Malaui no puede contra el cólera
Los desastres naturales asociados al cambio climático, la debilidad de la infraestructura sanitaria y la disminución del suministro mundial de vacunas hacen que unos de los países más pobres del mundo se enfrente a su peor brote de cólera de los últimos diez años
La tormenta tropical Ana, tras su paso por Madagascar y Mozambique, azotó, a finales de enero, la zona sur y centro de Malaui, en el sudeste africano, y dejó más de 190.000 desplazados internos, 45 muertos, y daños importantes en la red de infraestructuras del país. Miles de familias tuvieron que abandonar sus casas y quedaron expuestas a la falta de alimentos y agua. Se improvisaron campamentos y las ONG y el gobierno aunaron esfuerzos para hacer frente a los deterioros. No hubo casos de cólera. Llegó marzo y, con este, el ciclón Gombe: más inundaciones y más fallecidos. Una semana antes se había detectado el primer caso de cólera en el país, precisamente en la región sur, la más afectada. Cuatro días después, se localizó el segundo. Malaui enfrenta hoy el peor brote de la última década, con 10.652 casos confirmados y 310 muertes.
El cólera es una de las enfermedades infecciosas con potencial pandémico más antiguas del mundo, cuyo primer caso se detectó en 1817. Se contagia por la ingesta de alimentos o agua contaminados por la bacteria vibrio cholerae y provoca diarreas intensas y deshidratación. Lo nuevo ahora no es la bacteria, sino la forma en la que se ha extendido. La enfermedad es endémica en Malaui y lleva repitiéndose casi anualmente desde 1998, siempre durante la estación de lluvias, que va de diciembre a marzo. “Se manifestaba en zonas muy concretas, sobre todo en el sur. Lo que no tiene precedentes es la propagación por todo el país, y menos durante la estación seca”, explica Marion Péchayre, jefa de misión de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el país.
Malawi enfrenta hoy el peor brote de la última década, con 10.652 casos confirmados y 310 muertes
No es solo Malaui, sino que el mundo entero enfrenta un aumento de casos de cólera sin precedentes. Entre 2017 y 2021, 20 países notificaron alguno y desde enero de 2022 ya lo han hecho 29. Entre los peores se encuentran Haití (en solo dos meses tras la declaración del brote hay más de 10.000 positivos y 190 muertes), Siria (20.000 positivos y más de 75 muertes), Nigeria (más de 12.000 positivos y 382 muertes), o Bangladesh (más de 460.000 positivos y 29 muertes). La gravedad de la enfermedad se ve acentuada por la crisis de los movimientos de población y los conflictos. Aunque en Malaui, el octavo país más seguro de África, según el Índice de Paz Global, no es el caso.
La última actualización del Ministerio de Salud de Malaui, el 28 de noviembre, recoge: “La mayoría de las muertes ocurrieron en las comunidades o en los centros de salud debido a que los pacientes se presentaron tarde para recibir tratamiento”. El acceso rápido para no morir es esencial, pero las largas distancias entre las comunidades y los centros de salud lo está retrasando. Si se llega a tiempo, más del 99% de pacientes sobreviven. Si no, la deshidratación puede matar en cuestión de horas.
Este no es el único reto que enfrenta el país. “En un centro de salud encontramos a 150 pacientes ingresados y tras hacer un triaje quedaron solamente 50. Cuando las estructuras de tratamiento se congestionan, el riesgo de contaminación es mucho mayor. El triaje en epidemias es clave”, explica Péchayre. Acusa también deficiencias en la falta de estructuras de agua y letrinas y en el conocimiento de la población, así como del personal sanitario, en cuanto a la transmisión fecal-oral de la enfermedad.
En Malawi, solo el 26% de la población tiene acceso a servicios básicos de saneamiento
Malaui, con 20 millones de habitantes, apenas cuenta con 328 centros de salud, eso significa uno por cada 60.000 habitantes. En las zonas rurales, el 37 % de los hogares dedica 30 minutos o más a buscar agua potable y solo el 77% de los puntos de agua en todo el país funcionan, según el informe Agua, Saneamiento e Higiene, de Unicef. Solo el 26% de la población tiene acceso a servicios básicos de saneamiento, añade el documento.
El centro de salud de Mtosa, en Nkhotakota, el distrito con más muertes registradas, está lejos de todo y es actualmente uno de los focos de cólera del país. “No tenemos suero intravenoso y nos queda muy poco suero oral. Ayer se nos murió un paciente”, lamenta Emmanuel Chipokodzi, el asistente médico. Pero hay más obstáculos: “No tenemos Unidades de Tratamiento del Cólera [CTU, por sus siglas en inglés]. Ni personal ni suministros. No tenemos kits contra esta enfermedad. Carecemos de letrinas específicas, así que el resto de pacientes están usando las mismas que utilizan los enfermos. Incluso el personal las empleamos. La situación es desesperante”, protesta.
Tres factores
Hay tres factores que han agravado la situación del país. Por un lado, los desastres naturales asociados al cambio climático: Ana y Gombe arrasaron cultivos, causaron pérdidas en la producción de alimentos y ganado y afectaron a las centrales hidroeléctricas que proporcionaban el 30% de la electricidad de Malaui, lo que ha provocado cientos de miles de desplazados, cortes en el suministro de agua y apagones que todavía duran. Otro es la falta de conocimiento de las medidas higiénicas y la debilidad de la infraestructura sanitaria para proveer suministros, lo que ha extendido la enfermedad hacia el norte del país, algo inédito. El tercer factor es la limitación mundial de vacunas. El Grupo Internacional de Coordinación encargado del suministro (ICG, por sus siglas en inglés) anunció en octubre la suspensión temporal de las dos dosis porque no hay vacunas suficientes.
Con dos dosis el periodo de inmunidad es de tres a cinco años y tiene un nivel de protección del 80%, pero con una sola el tiempo es de seis meses a dos años y tiene un nivel de protección del 50%Marion Péchayre, jefa de misión de MSF en Malawi
“Con dos dosis el periodo de inmunidad es de tres a cinco años y tiene un nivel de protección del 80%, pero con una sola el tiempo es de seis meses a dos años y tiene un nivel de protección del 50%”, advierte Péchayre, de MSF Malaui. Uno de los tres únicos fabricantes para su uso en emergencias, Santha Biotechnics, detendrá la producción a finales de este año y el suministro a finales de 2023. A pesar de que la farmacéutica tomó esta decisión en 2020 debido a que estaban produciendo volúmenes muy pequeños frente a la demanda total, la situación es preocupante.
“El número global de dosis enviadas desde la reserva ha pasado de 200.000 en 2013 a 27 millones en 2021. Para 2022 ya se han enviado 23,5 millones”, explica Tarik Jasarevic, portavoz de la OMS. Y añade: “Las necesidades tanto para responder a un brote agudo como para la vacunación preventiva superan con creces las dosis disponibles”.
“Si bien los desencadenantes de los brotes, como la pobreza y los conflictos, persisten, enfrentamos una amenaza creciente con el cambio climático”, explica Jasarevic. “A medida que se intensifican los impactos del calentamiento global, podemos esperar que la situación empeore, a menos que actuemos para impulsar la prevención. La bacteria es impulsada tanto por el exceso como por la escasez de agua”, insiste. Los desastres naturales reducen el acceso a agua limpia y crean un entorno idóneo para la propagación de la bacteria.
“Las predicciones de la inminente época de lluvias son más elevadas de lo normal. Hay muchas probabilidades de que este año también se produzcan inundaciones”, adviert Lucy Mtilatila, directora del departamento de cambio climático del Ministerio de Silvicultura y Recursos Naturales de Malaui. Los puntos críticos de los desastres naturales están en el sur del país y esta región se ve afectada, cada vez más, por fuertes inundaciones y sequías. Mtilatila apunta a otro problema: el tiempo de respuesta a esos eventos. “Hasta que las inundaciones no se producen, no hay una respuesta”. Y en cuanto al cólera: “Debemos ser capaces de controlarlo ahora, antes de las lluvias. Si no, va a ser un desastre”.
Dzaleka: 40.000 olvidados en riesgo
Malaui recibió en mayo 3,9 millones de dosis de la vacuna oral contra el cólera (OCV, por sus siglas en inglés). Debido a la propagación por todo el país, 2,9 millones fueron enviadas el 7 de noviembre para iniciar una nueva campaña, que dará prioridad a 14 distritos con un alto número de casos, aunque ninguna va destinada a Dowa, distrito en que está el campo de refugiados de Dzaleka. “13.331 personas fueron vacunadas en diciembre de 2021 en el campo”, explica Hilda Katema Kausiwa, experta en gestión de operaciones del Departamento para Refugiados del Ministerio de Seguridad Nacional de Malaui.
En 2021 vivían en el campo más de 50.000 personas (actualmente hay 56.425 en un lugar destinado a albergar a 12.000, según ACNUR). Mwamini Maombe, una madre refugiada de la República Democrática del Congo, es una de ellas. Llegó a Dzaleka en 2017 huyendo del conflicto de su país y a finales de ese mismo año le administraron la OCV a ella y a tres más de su familia, pero no se la volvieron a dar en ninguna otra ocasión. Ocho miembros no recibieron ninguna dosis: “No confiamos en el agua del pozo y no tenemos dinero para comprar jabón. Tenemos miedo de lo que nos pueda pasar”, se lamenta.
No hay positivos en Dzaleka, pero el Gobierno ha ordenado a los 8.000 refugiados repartidos a lo largo del país a volver de forma obligatoria al campo, lo que puede agravar la situación. El 30 de noviembre para aquellos que viven en áreas rurales y el 1 de febrero para los que se encuentran en las ciudades es el plazo límite para los retornos voluntarios. Muchas personas habían rehecho sus vidas en Malaui, tenían trabajos y se habían integrado en la sociedad. Ahora, esta decisión los hace volver a un lugar superpoblado, donde “la provisión de servicios básicos está operando al límite”, explica Kenyi Emmanuel Lukajo, responsable asociado de relaciones exteriores de ACNUR. La llegada de personas que provienen de áreas donde hay contagios aumenta el riesgo de que la enfermedad aparezca en el campo: otro obstáculo más para contener el brote de cólera.
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