Veintiséis Cumbres del Clima, ¿qué hemos aprendido?
Tras la COP26, sentido común: soluciones basadas en la naturaleza, economía local y gobernanza ciudadana
Con el tiempo, en la vida aprendes. Sobre todo a extraer lecciones de las experiencias pasadas para probar nuevos rumbos y mejorar. De la pandemia podemos sacar unas cuantas, empezando por nuestra enorme vulnerabilidad, como individuos y sociedad, con un mero virus poniendo en jaque a una civilización entera, vanagloriada de su peligrosamente falso dominio sobre la naturaleza. Si la primera lección ha sido de humildad, la segunda ha sacado a la luz el origen: las desigualdades de un sistema que genera beneficios desorbitados para unos pocos (literalmente con el turismo espacial) a base de arrojar a millones a una espiral sin fondo.
Nada está cambiando con la pospandemia y la COP26. Seguimos intentando salir de esta crisis igual que de las anteriores: crecimiento económico sustentado en la quema masiva de combustibles fósiles y el consumismo. La recuperación no está siendo verde, con menos del 20% de los fondos pudiéndose catalogar como tal. Y mucho menos social, con muchos países del Sur Global sin apenas vacunas aún, y sus representantes sin poder por tanto viajar a Glasgow para la Cumbre.
Existe una diferencia con respecto a otros ciclos, no obstante: estamos alcanzando ya los límites biofísicos del planeta, el fin de la energía artificialmente barata, de la disponibilidad ilimitada de los recursos, de la globalización eterna. Empezamos a darnos cuenta cuando nos dicen que no habrá ordenadores para el Black Friday, o se rumorea sobre un posible gran apagón. La transición energética y económica no será la del tecno optimismo elitista, será la de la sencillez forzada y con suerte justamente compartida.
La historia de la COP26 es la de las 25 Cumbres del Clima precedentes. Cristina Figueres (figura diplomática clave durante la COP21 de París) y Fernando Valladares (científico del CSIC) lo sintetizan con brillantez. Figueres cuenta la doble historia de la Cumbre: una ficticia, con anuncios de reducción de emisiones a mitad de siglo; y otra real, con un aumento incesante de concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera. Valladares, por su parte, ahonda en las causas: la enorme asimetría del proceso de negociaciones, con la ciencia y la sociedad civil mostrando absoluta transparencia, mientras muchos Estados y lobbies económicos tratan, entre bastidores, de rebajar la ambición.
Dejemos de endiosar a la economía y ningunear a la física. Bajemos a la Tierra, toquémosla para volver a comprenderla y amarla
Los gobiernos nacionales retrasan continuamente la toma de medidas concretas, fijando metas en el futuro que no les comprometen en el corto plazo. En clave de ácido humor británico, el equivalente personal al “dejaremos de quemar carbón en 2040″ de la COP26, sería un “dejaré de beber en 2050″ para un alcohólico. En la esfera corporativa, topamos con frecuencia con el oxímoron del crecimiento verde que nos intenta hacer creer ciegamente en inventos tecnológicos futuros, en aras de mantener el status quo (negocionismo). Dejemos de endiosar a la economía y ningunear a la física. Bajemos a la Tierra, toquémosla para volver a comprenderla y amarla.
Hay esperanza, claro. Emerge de la sociedad civil global, como siempre, con un emotivo liderazgo de la juventud, mujeres jóvenes en especial, pueblos indígenas y artísticos movimientos de rebelión, unidas de nuevo en la vanguardia por la vida: “¡Basta de bla-bla-bla, acción y justicia climática ya!” Sí, cada año sale más en las noticias y así lo recogen las encuestas: crece la concienciación social y la movilización retoma con fuerza tras la pandemia. La pregunta es: ¿llegará a tiempo el cambio social? ¿Nos elevaremos por encima de los océanos? Valgan dos motivadoras visiones: en el documental IMMUTO (change), un joven en un tren me produjo escalofríos: “La de nuestra generación será la lucha climática sin esperanza, para amar no hace falta esperanza.” En la intervención inaugural de la Cumbre, el legendario naturalista David Attenborough se dirigió a negociadores diciendo: “Si actuando por separado somos capaces de destruir buena parte de los ecosistemas, imaginaros las posibilidades de regeneración si actuamos unidos”.
La de nuestra generación será la lucha climática sin esperanza, para amar no hace falta esperanza
Recordemos el problema para dibujar la solución: dado que las desigualdades conforman la raíz de la crisis climática, la acción efectiva pasa por construir equidad dando espacio a las voces menos escuchadas en una gobernanza verdaderamente inclusiva. Por ende, la innovación social por el clima resulta clave para catalizar procesos de participación ciudadana amplia y vinculante hacia una transformación socioeconómica justa mediante herramientas de cambio sistémico como el arte (unir desde las emociones), la cultura regenerativa (los cuidados en el centro), el pensamiento crítico (salir del sistema-caja), la movilización social (la chispa que prende), la democracia directa (gobernanza ciudadana del común), las soluciones basadas en la naturaleza (renaturalizar el mundo) y la relocalización económica (comercio de proximidad).
He participado en las últimas seis COP. Recuerdo la ilusión por el Acuerdo de París en 2015, la decepción con los años al ver que no cuajaba; pero, sobre todo, el aprender a mirar fuera del escenario principal, a la zona de la sociedad civil para cargarme las pilas, a la zona de las ciudades para ver las soluciones en marcha. En la COP26 he compartido panel con representantes de ciudades pioneras en renaturalización como Bogotá, Granollers o Glasgow, y con emprendedoras sociales de empresas basadas en la naturaleza cambiando el mundo barrio a barrio. Y ahí suceden las cosas. 30.000 personas participamos cada año en la Cumbre, la inmensa mayoría firmemente convencidas. Y muchos millones más nos acompañan en nuestros entornos cercanos donde sembramos impacto. Cooperando trans-localmente, compartiendo con transparencia, acompañándonos para transformar miedos en aprendizajes, lo haremos. Con o sin esperanza, viviremos.
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