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Duro golpe para los independentistas saharauis y para su anfitriona Argelia

España decide no instar a los cooperantes españoles a que se vayan de Tinduf

Desde hace ya tres o cuatro años, la prensa oficialista marroquí y algunos expertos y centros de investigación afines a Rabat insisten en que el Frente Polisario tiene connivencias con la rama magrebí de Al Qaeda. El golpe de la organización terrorista AQMI en sus campamentos de refugiados de Tinduf, en el suroeste argelino, desmiente por completo esas aseveraciones.

Desde hace años, el movimiento independentista replica a esas acusaciones que el área del Sáhara bajo su control (una franja que supone el 15% de la antigua colonia española y un territorio que le cede Argelia en el suroeste del país) es la zona más segura del desierto. Recalca además que los saharauis son inmunes al extremismo islamista. La Embajada de EE UU en Argel avalaba estas afirmaciones en los cables enviados a Washington y desvelados por Wikileaks. El zarpazo de AQMI echa por tierra esos argumentos.

Con el secuestro de los dos cooperantes españoles y de una italiana, en la noche del sábado al domingo, ha quedado demostrado que el Polisario no solo no coquetea con los terroristas, sino que puede ser su víctima, pero también que no constituye ese dique infranqueable a la expansión de Al Qaeda en la franja del Sahel.

Los islamistas argelinos siempre han denostado al Polisario por dos razones. Veían en él una reproducción en el desierto del antiguo partido único argelino, el FLN, al que han combatido con saña. Pretende además fundar un nuevo Estado árabe cuando lo que, según ellos, deben hacer los buenos musulmanes es ir construyendo la Umma, la comunidad de todos los creyentes.

El triple secuestro en la capital administrativa saharaui de Rabuni es ante todo un mazazo para los independentistas y un motivo de satisfacción para las autoridades de Marruecos. Mientras los responsables del Polisario estaban, en privado, apesadumbrados, las webs marroquíes afines al poder destilaban su deleite.

“El Frente Polisario no está ya en condiciones de garantizar la seguridad de los saharauis que viven en sus campamentos y habría sido infiltrado por AQMI (…)”, escribía ayer la web informativa Labass. Otra enseñanza de lo sucedido es que “la opción de un micro Estado administrado por el Polisario constituye una amenaza para la seguridad de la región”, añade.

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Es exagerado decir que el Polisario está infiltrado, pero para llegar hasta Rabuni los terroristas han tenido que contar con fuertes complicidades en sus filas y acaso en las del Ejército argelino, cuyos efectivos están mayoritariamente desplegados en la región de Tinduf, donde también se encuentran los campamentos de refugiados.

Que el dique antiterrorista que se suponía era el Polisario esté resquebrajado es ya de por sí una mala noticia para la dirección independentista que encabeza Mohamed Abdelaziz. Pero hay otra casi peor. Los 160.000 refugiados saharauis, según el Polisario, alrededor de 90.000, según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, viven de la ayuda que les brindan Argelia, el Programa Mundial de Alimentos, la Unión Europea, el Estado y las comunidades españolas y un sinfín de ONG, en su mayoría de España.

La ayuda o, por los menos, la presencia de los cooperantes que la llevan consigo está en riesgo. En ese lugar con una geografía tan inhóspita como es el desierto argelino hay medio centenar de voluntarios españoles, en su mayoría mujeres, esparcidos por cuatro campamentos. Tras un largo debate interno, el Gobierno español decidió ayer no instarles a marcharse de inmediato. El tiempo dirá si su decisión es acertada.

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