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Donde ser grosero con las mujeres se paga

En Quezon City (Filipinas), el Ayuntamiento acaba de aprobar una ordenanza que sanciona el acoso callejero, ya sea físico o verbal

Varias mujeres viajan en un triciclo, los mototaxis de Filipinas.
Varias mujeres viajan en un triciclo, los mototaxis de Filipinas.Miguel Lizana (AECID)
Pablo Linde
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En tagalo, el idioma mayoritario en Filipinas, magastos mambastos significa algo así como: portarse mal (o ser grosero, rudo, maleducado) sale caro. Esta pequeña rima es el eslogan que usa la ciudad más poblada del cinturón metropolitano de Manila, Quezon City (2,7 millones de habitantes), para luchar contra el acoso callejero a las mujeres; un goteo diario de comentarios, silbidos y tocamientos más o menos sutiles que se suceden en los lugares públicos.

Detrás de la rima, que evoca a las palabras españolas gastos y bastos —reminiscencia de un pasado colonial que salpicó la lengua local de vocablos castellanos—, existe todo un programa que no solo busca penalizar a quienes molesten a las mujeres, sino también concienciar tanto a ellas como a los hombres de que ciertos comportamientos deben ser desterrados de calles, mercados, transportes...

“Gritar algo a una mujer en función de su aspecto o su vestimenta en mitad de la calle no es un piropo; por su puesto, que te toquen el culo en el metro o en un jeepney [el transporte público más popular y característico de Filipinas: todoterrenos adaptados para albergar a una docena de pasajeros que hacen pequeñas rutas urbanas] tampoco”, reclama Cookee Belen, responsable en el país Safe Cities, una iniciativa de ONU Mujeres en una veintena de ciudades.

Se trata de un programa dirigido tanto a países ricos como pobres —hay ejemplos desde Nueva York hasta Bruselas, Kigali y Nueva Delhi— que pretende fomentar espacios urbanos donde las mujeres estén seguras. En cada lugar tiene un foco diferente, en función de la realidad local, adaptándose a los problemas concretos de las zonas donde se implementa y a la vez tratando de sacar conclusiones que sean exportables a otras. Por eso, aunque el plan cuenta con el soporte de las Naciones Unidas y la financiación de distintas organizaciones —la Agencia Española de Cooperación (Aecid) en el caso de Quezon—, la implicación de los ayuntamientos es fundamental.

El alcalde de Quezon, Herbert M. Bautista, es desde hace años un convencido de la lucha por la igualdad en su país. El trabajo con ONU Mujeres fue fluido desde el principio y el pasado marzo, tras menos de un año de trabajo conjunto, el consistorio ya había aprobado la norma que penaliza a los infractores con multas de entre 1.000 y 5.000 pesos filipinos (entre 20 y 100 euros, aproximadamente). En un país con un salario mínimo de algo más de 200 euros —que es más una aspiración que un punto de partida para la mayoría—, efectivamente sale caro.

Pero tanto el alcalde como los promotores del proyecto saben que las multas tienen un componente casi más simbólico que punitivo. Porque no es sencillo denunciar a alguien que grita o silba a una mujer por la calle y, por más que sea una agresión desagradable, son una minoría las que se van a tomar la molestia de identificarlo, recabar testigos y poner la correspondiente denuncia.

“Habrá que evaluar el resultado en un tiempo para medir si ha descendido el acoso en las calles, pero lo que ya sabemos es que hemos conseguido generar un debate público, todo el mundo habla sobre magastos mambastos e incluso hace bromas: muchos hombres exageran haciendo reverencias a las mujeres en signo de respeto para que no les denuncien”, cuenta Bautista.

La campaña tiene un componente casi más simbólico que punitivo y ha generado un enorme debate en las redes sociales

Este pulso de la opinión pública se puede tomar en las redes sociales. En Facebook —que tiene una penetración de más del 50% en Filipinas, situándolo como el sexto país por usuarios del mundo en términos brutos— la campaña ha generado miles de comentarios. “Lógicamente no todos son a favor, muchas personas han criticado la norma, pero es bueno que exista este debate”, continúa el alcalde.

Para saber si esa conversación fructifica, ONU Mujeres hizo una encuesta antes de comenzar la implementación del plan y hará otra pasados unos meses. "Sabemos el tamaño del problema", resalta Belen. Y es este: tres quintas partes de las encuestadas había sufrido algún tipo de acoso; una séptima parte, al menos una vez por semana. De ellas, el 38% en sus peores versiones (tocamientos) y un 70% de forma verbal. Entre las jóvenes de entre 18 y 24 años, casi el 90% lo ha vivido alguna vez. También se preguntó a los hombres: tres de cada cinco admite este comportamiento y uno de cada siete reconoce que lo hace al menos una vez al día. Entre ellos no había diferencias significativas en las cifras según el nivel de estudios o la ocupación.

"Es muy común que te suceda, a casi todas mis amigas, incluida a mí, nos han acosado alguna vez por la calle. Pero te avergüenzas de ello. No quieres que las personas de tu alrededor se enteren y comiencen a hablar a tus espaldas, así que ni lo cuentas ni lo denuncias. Es un problema silenciado", relata Gigile Saguran, de 36 años. Ella participa como consejera comunitaria en el asesoramiento de sus conciudadanos sobre la campaña y en la concienciación para que tanto ellas como ellos perciban el acoso callejero como un problema con soluciones.

Como ella, que muestra en su camiseta la leyenda Free of fear (Sin miedo) son decenas de voluntarios los que se han implicado en la lucha contra el acoso. Realizan talleres, tanto para mujeres como para hombres, en los que explican la nueva normativa y en qué consiste la campaña. Ponen el foco en los colectivos más problemáticos, como pueden ser los conductores de triciclos, otro popular sistema de transporte, consistente en pequeñas motos con sidecar que hacen las veces de taxi. A los propietarios, que no siempre son los conductores, les instan a dejar de contratar a aquellos trabajadores que incurran en esta conducta agresiva con las mujeres.

La campaña ha empezado como programa piloto en dos barangays, que son los niveles mínimos de organización municipal en Filipinas, algo así como un distrito, pero con sus propias elecciones. Son Payatas, de 200.000 habitantes, y Bagong Silangan, de 100.000. Poco a poco, la idea es extenderlo a los 142 barangays de Quezon y que, con el tiempo, sirva de ejemplo para toda el área metropolitana de Manila. "Una mujer normalmente recorre para ir y volver a trabajar varias ciudades en transporte público. De poco sirve que estemos muy concienciados aquí si el acoso continúa a solo unos kilómetros", reflexiona Belen que aspira a que Quezon no solo sea un referente en su país, sino que su modelo se pueda exportar también a otros.

Planeta Futuro / El País forma parte del proyecto de periodismo Habitat III.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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