Por qué descolonizar el pensamiento y la conservación
La política de convertir el 30% del planeta en áreas protegidas para 2030 no es una respuesta eficaz para proteger la naturaleza. Supone el mayor robo de tierras de la historia y traerá más destrucción y abusos para los pueblos originarios
Existen 476 millones de personas indígenas en el mundo. Representan cerca del 6% de la población mundial y, sin embargo, defienden y gestionan en sus territorios el 80% de las zonas más biodiversas del planeta. Son quienes más han contribuido a la preservación de la riqueza biológica, quienes con sus idiosincrasias y modos de vida han gestionado, cuidado, enriquecido y dependido de nuestros entornos. Pero también son a los que más asesinan por su labor.
Gran parte de estos pueblos basan su relación con el entorno en culturas de agradecimiento. Esto significa que cuando toman algo, bien sea un favor del árbol en forma de manzana, uno animal en forma de miel o de otra persona en forma de apoyo, toman únicamente lo que necesitan y tienen muy claro que esas relaciones dependen del cuidado y el agradecimiento. Recibo porque doy, recibo porque cuido, agradezco el recibir.
Por otro lado, estamos las personas que vivimos en las sociedades industrializadas. Nuestras relaciones con el entorno se basan en la acumulación. Entendemos la naturaleza, más que como una parte fundamental de nuestra existencia; como objeto. Con base en los ideales de la Ilustración, asociamos todo vínculo no pragmático con la naturaleza con lo que hay que dejar atrás. Y vemos la tecnología y la razón como la máxima aspiración del progreso humano. Esto nos lleva a una relación con el entorno de dominación y explotación. Recibo porque es mío y lo merezco.
Más por desgracia que por gracia, somos quienes vivimos en las sociedades industrializadas, particularmente en el norte global, quienes hemos impuesto nuestra forma de habitar y entender el mundo. A través del colonialismo y la globalización, hemos tratado de implantar por la fuerza ese modelo de vida basado en la explotación y lo hemos globalizado hasta atravesar cada uno de los rincones y pueblos del planeta.
Esto nos ha llevado al momento de urgencia en el que estamos ahora. Tras imponer una economía basada en el consumo excesivo y la explotación creciente de los recursos finitos del planeta (incluidas las personas), nos percatamos de que esta manera de relacionarnos con el entorno pone en peligro la sostenibilidad de la vida, la humanidad compartida y al resto de seres que lo habitamos.
Las causas de la crisis ecológica están claras y la única solución posible ya ha sido demostrada: una contracción radical de la industrialización, la economía productiva y el consumo excesivo. No lo dice una ideología. Lo demuestran los límites físicos del planeta, el desigual reparto de la riqueza y la violencia que enfrentan millones de personas para que este modelo se sostenga y Jeff Bezos pueda darse una vuelta por el espacio.
Quienes ostentan el poder suficiente para imponer una ruta de cambio contra la crisis ecológica son las mismas que más se benefician del modelo que la causa
Este es precisamente el problema. Quienes ostentan el poder suficiente para imponer una ruta de cambio contra la crisis ecológica son las mismas que más se benefician del modelo que la causa, los máximos representantes de esa cognición que entiende el entorno y a las personas únicamente como objeto a explotar ilimitadamente: los gobiernos más poderosos y las empresas que más contaminan.
¿Cuál es la solución mágica que proponen? En un ejercicio de perversa contorsión intelectual impulsan, junto a las grandes ONG de conservación de la naturaleza, el plan del 30%. Este nuevo mantra pretende convertir el 30% del planeta en Áreas Protegidas para 2030 y los líderes mundiales tratarán de aprobarlo durante las cumbres internacionales de los próximos meses.
Sus promotores saben que el 30% no ayudará a combatir la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, sino que los empeorará porque abre paso a su explotación lucrativa. Pero ese es el quid de la cuestión: les abre el único camino posible para seguir explotando los últimos reductos de gran biodiversidad del planeta y les permite impulsar el mercado multimillonario de créditos de carbono, el mayor ejercicio de greenwashing de la historia. Es el único modo que tienen para seguir con sus negocios como hasta ahora, aunque eso signifique reproducir las causas demostradas de la crisis ecológica y la violencia colonial.
Si, como decíamos al principio, los pueblos indígenas protegen en sus territorios el 80% de las zonas más diversas del planeta, si ellos y otras comunidades locales llevan décadas en resistencia exponiendo sus cuerpos por defender sus tierras ancestrales del extractivismo, ¿No es esto una estratagema para arrebatarles su derecho consuetudinario (recogido en el derecho internacional) al manejo del territorio? Sin ninguna duda. Lo increíble es que los movimientos ecologistas no se estén movilizando en masa para evitarlo.
Recordemos que estos gobiernos, empresas y grandes ONG son especialistas en vender humo. Sobre el papel todo es fantasía. Se habla de coparticipación, de manejo tradicional, de colaboración con las comunidades originarias. Se fabrica una falsa sensación de control, una falsa huida hacia adelante.
Mientras tanto, particularmente en el continente africano y el sudeste asiático, los pueblos indígenas y otras comunidades locales ven cómo sus territorios se militarizan, se despliegan guardaparques fuertemente armados, se les expulsa y obliga a vivir en los márgenes de las sociedades industrializadas. Esto ya lo han visto con la anterior meta alcanzada de convertir alrededor del 17% del planeta en Áreas Protegidas. Se les impone un régimen de terror que deriva en torturas, detenciones ilegales, abusos, incluso asesinatos. Todo en nombre de la conservación de la naturaleza.
Los pueblos indígenas tienen derechos humanos y territoriales que son inalienables. Esas tierras les pertenecen. Si realmente quisiéramos proteger esos territorios, el mejor modo de hacerlo sería garantizar sus derechos.
Los pueblos indígenas tienen derechos humanos y territoriales que son inalienables. Esas tierras les pertenecen. Si realmente quisiéramos proteger esos territorios, el mejor modo de hacerlo sería garantizar sus derechos
Muy al contrario. Quienes hemos crecido y socializado en esa relación cultural basada en la explotación del entorno, subyugamos una vez más a los pueblos indígenas en un momento en el que ellos y sus derechos deberían estar en el centro de cualquier conversación sobre biodiversidad y estrategia ecológica a nivel global. Deberíamos estar mucho más atentos y alerta a las vulneraciones que enfrentan en nombre de la conservación de la naturaleza. Primero, porque tienen derechos y, segundo, porque estas violencias específicas demuestran que lo que se está buscando, de nuevo, es el acaparamiento de recursos y no la sostenibilidad de la vida.
El plan del 30% no protegerá la naturaleza. Supone una amenaza inminente a los mayores custodios de la biodiversidad del planeta, supone el mayor robo de tierras de la historia. Estamos en un momento histórico sin precedentes. O luchamos por la descolonización de la conservación de la naturaleza o reproducimos los intereses genocidas del 1%.
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