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“Ha muerto el hijo de Arona”. El pueblo donde todos conocían a los migrantes del cayuco senegalés

En Fas Boye, la localidad desde donde salió una embarcación que pasó un mes a la deriva, dejando más de 90 muertos, los familiares lloran a los que se fueron y la ira contra las autoridades se propaga

Senegal
Children sit on a small boat in Fas Boye, Senegal, August 18.Joost Bastmeijer

Al cabo de 10 días llegaron las preocupaciones. Para entonces, el pescador Arona Boye ya sabía que su hijo estaba de camino a las islas Canarias. Pape Mambaye, de 25 años, no veía sentido a la existencia de un pescador: por culpa de la sobrepesca, cada vez hay menos peces en las aguas de Senegal. Quería ir a Europa. Pero el viaje desde la costa senegalesa hasta la isla española de Tenerife dura aproximadamente una semana, un poco más si el mar está agitado. Por eso, cuando el temor empezó a extenderse por el pueblo de Fas Boye (120 kilómetros al norte de Dakar) el padre de Mambaye y decenas de pescadores decidieron buscar ellos mismos el barco que suponían a la deriva. “Pero el alcance de una pirogue (un cayuco) es pequeño”, suspira el pescador, desde una silla de plástico en el patio de su casa, repleto de redes de pesca. “No teníamos ni idea de dónde buscar”.

En las semanas siguientes, él y sus compañeros se desesperaron cada vez más. Boye y los demás pescadores buscaron en vano la embarcación, que partió del pueblo el 10 de julio. Aunque las 130 personas a bordo procedían en su mayoría de esta localidad pesquera de 20.000 habitantes, muchos vecinos dicen no tener ni idea de que sus seres queridos quisieran hacer la travesía hasta el archipiélago español. Ante la ausencia de señales de vida, los familiares dieron la voz de alarma. A causa de su insistencia, aseguran, los guardacostas marroquíes y españoles se pusieron a buscar sin éxito. Hasta el pasado miércoles, más de un mes después de la partida del cayuco, no habría más noticias.

La embarcación fue avistada por un buque español a unos 275 kilómetros de la isla caboverdiana de Sal. En total, 38 personas, entre ellas varios menores, han sido rescatadas. Al menos otras 92 personas que iban a bordo murieron probablemente de hambre y sed, una noticia que golpeó como una bomba a la comunidad pesquera —la cifra inicial era de 63 fallecidos, pero el viernes la ONG española Caminando Fronteras confirmó que los ocupantes de la embarcación no eran 101, como se pensaba inicialmente, sino 130—. Familiares y curiosos acudieron rápidamente al teniente de alcalde Moda Samb, que está en contacto con las autoridades caboverdianas. También se mantuvo informado por teléfono al jefe del pueblo, Madiop Boye, que vive enfrente del pescador Boye.

Maryam Sowe, que perdió a su hijo Pape en el cayuco a la deriva, este viernes.
Maryam Sowe, que perdió a su hijo Pape en el cayuco a la deriva, este viernes. Joost Bastmeijer

“Desde el miércoles, todo el que busca noticias acude al jefe del pueblo”, dice el pescador con los ojos enrojecidos, “lo que significa que muchos también acuden a nosotros para darnos el pésame”. Decenas de personas a bordo siguen desaparecidas en el mar, lo que en realidad significa que han muerto: el barco nunca zozobró. Aunque Boye aún no sabe si su hijo pertenece a los tripulantes “desaparecidos” o a los supervivientes rescatados por las autoridades caboverdianas, se muestra esperanzado: no quiere saber nada de condolencias. “Uno de los supervivientes dijo que vio a mi hijo en el hospital”, dice inseguro. Su mujer, tumbada detrás de él a los pies de su cama, rompe a llorar.

En la habitación alicatada del jefe del pueblo, Madiop Boye, al otro lado del camino de tierra, resuena de fondo el lamento de la esposa del pescador. Aunque el jefe de la localidad parece haberse acostumbrado ya, parece tenso. “Nuestro pueblo nunca había visto nada igual”, murmura en voz baja. “Estamos devastados y derrotados”, dice, retorciendo las cuentas de oración en su mano. Sus hijos e hijas siguen en el pueblo, explica, pero hay seis miembros de su familia lejana de los que aún no se sabe nada. Aquí todo el mundo conoce a alguien que iba en el barco.

Un poco más allá, en una plaza entre cuatro edificios bajos que sirven de mezquita al aire libre, se confirma esta afirmación. Primos, hermanas, hijos de vecinos, cuñados: todos los presentes conocen al menos a una de las personas que iban a bordo. En un rincón de la sala de oración, en el lado de las mujeres, Maryam Sowe llora, tapándose la cara con un pañuelo amarillo. Su hijo Pape, de 35 años, está entre los muertos confirmados; su cuerpo sin vida fue encontrado en la embarcación. “No tengo ni idea de por qué se fue”, dice cuando ha recuperado la compostura. “Tenemos una buena vida, siempre dijo que se quedaría con nosotros”. Lucha contra las lágrimas. “Alá lo envió para ayudar a sus padres, todo lo que tenemos que hacer es ser pacientes”.

Uno de los hombres de la mezquita al aire libre tiene más suerte. Ibrahim Sarr saca su teléfono del bolsillo. En la pantalla, las fotos y vídeos de WhatsApp muestran a jóvenes demacrados: algunos están sentados en una pared de azulejos azules, otras parecen agotados, con una vía intravenosa, sentados en una cama de hospital. “Ese es mi hijo”, dice Sarr con voz grave. “Se sacrificó por nosotros y quería ganar dinero en Europa. Gracias a Alá sobrevivió”. Luego añade, con una mirada aguda: “Alá ha decidido a quién se lleva. Mi hijo no fue uno de los fallecidos. Pero eso no significa que esta tragedia no debiera haberse evitado”.

Ibrahim Sarr, otro vecino de Fas Boye, muestra una foto de su hijo, hospitalizado en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) tras sobrevivir al viaje en cayuco.
Ibrahim Sarr, otro vecino de Fas Boye, muestra una foto de su hijo, hospitalizado en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) tras sobrevivir al viaje en cayuco.Joost Bastmeijer

Rabia en las calles

Pero también hay mucha rabia en las calles de Fas Boye. Creen que si las autoridades senegalesas hubieran buscado más y mejor el barco desaparecido, la idea es que se habría encontrado hace semanas y las personas a bordo seguirían vivas. El descontento por la actitud de las autoridades ha desembocado en disturbios, saqueos y destrucción. Un grupo de jóvenes vecinos de Fas Boye se echó a la calle el miércoles por la noche, atacando edificios gubernamentales como la escuela local. El campo del teniente de alcalde Moda Samb también ardió en llamas. Samb asegura que ha pedido varias veces a las autoridades que intervengan, pero que sus peticiones no han sido atendidas.

El 23 de julio, la ONG Caminando Fronteras alertó: “Ha desaparecido un cayuco senegalés con más de 120 personas a bordo. Salieron hace 14 días y las familias desesperadas piden un refuerzo de medios de búsqueda”. No fue hasta el pasado jueves cuando la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) informó de que al menos 63 personas habían muerto en aguas del Atlántico, en el oeste de África, después de pasar más de un mes a la deriva.

El pescador Arona Boye, rodeado de familiares y vecinos en el patio de su casa. Su hijo Pape Mambaye, de 25 años, perdió la vida en el cayuco a la deriva.
El pescador Arona Boye, rodeado de familiares y vecinos en el patio de su casa. Su hijo Pape Mambaye, de 25 años, perdió la vida en el cayuco a la deriva. Joost Bastmeijer

La que une el continente africano hasta las islas Canarias es una de las rutas migratorias más mortíferas del mundo. Al menos 559 personas, entre ellas 22 niños, murieron en el mar el año pasado, según la OIM. Proceden en parte de Senegal, de donde parten regularmente embarcaciones con migrantes.

“Entiendo muy bien por qué los jóvenes están enfadados”, dice con voz temblorosa Madiop Boye, el jefe del pueblo. “Pero, por supuesto, desaprobamos rotundamente la violencia”. Entonces su hijo irrumpe en la sala de recepción, susurrándole algo al oído. El anciano suelta un grito y se levanta inmediatamente. “Ha muerto el hijo de Arona”, dice, dirigiéndose a grandes zancadas hacia la casa, al otro lado del camino de tierra. Decenas de personas se han reunido ya en el patio. A derecha e izquierda hay mujeres tiradas en el suelo, llorando. Arona Boye, el pescador está sentado derrotado en su silla de plástico, con la cara enterrada entre las manos. A su lado, su mujer yace en el suelo, gritando y pataleando. “Este es el destino de Fas Boye”, dice el anciano del pueblo, observando el dolor. “No nos queda más que rezar”.

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