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“Apagaron nuestra cultura”: la geotermia, el orgullo renovable de Kenia que divide y amenaza a los masái

Esta energía limpia es la principal fuente de electricidad del país y la mayor de África, pero los vecinos del proyecto de producción más ambicioso del continente denuncian que fueron forzados a abandonar sus casas y se sienten excluidos de los beneficios financieros

Kenia
La geofísica de la compañía eléctrica pública KenGen, Anna Mwangi, posa ante las columnas de vapor que emergen del centro de geotermia Olkaria, Parque Nacional Hell’s Gate, en KeniaDavid Soler Crespo
David Soler Crespo
Hell’s Gate, Naivasha (Kenia) -

El paisaje es casi apocalíptico. Desde dentro de la tierra emergen nubes, en imponentes columnas, como si todo fuera a estallar, que ascienden hasta juntarse con las que cuelgan del cielo. El ruido de las tripas de la tierra expulsando el vapor ardiente solo se ve interrumpido por el pitido de las excavadoras, que trajinan en una amplia zona de obras custodiada por dos militares armados.

En esta zona, en pleno Gran Valle del Rift, dentro del Parque Nacional Hells Gate, Kenia ha desarrollado el proyecto más ambicioso de energía geotérmica de toda África. Allí, a menos de 20 kilómetros del cráter del extinto volcán Longonot, la placa tectónica somalí se está separando muy lentamente de la placa africana continental, lo que ayuda a “generar el magma y a que se caliente el agua bajo tierra” y posteriormente el vapor pueda subir a la superficie, explica la geofísica Anna Mwangi, que trabaja desde hace 15 años con la empresa pública Compañía Generadora de Electricidad de Kenia (KenGen, por sus siglas en inglés).

Lo que empezó en 1981 como una prueba con una pequeña turbina Mitsubishi de 15 megavatios, se ha convertido en una pieza central para la red eléctrica keniana, con cinco centrales, un proyecto bautizado Olkaria, que producen ya 940 megavatios. Cuatro de ellas están operadas por KenGen y una por la empresa estadounidense Ormat.

El objetivo de Kenia es triplicar la producción y llegar a los 3.000 megavatios de electricidad producidos por la geotermia. “El potencial total es de 10.000 megavatios en todo el país”, dice Mwangi. Estados Unidos fue el principal productor en 2023 con 3.794 megavatios de energía geotérmica. “Les podríamos superar”, añade la experta.

A excepción de un pequeño pozo en Eburru que genera 2,5 megavatios, la totalidad de la energía geotérmica del país viene de Olkaria, que proporciona el 42% de la electricidad del país. Kenia es en este momento el octavo país del mundo con mayor producción de energía geotérmica y el primero de África, pero en ningún otro país del mundo esta fuente representa tanto para la electricidad del país. Si el país explotase todo su potencial podría tener electricidad para cubrir hasta cinco veces la demanda nacional.

Una torre de enfriamiento expulsa vapor caliente en el centro geotérmico Olkaria, en Kenia, en el que se produce un 40% del suministro eléctrico del país africano.
Una torre de enfriamiento expulsa vapor caliente en el centro geotérmico Olkaria, en Kenia, en el que se produce un 40% del suministro eléctrico del país africano.David Soler Crespo

La comunidad local se queja del aislamiento

En este momento, un 86% de la energía de Kenia procede de fuentes renovables. El objetivo del Gobierno de este país africano es llegar al 100% en 2030 y asegurar que para ese mismo año todos los kenianos estén conectados a la red eléctrica. El país pasó de tener a solo un tercio de sus ciudadanos con luz en 2013 a un 73% diez años después. En junio de 2023, el canciller Scholz visitó Olkaria y definió a Kenia “un campeón climático inspirador”.

El pasado 21 de noviembre, el presidente keniano William Ruto reivindicó en Estrasburgo ante el Parlamento Europeo la labor de su país y la necesidad de cooperar para reducir el calentamiento global. Ese mismo día, la Unión Europea anunció un nuevo préstamo de 20 millones de euros para apoyar el objetivo del Gobierno de electrificar el país al 100% de cara a 2030.

En los alrededores de la central, esta imagen idílica de progreso sostenible de Kenia muestra sus grietas. Los responsables de Olkaria explican que colaboran estrechamente con las comunidades locales y que estas se benefician del desarrollo. “Incluso los geofísicos como yo, cuando vamos a hacer exploraciones utilizamos la sabiduría indígena para saber dónde perforar”, asegura Mwangi.

Pero un grupo de ocho miembros de la comunidad masái discrepa. “Han apagado nuestra cultura”, acusa Charles, un joven que vivía en el poblado que fue desalojado para construir este complejo. Sentados donde comienza el camino que lleva hacia el cañón del parque nacional, al que llevan a los turistas a ver jirafas, búfalos y cebras que campan a sus anchas, aseguran sentirse engañados por KenGen. Antes de la llegada de la geotermia, el parque Nacional Hells Gate era hogar exclusivo de estos pobladores y de los animales salvajes. “Su objetivo era echarnos a todos de la comunidad, pero dijimos que no”, asegura Daniel, un miembro del Centro Cultural Maasai Ololkarian, que prefiere no revelar su nombre completo.

En 2014, los responsables del proyecto eléctrico comenzaron a negociar con los afectados, alrededor de 1.200 personas que vivían en 155 viviendas que se situaban donde se iba a construir Olkaria V. A cambio, les ofrecieron una vivienda nueva y una compensación de 35.000 chelines kenianos, unos 200 euros. Aceptaron y se fueron, porque no tenían otra opción, pero se quejan de que la compensación no fue justa.

En primer lugar, por cómo se negoció. Los masái entrevistados por este diario alegan que los responsables del proyecto de la central usaron una táctica colonial y los dividieron, escogiendo como interlocutores a miembros de la comunidad sin estudios, a los que convencieron con comidas y noches en los lujosos hoteles del parque. “Han dividido a la comunidad, los representantes fueron comprados y lo más triste es que eran nuestros primos y hermanos”, asegura Daniel, afirmando que su vida ha empeorado.

Las casas modernas en las que fueron instalados están en una ladera y los problemas se amontonan. “Está sin asfaltar y cuando llueve todo se embarra y entra agua a las casas”, asegura Charles “Además, desde el lugar en el que vivimos ahora hasta nuestro lugar de trabajo hay 10 kilómetros de ida y 10 de vuelta. Nos han hecho la vida difícil”, añade.

Por otra parte, antes, los turistas podían visitar un poblado masái, conocer cómo vivían y comprar su artesanía. Eso les reportaba unos beneficios que ahora no tienen y, por si fuera poco, los masái reclaman que no tienen electricidad pese a estar tan cerca de la central de la que depende gran parte del suministro del país. “Es tan triste...”, se lamenta Daniel.

“El consumo individual en esta zona es tan pequeño… necesitamos un aumento de la demanda para producir más, como por ejemplo de la industria pesada”, se justifica Mwangi. En la zona, el Gobierno ha establecido una zona económica especial con tarifas de electricidad atractivas, con el fin de atraer a la industria. Cinco grandes empresas extranjeras ya se han comprometido a invertir 342 millones de euros, entre ellas una china y una turca que fabricará madera, cerámica, aluminio y acero. El cálculo del Gobierno es un impacto de casi 500 millones de dólares y 2.860 trabajos directos.

Sin embargo, en la comunidad masái también se quejan de que no se benefician de estas oportunidades de empleo, ya que solo les han dado pocos trabajos y además no cualificados. “Si emplean a veinte personas, solo una será de aquí”, reclama Daniel. Sus críticas van más allá del Gobierno de Kenia. “Culpamos al Banco Mundial. No se puede financiar algo que mata a otras personas. Deberían haber puesto algunas reglas, pero simplemente financiaron y se fueron”, asegura Daniel.

El desarrollo de la geotermia no hubiera sido posible sin inversión exterior. “Hemos tenido inversores y préstamos de instituciones financieras que nos han ayudado a producir antes”, explica Mwangi. El Banco Mundial comenzó a financiar las prospecciones en 1976 y desde entonces ha seguido financiando su expansión, así como del Banco Europeo de Inversiones y las agencias de desarrollo de Francia, Japón y Alemania.

A estos países se suman las nuevas inversiones de empresas de China, Reino Unido y EE UU. “De los 25 años de vida útil de una central eléctrica, solo se cubren los costes a partir de los 12 o 13 años de funcionamiento y después el megavatio es mucho más barato”, explica la geofísica.

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