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La representante de Acnur en Mauritania: “Tenemos muchos testimonios de mujeres que aseguran haber sido violadas y de pueblos saqueados”

Elizabeth Eyster celebra la acogida que brinda este país a los recién llegados, pero advierte de la necesidad de más apoyo internacional “antes de que la hospitalidad se convierta en hostilidad dados los altos niveles de pobreza y vulnerabilidad de la región”

Elizabeth Eyster, representante de Acnur en Mauritania
Elizabeth Eyster, representante de Acnur en Mauritania, en los jardines de su sede en Nuakchot el pasado 8 de marzo.Juan Luis Rod
José Naranjo

Dos guerras se entrecruzan en Malí. Por un lado, la insurgencia yihadista que desde el centro del país irradia a prácticamente todas las regiones; por el otro, el conflicto del norte entre las Fuerzas Armadas y los grupos rebeldes tuaregs, que conoció un periodo de precaria paz entre 2015 y 2023 y que el año pasado volvió a activarse tras la ruptura de los acuerdos de Argel. Ambos se sufren sin apenas testigos internacionales, prohibida la presencia de medios de comunicación y expulsada Naciones Unidas, pero sus ecos llegan a través de quienes huyen. En el último año, unas 75.000 personas cruzaron la frontera hacia Mauritania, un país pobre que los acoge pero que no puede, por sí solo, atender sus necesidades básicas.

Desde su oficina en Nuakchot, Elizabeth Eyster, representante del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en Mauritania, advierte de las amenazas de una situación que conoce bien. “El campamento de Mbera, que fue concebido para unas 70.000 personas, alberga ahora a 107.000. Está saturado. La gran mayoría de los recién llegados están fuera del mismo, solo el 60% tiene acceso a un centro de salud, los puntos de agua sufren una enorme presión”.

A juicio de Eyster, es necesario actuar cuanto antes. “A pesar de la fragilidad de la región, el pueblo mauritano ha mostrado una generosa hospitalidad hacia los refugiados malienses a lo largo de los años. Sin embargo, necesitamos canalizar ahora el apoyo de la comunidad internacional antes de que la hospitalidad se convierta en hostilidad dados los altos niveles de pobreza y vulnerabilidad de la región”, comenta.

El conflicto en Malí data de 2012. Fue entonces cuando se creó Mbera, cerca de la frontera, en las proximidades del pueblo de Bassikounou. La mayoría de los allí acogidos en la última década pertenecen a las comunidades que habitan en las zonas fronterizas, sobre todo tuaregs, pero también árabes y peuls. Los acuerdos de Argel de 2015 entre los rebeldes y el Gobierno ralentizaron la llegada de nuevos refugiados.

Sin embargo, tras el golpe de Estado de 2021 todo cambió. Las nuevas autoridades militares buscaron el apoyo de Rusia y de los mercenarios de Wagner, expulsaron a los soldados franceses y de la ONU y, en 2023, se lanzaron a la recuperación del norte de la mano de sus nuevos aliados, provocando la huida de decenas de miles de civiles.

“Sus relatos nos hablan de unos niveles de violencia alarmantes. Tenemos muchos testimonios de mujeres que aseguran haber sido violadas y de pueblos saqueados. La población llega a Mauritania en una situación de gran vulnerabilidad. Por ello, es importante reforzar urgentemente su registro y documentación”, explica Eyster.

Una de las masacres más conocidas, pero no la única, sucedió entre el 27 y el 31 de marzo de 2022 en el pueblo de Moura, donde soldados malienses y supuestos mercenarios rusos, “blancos que hablaban un lenguaje desconocido” dijeron los supervivientes, asesinaron a unos 500 civiles y violaron a 58 mujeres y niñas, según un informe publicado por el Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas. La junta militar que gobierna en Malí negó los hechos y dijo que los únicos muertos en Moura habían sido terroristas yihadistas. Este informe fue la causa que provocó la expulsión de la misión de la ONU en Malí.


Tenemos que cambiar la narrativa, abandonar el concepto de ayuda humanitaria y evolucionar hacia políticas de integración, resiliencia y autosuficiencia”

Elizabeth Eyster considera que, en cierto modo, estamos ante una crisis olvidada. “Tenemos que cambiar la narrativa, abandonar el concepto de ayuda humanitaria y evolucionar hacia políticas de integración, resiliencia y autosuficiencia. El Gobierno mauritano está excepcionalmente abierto a ello y los propios refugiados quieren una oportunidad de trabajar, de contribuir. Un ejemplo son las brigadas anti incendios de Mbera, refugiados que dedican sus vidas a proteger las tierras mauritanas alrededor del campamento”, comenta.

Ello pasa, a juicio de Eyster, por una respuesta financiera internacional a la altura del desafío. En la actualidad, según Acnur, tan solo está cubierto el 14% de los 42 millones de euros necesarios para atender a los refugiados en 2024. “Mauritania está haciendo un esfuerzo impresionante. Les permite el acceso al mercado laboral y los más vulnerables reciben ayuda social”.

La representante de Acnur en Mauritania recuerda que “este es un país con muchas necesidades también. Por eso tenemos que financiar desarrollo para todos, mauritanos y no mauritanos, en las localidades donde están los refugiados y tenemos que hacerlo ya, cuanto más tiempo pase, más aumentará la tensión entre las diferentes comunidades. La mediación también hay que reforzarla”, explica.En la región fronteriza de Hodh Chargui, donde se encuentra Mbera, todos los malienses que llegan consiguen automáticamente el asilo. En la actualidad, esta zona acoge a unos 181.000 de ellos. En el resto del país, donde hay unos 19.000 refugiados, el personal de Acnur lleva a cabo una entrevista personalizada para evaluar la demanda de protección. “La guerra en Malí es compleja e imprevisible, ya afecta prácticamente a todo el país. Por eso tenemos que reforzar el sistema de asilo en las zonas urbanas (sobre todo Nuakchot y Nuadibú)”, añade Eyster.

Aunque en marzo las salidas se redujeron sobre todo debido al mal tiempo, entre noviembre y febrero, Mauritania se convirtió también en el principal punto de origen de la migración irregular que llega a Canarias por vía marítima. A bordo de las precarias embarcaciones viajan muchos malienses, sobre todo procedentes del sur y el oeste del país, que, en muchas ocasiones, huyen de las consecuencias directas o indirectas del conflicto. Fruto de todo ello, el pasado mes de febrero, la Unión Europea se comprometió a invertir 210 millones de euros en Mauritania.

“Es positivo ver que la UE se abre por fin a un enfoque global que incluye inversiones en la resiliencia de los refugiados y las comunidades de acogida para la asociación con Mauritania. Saludamos esta apertura para tener un enfoque más amplio porque, de lo contrario, un enfoque limitado a la gestión de las fronteras sería una oportunidad perdida”, concluye.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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