iberoamericanos nos han metido en el saco de los rencores y la urdimbre de esas relaciones especiales ha quedado dañada. Veamos algunos antecedentes honrosos o miserables. En 1964 el general Franco se negó a que España secundara el embargo comercial norteamericano a Cuba y, en sentido contrario, aquí nadie se interesó en inspeccionar los vuelos de la CIA ocurridos a partir de 2002 con sospechosos capturados ilegalmente, que eran trasladados a Guantánamo o a países concertados, para su tortura. Continuará.

Un embajador de España en absoluto de debe a las imposiciones de Estados Unidos

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