República Centroafricana: que nadie le robe la esperanza a los niños
En su primer año en el cargo, el representante de Unicef en el país africano repasa las necesidades allí de la infancia y cuenta cómo la escuela es un poderoso instrumento para ayudarles a mitigar los efectos del conflicto en su día a día
![Beindori Noelhas imparte clases a los alumnos de la escuela primaria Elien, al noroeste de la República Centroafricana.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/I5JE4CTV4FGOBKUEPVX4GCKWG4.jpg?auth=6b1dc0f359f2001d4c393a887fe6a3e52ad00b5c9a01a88db03192be92ede02a&width=414)
Hace no mucho, en septiembre, cumplí mi primer aniversario en República Centroafricana como representante de Unicef. Recuerdo las primeras sensaciones que tuve el día que llegué al aeropuerto de Mpoko: el calor húmedo, que pronto se convertiría en lluvia torrencial como anticipo de un pueblo cálido y expansivo, me dio una linda bienvenida. Sin duda, ya en cuanto al clima fue un cambio con respecto a mi anterior destino en Siria, aunque no en cuanto a la gente y el equipo. Afortunadamente, hay cosas hermosas en todos los lugares en los que sirvo que se mantienen.
Mi decisión de venir a este país fue fruto de la convicción de que, da igual el sitio donde esté con Unicef, puedo sumar mis esfuerzos para mejorar –aunque sea un poquito y uno a uno– la vida de las niñas y los niños, su bienestar y sus derechos. He tenido la oportunidad de viajar a muchas regiones de este país, donde nuestros equipos implementan los programas, siempre estando cerca, física y emocionalmente, de las personas a las que nos hemos comprometido a servir.
Dichos viajes me han ofrecido la posibilidad de conocer, discutir, compartir, planear y también reír con muchos de nuestros aliados, quienes llegan cada día a sitios bien difíciles dadas las complicaciones logísticas y de seguridad a las que nos enfrentamos. Pero, como siempre, lo más gratificante es escuchar y dialogar con la gente, sobre todo con los niños y jóvenes, y revivir sus historias y cómo el trabajo de Unicef ha mejorado sus vidas, a veces poco, a veces mucho, pero siempre hay algo bueno.
![Fran Equiza, en una de sus visitas por República Centroafricana.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/AVOYXSSM6NGIRAC4N7QQPGU3TU.jpg?auth=f24406d5f64c3a78cb0f9267b8daac5f25b1c7f135d9f74e8405bad73594d756&width=414)
Como el caso de Michel, reclutado durante un tiempo por un grupo armado de los muchos que hay en el país, al que contribuimos a liberar y ayudamos a volver a estudiar y aprender un oficio; hoy se gana la vida con la tierra y criando animales. Michel aún tiene pesadillas, horribles pesadillas, y algunos muy ingratos recuerdos que le vienen a la mente cuando se queda sin hacer nada. Dice que aprender le ayuda a olvidar. “Por eso sigo aprendiendo y trabajando”, nos cuenta.
Lo más gratificante es escuchar y dialogar con la gente, como con Michel, reclutado durante un tiempo por un grupo armado de los muchos que hay en el país, al que contribuimos a liberar y ayudamos a volver a estudiar y aprender un oficio
Como representante he sido testigo, a través de los años y países, cómo la escuela, la esencia del entorno que ofrece y la oportunidad de aprender —no importa en qué forma se materialice—, es un poderoso instrumento para ayudar a los niños y niñas a mitigar los efectos de la inseguridad y el conflicto en su día a día.
Centenares de miles de personas en República Centroafricana están afectados por la inestabilidad y han sido obligados a dejar sus casas y convertirse en “personas desplazadas” buscando lugares más seguros. Siempre que esto sucede, la escuela es una de las primeras víctimas y se interrumpe, privando a los chavales de su educación.
Tan pronto como podemos llegar a ellos y ellas, les ofrecemos refugio y, en la medida de lo posible, levantamos una tienda y la convertimos en escuela; con ello pueden seguir aprendiendo, pueden sentir una cierta normalidad y pueden seguir siendo niños. A veces no es un maestro o maestra quién da las clases, sino un maitre-parent, un “maestro-padre”, o más comúnmente una “maestra-madre”, que se pone a disposición de los chicos y chicas.
Las mamás me pedían, sobre todo, que los niños y niñas tuvieran educación, que abriéramos una escuela, o que pudieran volver a la que se había cerrado
Recuerdo mi último viaje a Bouar, en el oeste del país, dialogando con los desplazados. Las mamás me pedían, sobre todo, que los niños y niñas tuvieran educación, que abriéramos una escuela, o que pudieran volver a la que se había cerrado. No tenían casi nada, pero sí la confianza de que la escuela es lo que los chavales necesitan para crecer, aprender y estar a salvo, pero sobre todo para que nadie les robe lo más importante, la infancia, que es donde reside la esperanza.
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