Aulas vacías: el enorme coste oculto del oro nigeriano
La pobreza empuja a muchos niños a trabajar en las minas del país africano, donde la mayoría de la población está en edad de estudiar. El Gobierno y las instituciones educativas intentan atraer a los niños a clase, pero piden más medios y voluntad política

La vida de Isah Aliyu cambió radicalmente hace dos años, cuando se vio obligado a abandonar la escuela secundaria para mantener a su familia tras la repentina muerte de su padre. Aliyu, que ahora tiene 18 años, cambió el bolígrafo por el pico para trabajar en una mina de oro en Níger, uno de los 36 Estados de Nigeria, y renunció a su sueño de convertirse en médico. Bastan algunas cifras para entender la emergencia que vive el sistema educativo de este país africano, donde datos de Unicef afirman que hay 10,5 millones de niños de entre 5 y 14 años que no están escolarizados. Esta agencia de la ONU estima que solo un 61% de los nigerianos de entre 6 y 11 años asisten regularmente a la escuela y las cifras son peores en la región del centro-norte, donde vive Aliyu, ya que la tasa de asistencia no supera el 53%.
“Me siento atrapado”, resume este joven, que admite que realiza un trabajo “peligroso y difícil”. Sin embargo, el atractivo del dinero rápido de la minería de oro, piedra caliza y tantalita hace que muchos niños abandonen el colegio, queden expuestos a estas condiciones de trabajo peligrosas y dejen de lado sus sueños profesionales.
La mayoría de los mineros del oro del Estado de Níger son jóvenes y adolescentes. Allí sufren abusos, amenazas e incluso son perseguidos y detenidos por la policíaAisha Usman, maestra
Los ingresos de Aliyu y jóvenes que trabajan con él son impredecibles. Él gana una media semanal de 3,65 euros y la mitad se le va en mantener a su madre y sus dos hermanos. Hadiza, la madre de Aliyu, se vio obligada a sacar de la escuela a dos de sus tres hijos. “Solo uno de ellos ha podido completar la enseñanza secundaria con el apoyo de una ONG”, explica Hadiza, conteniendo las lágrimas, mientras relata que los demás tuvieron que irse a las minas. Los ingresos del trabajo de sus hijos y de su pequeño negocio de arte corporal y tatuajes, que le reporta 4,26 euros a la semana, apenas cubren sus necesidades.
Nigeria es el país más poblado de África, con más de 230 millones de habitantes, la mayoría de ellos muy jóvenes. La media de edad del país ronda los 18 años, apunta la ONU, y más del 40% de la población tiene menos de 14 años, según cifras del Banco Mundial.
“La mayoría de los mineros del oro del Estado de Níger son jóvenes y adolescentes. Allí sufren abusos, amenazas e incluso son perseguidos y detenidos por la policía”, explica Aisha Usman, maestra de la comunidad de Chanchaga, ubicada a 150 kilómetros de la capital, Abuya.

Los adolescentes recorren diariamente largas distancias hasta llegar a las minas de oro y pasan cerca de ocho horas cavando y lavando la arena en tamices en el río para encontrar el metal precioso. En las minas subterráneas, los niños se introducen en pozos estrechos y túneles inestables de hasta 25 metros de profundidad, donde puede haber derrumbamientos, desprendimientos de rocas y hundimientos. Además, en las minas también están expuestos al mercurio, un metal muy tóxico que puede provocar discapacidades y daños cerebrales de por vida.
A pesar de que hay una Ley de Derechos del Niño de Nigeria de 2003, que prohíbe el trabajo infantil y establece la edad mínima para trabajar en 14 años —con condiciones muy específicas— su aplicación sigue siendo deficiente. Y aunque el país africano ratificó los convenios internacionales sobre trabajo infantil, entre ellos el Convenio 138 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la edad mínima y el 182 sobre las peores formas de trabajo infantil, su aplicación se ve obstaculizada por la pobreza, las prácticas culturales y la insuficiencia de recursos para las inspecciones de trabajo.
“En todas partes hay niños sin escolarizar. Ninguna comunidad se libra de esta lacra”, lamenta Abdulmalik Abduljalil Adinoyi, coordinador de la Fundación Rose of Sharon, en esta región del centro-norte de Nigeria.
Nigeria cuenta desde 2004 con una ley que establece que la educación debe de ser gratuita y obligatoria para los niños de hasta 15 años. “La mayoría de los Estados de Nigeria la han incorporado”, reconoce Adinoyi, pero matiza que en la práctica no se aplica del todo.
Nos damos cuenta del enorme impacto que tiene la falta de una educación, que va desde el analfabetismo hasta la delincuencia y la pobreza, y se convierte a la larga en un enorme lastre para la sociedadIsrael Chukwuma, director de la Escuela Internacional de Tecnología Ab de Chanchaga
Más presupuesto
Mariam Umar, de 15 años, también tuvo que parar los estudios e ir a las minas hace un año, tras la muerte de su padre, lo que truncó su ambición de convertirse en maestra. Aunque la educación pública sea gratuita, esta joven no puede costearse el uniforme, los cuadernos, los libros de texto, el transporte y otros gastos. “La vida se volvió amarga para la familia, ya que mi madre de repente tuvo que hacerse responsable de mí y de mis tres hermanos”, cuenta. Además, Umar gana la mitad de lo que ganan los varones a la semana lavando arena. “Algunos días no tenemos nada para comer”, se lamenta.
Mohammed Baba, funcionario del Ministerio de Educación del Estado de Níger, explica que las autoridades locales tienen un plan para devolver a las aulas a los alumnos que han abandonado los estudios. “El Gobierno estatal ha destinado más del 50% de su presupuesto para 2025 a la educación y la sanidad”, declara Baba, citando que en 2024, por ejemplo, la provisión presupuestaria para educación era del 14,55%. Además, el presidente del país, Bola Tinubu, ha asegurado que el Gobierno federal está decidido a reducir el abandono escolar del país mediante iniciativas de regreso a clase y programas de desarrollo de habilidades.
A su vez, las escuelas e instituciones educativas redoblan sus esfuerzos. Israel Chukwuma, director de la Escuela Internacional de Tecnología Ab de Chanchaga afirma que los centros escolares ayudan a los niños que pierden a sus padres y muestran buenos rendimientos académicos, ofreciéndoles becas y descuentos en las tasas. “Nos damos cuenta del enorme impacto que tiene la falta de una educación, que va desde el analfabetismo hasta la delincuencia y la pobreza, y se convierte a la larga en un enorme lastre para la sociedad”, explica Chukwuma.
Pero los padres siguen quejándose de las tarifas poco asequibles, de la falta de personal y del mal estado de las infraestructuras de las escuelas públicas, que carecen de material tan simple como sillas y mesas.
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