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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fraga y el Rolls Royce

El periodista brasileño Clovis Rossi recuerda una entrevista con el político gallego de 1975

El Fraga que conocí también confraternizaba con anticastristas.

Debo a Manuel Fraga Iribarne el primer y único paseo en un Rolls Royce en mi vida. Era 1975. Yo preparaba reportajes sobre la inminente Transición en la España de Francisco Franco Bahamonde, que murió ese mismo año. Obviamente, el viaje terminó en España, pero antes pasé por París para escuchar a los exiliados de la izquierda clandestina, y por Londres, donde Fraga era embajador de la dictadura. Aunque ya en aquel momento era calificado de aperturista.

Un amigo que trabajaba en la embajada de Brasil en Londres, el periodista Alberto Tamer, me concertó una reunión con Fraga. Más que un encuentro, fue una comida en la embajada española.

Si Rosa Montero confesó que acudió con miedo a su primera entrevista con Fraga, yo solo podía sentir aún más miedo. Se reunió con él en 1978, cuando España ya era una democracia y ella era periodista de EL PAÍS, con todo lo que representa pertenecer a este formidable equipo.

Yo, por otro lado, hablaba con el embajador de una dictadura y venía de un país que también estaba bajo una dictadura, aparte de remoto. Aún se hablaba de país emergente, potencia del futuro, como se dice hoy en día. Éramos subdesarrollados de hecho, institucionalmente, económicamente, socialmente, etcétera.

Mi miedo aumentó cuando Fraga me presentó a otro invitado. Era el director de una publicación de cubanos que vivían en Miami que, en aquella época, no era exactamente un ejemplo de gente que ama a la democracia (hoy en día, no lo sé).

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Pero, al contrario que Rosa Montero, yo no necesitaba hacer preguntas difíciles o delicadas. El objetivo no era obtener declaraciones, sino informaciones para intentar comenzar a entender la Transición española.

Desde este punto de vista, Fraga fue impecable. Dejó clara la razón por la que entendía que no se tardaría mucho en desatar lo que Franco pensaba que quedaba “atado y bien atado”. España, en su opinión y la de sus amigos empresarios, había tocado techo. Solo podría continuar a desarrollarse si se abría a Europa, lo que exigía también el regreso a la democracia.

Mariano Rajoy, en su artículo para EL PAÍS sobre Fraga, enfatizó el amor del líder gallego por la libertad. Puede que existiese, pero mi impresión de aquel primer encuentro fue la de que él se había convertido en un aperturista por puro pragmatismo: España solo se desarrollaría si se democratizaba. Y tenía razón.

Otro invitado de aquella comida sería la prueba viva de otro tipo de pragmatismo. Aunque fuese amigo de los exiliados a los que la dictadura cubana llama gusanos, mantuvo excelentes relaciones con Fidel Castro, de remoto origen gallego.

En cualquier caso, Fraga fue valioso en la Transición aunque su papel en la democracia terminó siendo bastante menor, como el de muchos otros políticos que conocí aquellos meses previos a la muerte de Franco. Quedó prácticamente confinado a Galicia.

Terminada la comida, Fraga me ofreció transporte para el aeropuerto, que acepté. El coche de la embajada era un reluciente Rolls Royce, deslumbrante para un periodista joven de 32 años, venido de los remotos trópicos y que jamás había estado en Londres. Mirar a los londinenses desde el asiento trasero de un Rolls sabía a gloria. Efímera, pero gloria. El conductor, encima, llevaba guantes blancos.

Me sentí tentado a llamar a la puerta de la Xunta que Fraga presidía, en las dos ocasiones que pasé por A Coruña de vacaciones. Desistí. Al final, iba en coche y, aunque no estuviera, no creo que el vehículo oficial de la Xunta fuera un Rolls.

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