Datos del Gobierno de Ruanda
Datos del Gobierno de Ruanda y ONU Habitat (2005)
Datos del Gobierno de Ruanda
Datos del Gobierno de Ruanda
Datos de una encuesta de 2008 de ONU Mujeres (Safe Cities)
La capital de Ruanda usa el desarrollo urbanístico sostenible como palanca para paliar la pobreza y la desigualdad de género, y mejorar la salud.
Textos: Alejandra Agudo | Fotos y vídeo: Paula Casado / Kigali (Ruanda)
Kigali es una ciudad distinta de cualquier otra. Es evidente desde la llegada al aeropuerto internacional, en un terreno allanado entre las numerosas colinas sobre las que se expande. Las bolsas de plástico tienen prohibida la entrada. Esta es solo una de las estrictas medidas para conseguir que la capital de Ruanda haga honor a su fama internacional como “la más limpia de África”. Merecida, a la vista de la ausencia de basura, ni el más mínimo papel de chicle o colilla —no está permitido fumar en espacios públicos—, en sus calles. Pero, como advierte el refranero español, no es oro todo lo que reluce. Tampoco en Kigali.
La urbe es muchas en una. La de las calles asfaltadas, iluminadas, con viviendas de ladrillo y varias estancias, y una economía “vibrante”, como alardean las autoridades locales; y también la de los caminos de tierra, las pequeñas casas de adobe, madera o chapa, en la que muchos carecen de acceso al agua y es insegura para las mujeres. La primera, donde se levanta el centro financiero con modernos edificios de cristaleras, allí donde hay centros comerciales y hoteles para los turistas y empresarios, es una pequeña muestra de lo que el resto debería (y quiere) ser. Ese es el plan.
Desde 2013, Kigali tiene lo que sus gobernantes llaman un Master Plan, una guía para conseguir una ambiciosa lista de aspiraciones en 2020: una red de transporte sostenible, viviendas asequibles, grandes infraestructuras, carreteras, saneamiento mejorado... con la “excelencia urbanística” como bandera y la atracción de inversores como objetivo último. Pero fue mucho antes, en 1994, cuando la ciudad comenzó su reconstrucción física y humana, después del genocidio en el que más de un millón de personas fueron asesinadas a machetazos por sus vecinos en todo el país —unas 250.000 en Kigali— y cualquier atisbo de población quedó reducido a escombros en solo 100 días. Hay un antes y un después. Desde entonces, se mira al futuro sin olvidar el pasado. El memorial dedicado a las víctimas, los programas de sensibilización sobre derechos humanos y el férreo (y criticado por organizaciones defensoras de los derechos humanos) control de actitudes sospechosas de incitar al odio son buena prueba de que el país no quiere repetir su historia.
El esfuerzo por levantarse de nuevo, siguiendo modernos criterios de sostenibilidad para reconstruir la ciudad, así como su lucha contra los asentamientos informales y la suciedad, fue reconocido por ONU Habitat en 2008, cuando galardonó a la capital y a sus dirigentes por las medidas encaminadas a “recuperar su gloria perdida”. Una de ellas, además de las mencionadas, es el Umuganda, un fin de semana al mes en el que se reúne toda la comunidad sin excepción —hasta el mismo presidente, Paul Kagame, participa— para trabajar juntos en la construcción y mantenimiento de calles, plazas, hospitales o escuelas. Su laureado modelo de limpieza, del que hablan con sentido orgullo desde ministros hasta camareros, taxistas y el joven universitario David, que desea practicar su inglés con extranjeros por la calle, ha recibido también duras críticas.
Human Right Watch publicó una investigación en octubre de 2015 —El secreto detrás de las limpias calles de Kigali— en la que acusaba a las autoridades, con testimonios directos de víctimas, de detener y confinar injusta e injustificadamente a los vagabundos y prostitutas que “ensuciaban” la ciudad en el Gikondo Transit Center. Una “prisión”, en palabras de la organización, donde se producen abusos y malos tratos. Fred Mugisha, responsable de urbanismo del consistorio, da otra versión. “Los mendigos y las prostitutas estaban ahí, en la calle, y lo que hicimos fue darles la formación para que se unieran en cooperativas y crearan su propio negocio. Podríamos haberles dado dinero, pero eso no habría solucionado nada”, detalla. Reconoce que muchos acaban formando parte del ejército de barrenderos y jardineros artífices de que Kigali luzca impecable. En sus inaccesibles (por escarpadas) y numerosas zonas verdes, no crece ni una mala hierba.
“Desde 1998, en sólo una década, la localidad se ha transformado en un lugar al que vienen personas de todas las esquinas del mundo para aprender cómo pueden replicar su modelo de modernización y conservación urbanas”, justificaba el organismo de la ONU su decisión. Sin embargo, ese Kigali merecedor de premio, modelo en el que otras urbes deben mirarse, es todavía un espejismo para la mayoría de sus habitantes.
El 83% de los vecinos residen en viviendas informales, no planificadas, construidas de materiales endebles, sin un grifo en el que lavarse las manos —sólo el 17% de los hogares tiene agua dentro de la vivienda para el aseo personal; de ellos, en el 83% había además jabón, según la encuesta de salud 2014-2015 del Instituto Nacional de Estadística ruandés—. Con todo, en Kigali, el 89% de los hogares tiene acceso a fuentes de agua potable, que puede ser un grifo en el interior o una fuente en la calle.
Este tipo de asentamientos precarios, los slums, ocupan el 62% de la superficie de la ciudad. Es fácil detectar cuándo se ha llegado a uno: la carretera y las aceras desaparecen dejando paso a bacheados caminos de polvo rojo, ríos de barro cuando llueve y el agua desciende rauda por las laderas de las colinas hasta los frondosos valles. Así son 864 kilómetros de calles “inadecuadas para el tráfico rodado”, frente los 153 kilómetros que sí están pavimentadas, según datos recogidos en el Transport Sector Strategic Plan (2013-2018) del Ayuntamiento. La siguiente fase es ampliar el grado de urbanización del que gozan las principales arterias y áreas estratégicas.
“En el marco de nuestro programa Ciudad de Viviendas Asequibles, tenemos proyectada la edificación de 30.000 unidades, unas 10.000 al año, para lo que buscamos socios que nos ayuden a desarrollar barrios residenciales”, explica Fred Mugisha, responsable de urbanismo del consistorio. Algunos de esos vecindarios para que “todo ruandés tenga una casa” ya están construidos, pero nadie vive todavía allí. “La mayoría de personas no se lo puede permitir, porque casi todos los materiales se importaron y eso encareció los costes y el precio final”, reconoce Mugisha. Por eso, asegura, ahora buscan proveedores nacionales, lo que además contribuirá a mejorar el comercio interior. “El Master Plan es dinámico. Nos podemos equivocar y se requiere que cambiemos de estrategia”, apostilla en su despacho.
La demografía apremia la búsqueda de soluciones habitacionales y el desarrollo de infraestructuras. Kigali ha triplicado su población en dos décadas, pasando de 358.200 personas en 1996, a 1,1 millones en 2016 (el 49% de la población urbana de todo el país reside en la capital). Y el Banco Mundial estima que en 2020 serán tres millones de almas. “La ciudad ha crecido mucho en los últimos 20 años, con esto llegan oportunidades, pero también retos”, reconoce Francis Gatare, director del Rwandan Development Board (RDB). “La gente viene del campo en busca de una vida mejor, pero no tiene casa, no encuentra trabajo y ni siquiera puede pagar la escuela de sus hijos”. Lo dice Carmen Calabuig, la directora del centro de salud Kwa Nyilanuma, en Biryogo, uno de los suburbios enclavados en el corazón de la ciudad.
Ella vive en el barrio (y el país) desde hace nueve años y conoce bien las carencias de sus vecinos. También los progresos. “La luz eléctrica ha sido un adelanto. Aquí las calles están iluminadas y las casas disponen de un sistema de prepago, como en los móviles”, detalla mientras atiende a unos y otros que se acercan a contarle sus historias en la sala de espera del centro de salud. El 56% de los hogares, indica el informe El estado de ciudad de Kigali (2013), tiene acceso a electricidad, frente al 11% en el conjunto del territorio nacional. “Las mejoras, mejoras son. El problema es que no llegan a todos”. Echa un vistazo al gentío a su alrededor mientras juega con un enorme manojo de llaves entre las manos.
En Biryogo no hay amplias tiendas con escaparates. Los comercios se hacen en el suelo, sobre mantas. Yuca, alubias, hortalizas… se amontonan coloridas para llamar la atención del viandante. Las regentes de estos pequeños negocios, normalmente mujeres, charlan y preparan el género para la venta en el interior de los cubículos donde guardan sus productos. “La venta ambulante está prohibida. Y por estas tiendecitas pagan un alquiler muy caro”, precisa Calabuig, quien se acerca a saludar a unas amigas que están limpiando judías verdes. En su camino al grupo, la valenciana salta la canalización de aguas residuales y desagüe de lluvias ladera abajo. “El alcantarillado aquí está al aire libre y es un foco de mosquitos”, advierte.
Para Christian Benimana, responsable de programas en Ruanda de Mass Group, un colectivo de arquitectos sin ánimo de lucro, los principales retos son las infraestructuras básicas: agua, electricidad, saneamiento. “La prosperidad no es moverse de una casa a otra mejor, sino disponer de este tipo de servicios. La mayoría de la gente no es pobre [de hecho, apenas el 15% de los urbanitas está por debajo del umbral de la pobreza nacional], pero necesita que haya planificación y apoyos”, considera. Calabuig coincide: “Muchos no tienen agua potable en las casas, y sería importante que les llegara, aunque fuera prepago, como la luz”. Los retretes también son un sueño para una gran parte de los habitantes. El 70% dispone de algún tipo de letrina o retrete en casa (o compartido con otras viviendas), pero solo el 8% tiene váter con una cisterna y desagüe.
Calabuig señala con gestos el agua estancada de una de las canaletas, zanjas en la tierra, de Biryogo. De ahí procede la malaria que llega a sus consultas, un caldo de cultivo para los mosquitos, vectores de la enfermedad. Pese a que en 2015 sufrieron unos meses con picos de casos en Kwa Nyilanuma, el paludismo no es una dolencia extendida en la ciudad, apenas un 0,2% de niños y un 0,1% de mujeres la padecen anualmente, según datos oficiales. El VIH y la tuberculosis sí registran, sin embargo, tasas preocupantes. El 6% de la población de la ciudad (más de 60.000 personas) portan el virus del sida y menos de la mitad (unas 25.000) recibe tratamiento antirretroviral, especifica El estado de la ciudad de Kigali.
Desde 2003, el centro que dirige Calabuig dispensa medicación a los seropositivos, con ayuda no gubernamental. También se atiende y trata a tuberculosos, diabéticos, malnutridos… “Porque no solo las enfermedades infecciosas son importantes...”, apunta la española. De hecho, sin restar importancia a éstas, Calabuig señala que las principales dolencias de sus pacientes son las respiratorias —neumonías— y la malnutrición. “Aquí hay gente que solo come una vez al día”, destaca abriendo los ojos tras sus gruesas gafas para subrayar la gravedad de la situación. Según sus registros, el 10% de los residentes del barrio tienen bajo peso para su edad y estatura. Unos datos que casi coinciden con los oficiales para toda la ciudad: el 12% de los menores de cinco años sufre malnutrición en distinto grado.
Francis Gatare, del RDB, opina que para atraer negocios y hacer crecer al país y a la ciudad no basta con levantar edificios, sino que es necesario también fortalecer lo que él llama “infraestructuras blandas”. Es decir, mejorar la salud de la población y aumentar el nivel educativo. “Para tener una ciudad que inspire”, apostilla. También para ello, el Gobierno de Paul Kagame tiene planes estatales. Uno de ellos es su estrategia nacional para la lucha contra el VIH que, entre otros progresos, ha conseguido que se disponga de datos muy pormenorizados sobre el grado de conocimiento de la población sobre la transmisión y métodos para evitarla. También que haya aumentado el porcentaje de personas que se realizan el test, pasando del 76% en 2010 al 82% en 2015 entre las mujeres, y del 69% al 78% entre los hombres.
Gracias a su afán por extender los servicios públicos de educación y salud, solo el 4% de los habitantes de Kigali carece por completo de educación y el 98% de la población está cubierta por el sistema sanitario ligado al trabajo. “Los que no tienen empleo formal pagan unos cuatro euros al año de seguro”, precisa Calabuig. Ruanda también ha conseguido la casi plena vacunación de su población.
Estos progresos no serían posibles, como señala Gatare, sin la creación de instituciones e infraestructuras públicas. Educativas y de salud. “Todo estaba destruido. Hemos desarrollado todo nuevo en los últimos 20 años”, se refiere al genocidio para contextualizar sus avances en tan corto período de tiempo. El Hospital Universitario de Kigali es una prueba de ello. No solo dispone de 650 camas y más de 100 doctores para atender a los ciudadanos, sino que además, tiene “la misión de formar recursos humanos e investigar “, explica el director del centro, Theobald Hategeka. “Así ya no necesitaremos que los médicos se tengan que ir a estudiar fuera. Ahora contamos con especialistas formados en el país”, asegura.
La educación y la innovación son otros de los cimientos sobre los que se quiere asentar la prosperidad de Kigali. Siempre según sus planes y detalladas estrategias. El proyecto de escuela primaria del colectivo de arquitectos Mass Group aúna los dos aspectos. “Un colegio es más que clases”, explica Benimana a las puertas del centro educativo que ha diseñado y construido su estudio bajo criterios sociales. A un lado, un barrio humilde; al otro, chalets de ladrillo y porche deshabitados. Benimana tuerce el gesto. No le gustan. “Uno de nuestros siguientes planes en Kigali es edificar viviendas, pero para la clase media. Con criterio social”, especifica. “Creemos firmemente que hay un modo en el que las ciudades jóvenes como Kigali pueden evitar los slums, pero eso requiere comprender cómo acometer un desarrollo urbanístico apropiado”. Ellos lo van a intentar, para que deje de haber dos kigalis tan juntas y a la vez tan distantes una de la otra.
Un silbido, un piropo, comentarios obscenos e incluso algún tocamiento no consentido. Son algunos de los comportamientos contra las mujeres que el Ayuntamiento de Kigali quiere erradicar. Por eso, desde 2011, ONU Mujeres, con ayuda de la Agencia de Cooperación Española, comenzó su programa Ciudades Seguras (Safe Cities) en la capital de Ruanda.
“El acoso sexual es un nuevo concepto. La gente percibe o entiende que la violencia contra la mujer es solo física, pegar o violar. Otros comportamientos menos agresivos no son culturalmente considerados como delitos”, explica Deodata Mukazayire, responsable del programa en Ruanda en su despacho en las instalaciones de la ONU en la ciudad. Por eso, es común que la población femenina sufra hostigamiento por parte de los hombres en espacios públicos.
“En los estudios que hicimos al principio del programa, muchas mujeres decían que tenían miedo a salir a la calle, sobre todo en los slums [asentamientos de viviendas informales]”, asegura. “Muchas tienen sus propios negocios y salen de casa muy pronto por la mañana y regresan tarde a su casa, cuando ya ha anochecido. En las entrevistas declaraban temer que les pasara algo en el trayecto a sus empleos”, sigue. De acuerdo con aquella investigación (2008) para diagnosticar la situación, el 11% de las mujeres aseguraban haber sido insultadas en espacios públicos. El 13% habían sido perseguidas “persistentemente” por hombres a pie, en moto o coche. Al 8% las habían asaltados exhibicionistas enseñándoles sus genitales por la calle. El 17% sufrieron tocamientos en el culo o los pechos, o las acorralaron para besarlas.
Con esta prueba empírica sobre la mesa que demostraba el acoso que padecían las mujeres en las calles, autobuses, baños y edificios públicos, las autoridades locales decidieron acabar con estas prácticas. Para ello, se han tomado diferentes medidas en el marco del programa Ciudades Seguras. “En 100 de los autobuses urbanos del Kigali se emiten video-mensajes en las pantallas para concienciar, pues es en el transporte público donde se da con frecuencia este tipo de acoso. También se muestra un número al que las víctimas pueden llamar en caso de agresión y se comunican directamente con la policía o con el centro de monitoreo del acoso”, detalla Mukazayire.
También en las escuelas, empresas, ONG y programas de radio se difunden mensajes y se imparten cursos de sensibilización para prevenir el acoso. La educación y la concienciación “involucrando a agentes de cambio” son, según Mukazayire, claves para evitar agresiones.
Las infraestructuras pueden hacer de la ciudad un espacio amable para la población femenina. “Se está empezando a poner luz en todas las calles. El Ayuntamiento se ha comprometido a tener en cuenta la seguridad de las mujeres en sus planes urbanísticos, por ejemplo, instalando baños diferenciados para ellos y ellas en los edificios públicos.
En ONU Mujeres todavía no tienen datos sobre la efectividad del programa y las medidas que lo acompañan. El estudio de seguimiento está por hacer, pero la responsable de Safe Cities asegura que escuchando los testimonios de las mujeres en la calle, en los mercados, en el transporte público, ha comprobado que el acoso sexual está decreciendo. “Observamos cómo la mentalidad de la gente cambia”, zanja con una tímida sonrisa de satisfacción.