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Ruanda aspira a convertirse en el Silicon Valley africano

Sin recursos naturales ni salida al mar, el pequeño país africano apuesta por la innovación digital como una vía hacia el desarrollo. Una mezcla de planificación estatal e iniciativa privada han convertido a su capital en un inmenso laboratorio de ‘start-ups’

Noorsken Kigali House
Un aeropuerto de drones en Ruanda en donde se organiza la distribución de fármacos y de sangre en zonas de difícil acceso gracias a aviones no tripulados, en septiembre de 2019.Foster and Partners

En el centro de Kigali, la capital de Ruanda, un macrocomplejo de madera, vidrio y metal simboliza el furor tecnoptimista que agita al país de Africa oriental. La Noorsken Kigali House, impulsada por una fundación sueca homónima, se erige como el centro de emprendimiento digital más grande del continente. Unas mil personas ruandesas y de otros países africanos frecuentan sus instalaciones. Trabajan con sus portátiles en espacios compartidos. Recurriendo a la jerga start-up, incuban o aceleran ideas innovadoras para concretarlas en negocios viables. Buscan dinero entre inversores de capital riesgo, bancos o donantes. Comparten sueños con otros jóvenes de aspiraciones similares.

No es casualidad que la Noorsken Foundation haya elegido Ruanda como laboratorio panafricano para emprendedores de la nueva economía. Ni que allí tenga su sede Smart Africa, una colaboración intergubernamental entre más de 30 países para mejorar la conectividad e impulsar transformaciones digitales. O que en la ciudad se haya instalado uno de los dos centros del continente (el otro está en Sudáfrica) para la cuarta revolución industrial, dentro de una red global creada por el Foro Económico Mundial. El pasado mayo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) anunció la ciudad que albergará las oficinas centrales de Timbuktoo, un proyecto para agilizar la financiación de emprendimientos en Africa. A pocos sorprendió que, una vez más, la decisión recayera en Kigali.

A principios de la pasada década, el Gobierno de Ruanda trazó un plan: convertir al país en una economía del conocimiento

La capital del pequeño país ubicado en la región de los Grandes Lagos bulle en una inmensa caldera de códigos binarios. Son tiempos de cosecha, un período efervescente para empezar a recolectar los frutos de una estrategia de largo recorrido y seguir mirando hacia adelante. A principios de la pasada década, el Gobierno de Ruanda trazó un plan: convertir al país en una economía del conocimiento, a imagen y semejanza de otros países (el ejemplo más citado fue Singapur) que habían atajado el subdesarrollo por la vía rápida. “No tenemos salida al mar ni recursos naturales, aquí no hay oro o petróleo. Pero la apuesta por lo digital puede hacernos únicos”, sostiene Pascal Murasira, director general de la Noorsken Foundation en Africa, en una conversación por videollamada.

Poco a poco, van encajando las piezas de un diseño de Estado con ambiciosos objetivos: ser una nación de renta media-alta en 2035 y alta en 2050. Un ministerio coordina el engranaje a escala nacional. Se ha despejado de trabas burocráticas la creación de empresas. Ruanda pone facilidades a la hora de conceder visados de entrada y cierra acuerdos con actores variopintos que, por motivos también diversos, desean implicarse en su visión estratégica.

Más importante quizá, el Gobierno hace gala de transparencia y tolerancia cero con prácticas turbias. Se juega su reputación de país fiable, esencial en la construcción de un marco estable que atraiga inversiones. Según Transparency International, Ruanda es el cuarto país africano menos corrupto. “En comparación con otros nodos [hubs en inglés] digitales del continente, una de nuestras principales ventajas es que contamos con políticas efectivas que permiten que florezca la innovación”, apunta Cares Manzi, director general de la filial ruandesa de Impact Hub, compañía de co-working con presencia en 50 países.

Drones sanitarios

Durante la inauguración, el pasado junio, de uno de los cuatro edificios que forman la Kigali House, el ministro de Sanidad ruandés, Tharcisse Mpunga, ejemplificó cómo el país ha ido cerrando, con hechos palpables, las bocas más escépticas. “Recuerden cuando empezamos a repartir sangre por todo el país mediante drones; todos se rieron de nosotros. Miren ahora hasta dónde hemos llegado”, dijo a los asistentes.

Mpunga se refería a la colaboración entre el Gobierno y Zipline, líder mundial en logística automatizada con aviones no tripulados. A mediados de la pasada década, la empresa estadounidense buscó por todo el mundo clientes para echar a andar. “Ruanda fue el primero que mostró verdadero interés”, relata Shami Benimana, director de su división ruandesa. Tortuosa orografía, lluvias torrenciales, ausencia de buenas carreteras y afán de riesgo convergieron en una senda inédita. “Estuvieron dispuestos a abrir su espacio aéreo para drones, a probar algo nuevo”, continuó.

Hoy se transporta por los cielos de Ruanda sangre, pero también todo tipo de material médico y, desde hace unos meses, veterinario para uso ganadero

Las operaciones arrancaron en 2016 con el reparto de sangre, desde el banco central en Kigali, a un remoto hospital en las montañas. El novedoso sistema se ha extendido a 400 centros sanitarios que cubren el 97% del territorio. Hoy se transporta por los cielos de Ruanda sangre y, desde hace unos meses, todo tipo de material médico veterinario para uso ganadero. Un sofisticado programa orquesta despegues y aterrizajes, actualiza necesidades y pedidos. “Si hubiéramos empezado en Europa o algún país rico de Asia, menos gente habría dudado de nuestras posibilidades de éxito”, admite Benimana. Tras los excelentes resultados de su aventura ruandesa, Zipline no ha parado de expandirse. En la actualidad está presente en EE UU, Japón y otros cuatro países africanos.

A pesar de su pujanza, parece improbable que Kigali pueda competir algún día en volumen con los principales nodos innovadores del continente. Grandes ciudades –algunas auténticas megalópolis– que sitúan a las principales potencias africanas en el mapamundi de la economía digital. Según el director general de Smart Africa, Lacina Koné, son Lagos en Nigeria, Nairobi en Kenia, El Cairo en Egipto y Ciudad del Cabo en Sudáfrica. Algunos listados ya incluyen a la capital de Ruanda en la misma liga que las “cuatro grandes”, como las llama Koné.

Murasira sostiene que Ruanda hará bien en olvidarse de cantidades para centrarse en gestar y atraer puro talento. Abonar la tierra para que mentes capaces de trascender lo obvio den con esa tecla —no tan común— que une originalidad y eficiencia. El fin no sería tanto que surjan empresas como setas, sino idear soluciones de vanguardia y afinar su implantación para que sugerentes conceptos no se pierdan, entre sueños grandilocuentes, por el desagüe de la mera ocurrencia. “Podemos ser el principal mercado proof of concept [en castellano, algo así como campo de pruebas] de las innovaciones tecnológicas en África. Un lugar donde uno pueda testar ideas, experimentar y, si funcionan, escalarlas a otros mercados más grandes”, afirma el director de la Noorsken Foundation en Africa.

Así ha ocurrido con Zipline. O con Ampersand, que primero puso a circular mototaxis eléctricos en Kigali y luego dio el salto a Nairobi. Ambas empresas (líderes por facturación entre las start-ups de Ruanda) coinciden en un patrón: equipos mayoritariamente locales y, en la cúspide, un fundador o dirctor ejecutivo occidental. No representan un caso aislado. “El talento extranjero ha contribuido a que la gente de aquí aprenda, se anime y acabe emprendiendo también; no solo en Ruanda, en toda África”, subraya Koné. Existen cada vez más ejemplos de éxito estrictamente caseros. El más notable es AC Group, que hace unos años digitalizó el acceso al transporte público de Kigali y recientemente ha iniciado actividades en Camerún.

Tecno-élite para el cambio

Como cantera de brillantes emprendedores, Ruanda apenas ha empezado a explorar las primeras vetas. “No hay que olvidar que, en 1994, tras la guerra civil y el genocidio que hizo al país tristemente famoso, se partía prácticamente de cero”, recuerda Tim Brown, director de Investigación en la Carnegie Mellon University (CMU) Africa, sucursal en Kigali de esta prestigiosa institución. En ciencias informáticas, la universidad estadounidense se codea en la cúspide mundial con Stanford o el Insituto de Tecnología de Massachussets. Y optó por Ruanda para su andadura africana.

“El país vio que sus universidades ya producían buenos informáticos, pero necesitaban líderes tecnológicos
Tim Brown, director de Investigación en la Carnegie Mellon University

De nuevo, que la CMU desembarcara hace 10 años en Kigali —para ofertar solo estudios de posgrado— no responde al azar o el capricho. Todo forma parte del mismo plan. “El país vio que sus universidades ya producían buenos informáticos, pero necesitaban líderes tecnológicos que, mediante másters de alta exigencia, les llevaran al siguiente nivel. A diferencia de otros países, Ruanda ha estudiado muy bien las necesidades de su ecosistema digital”, explica Brown.

La mitad de los alumnos de la CMU Africa son ruandeses; la otra mitad, del resto de África. “Animamos a pensar en grande, con perspectiva continental y, por qué no, mundial”, continúa Brown, que enfatiza la importancia de contextualizar la innovación africana: “Existen enormes oportunidades de hacer cosas maravillosas que solucionen problemas reales”. Algunos estudiantes viajan a Pittsburgh (EE UU) —donde se ubica el campus principal de la CMU— para realizar estancias investigadoras. El director de la Carnegie Mellon University (CMU) Africa describe el fuerte contraste que suelen experimentar. “No vuelven impresionados. Me cuentan que allí han visto investigación del tipo una nueva tecnología que permite descargar páginas web 20 milisegundos más rápido, o alguna aplicación de inteligencia artificial para aumentar el rendimiento publicitario. Minucias de primer mundo, me dicen. Aquí intentamos dotar a la gente de oportunidades educativas o sanitarias que antes no existían”.

El Gobierno y la propia universidad subvencionan los másters que oferta la CMU África. Si además incluyen beca, las tasas pueden caer por debajo de los 10.000 euros anuales, irrisorios en cuanto a calidad-precio, prohibitivos para la inmensa mayoría de estudiantes ruandeses. Se trata de formar en la excelencia a una tecno-élite que ya provenga de entornos privilegiados. En un país que, a pesar de su alto ritmo de crecimiento, aún no supera los 1.000 euros de PIB per capita, situándose así en la parte media-baja del continente por nivel de riqueza. Aquejada de graves carencias estructurales, Ruanda parece haberlo apostado (casi) todo al caballo ganador de la catapulta digital.

El Gobierno y la propia universidad subvencionan los másteres que oferta la CMU África. Si además incluyen beca, las tasas pueden caer por debajo de los 10.000 euros anuales, irrisorios en cuanto a calidad-precio, prohibitivos para la inmensa mayoría de estudiantes ruandeses

“No se trata de abandonar, por ejemplo, la agricultura”, matiza Murasira, “sino de pensar en soluciones radicales que aceleren el cambio en sectores tradicionales”. El director general de Smart Africa, Lacina Koné, por su parte, anima a que las voces críticas con el camino elegido por Ruanda —u otros países africanos que están priorizando lo digital— empiecen a “mirar al desarrollo desde una perspectiva diferente”. En su opinión, persiste una noción “clásica”, heredada de Occidente, sobre cómo abordar el progreso: “Infraestructuras, escuelas, hospitales... Y cuando estas redes están bien consolidadas, dar el salto a una sociedad tecnológica”. Koné sostiene que solo un tándem de innovaciones bien diseñadas y alta conectividad permitirá a África propulsarse hacia el bienestar de la mayoría.

Murasira resume la “teoría del cambio” que preconiza la Norrsken Foundation: “Fomentar modelos de emprendimiento que generen innovaciones de impacto; gracias a los impuestos que paguen las empresas resultantes, los gobiernos pueden invertir en servicios básicos”. Con su cruce entre planificación estatal y fertilidad privada de acento techie, Ruanda se asemeja a un gran laboratorio del cambio vertiginoso. Ha creado un organismo ad hoc, el Kigali International Financial Center, para evitar que sus empresas opten por radicarse en paraísos fiscales. Y ya rugen, tras años de espera, las gruas que edifican la guinda de su elevado anhelo. Una mini-ciudad a las afueras de la capital. Su nombre, toda una declaración de intenciones: Kigali Innovation City.

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