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“El hombre europeo busca ser el centro del mundo”

La filósofa francesa Séverine Kodjo-Grandvaux vincula en su último ensayo los conceptos de ecología y colonialismo, y propone una relación individual y colectiva más consciente con el universo: Occidente debe repensar las maneras de ser y de estar con otras poblaciones

La filósofa francesa, Séverine Kodjo-Grandvaux  en un evento en Saint Louis, Senegal, el pasado 27 de enero.
La filósofa francesa, Séverine Kodjo-Grandvaux en un evento en Saint Louis, Senegal, el pasado 27 de enero.Pablo Tosco

Séverine Kodjo-Grandvaux es una filósofa francesa de 45 años, asociada del Laboratorio de Estudios e Investigaciones sobre la Lógica Contemporánea de la Filosofía (LLCP) de la Universidad París 8, que realiza una parte importante de su trabajo en conexión con grandes pensadores africanos como Felwine Sarr, Achille Mbembe o Souleymane Bachir Diagne. Autora de Filosofías Africanas (Présence Africaine, 2013), y coeditora del libro Derecho y Colonización (Bruylant, 2005), Kodjo-Grandvaux fue responsable de las páginas de cultura de la revista Jeune Afrique, y es actualmente periodista en la cabecera francesa de referencia, Le Monde, en la que escribe sobre cuestiones ligadas al racismo, el pensamiento y la cultura.

Su último libro, Devenir Vivants (Editions Phillipe Rey), publicado el año pasado, es un ensayo ecológico que aún no ha sido traducido al español. Tampoco será fácil la tarea. El título, literalmente, sería algo así como “volverse vivos o reconvertirse en seres vivos”, fórmula que obviaría la interpelación que la autora hace a la humanidad: es necesaria una toma de conciencia colectiva de nuestro vínculo con el universo. “Somos cosmos”, afirma.

El pasado 27 de enero participó en un encuentro organizado por el Instituto Francés de Saint Louis, al norte de Senegal, bajo el título Reconstruir conjuntamente: la responsabilidad individual para conseguir un futuro humanista y sostenible, y allí tuvo lugar esta entrevista. Rigurosa y agradable, bromea al encontrarse con un ratón que cruza entre sus pies en medio de la charla: “¡Esto sí es convivencia!”.

Pregunta: En su último ensayo trata la cuestión de la ecología rastreando la historia colonial europea. ¿Cómo se conectan estas temáticas?

Respuesta: Abordé la temática tras la segunda edición de los Ateliers de la Pensée (talleres del pensamiento) ―una iniciativa de los pensadores Felwine Sarr y Achille Mbembe para debatir sobre cuestiones contemporáneas desde África― que trataba sobre la condición planetaria y política de los seres vivos y no pensé que me fuese a llevar a la memoria de la historia colonial, que es la mía. El punto de partida es que en la historia de la humanidad siempre hubo un deseo de colonizar a las poblaciones vecinas, pero no fue hasta la modernidad cuando esa ambición se extiende al planeta, y desde Europa los hombres se lanzan a dominar el mundo entero: América del Norte, del Sur, Australia, África y Asia.

Me interesó saber de dónde surgía esa desmesura nueva en la historia, y me di cuenta de que, además de la óptica económica (que coincide con el nacimiento del capitalismo, y la necesidad de nuevos mercados y nuevas tierras para cultivar) había un factor psicológico. Es el momento del descubrimiento del heliocentrismo, que Freud califica como la “primera herida narcisista”: el hombre no es el centro del universo. Lo que se observa, desde el punto de vista de las ideas, es que hay un repliegue sobre la Tierra: ya que no puede ser el centro del universo, el hombre europeo busca ser el centro del mundo. Para eso, hace una distinción entre el orden natural y el cultural, y se aleja de la naturaleza para poder controlarla y explotarla.

En la historia de la humanidad siempre hubo un deseo de colonizar a las poblaciones vecinas, pero no fue hasta la Modernidad cuando esa ambición se extiende al planeta


P: ¿Qué consecuencias tuvo?

R: Las primeras poblaciones que son identificadas como “parte” de la naturaleza en Europa son las mujeres, aludiendo a su lazo orgánico con el universo, con la tierra, con los ciclos lunares… Hay páginas exageradamente violentas de filósofos de esa época, como Francis Bacon, que justifican que se quemen brujas y torturen mujeres en nombre de la ciencia por impedir el progreso y el conocimiento matemático.

Igualmente, la curiosidad que mueve a los europeos a recorrer el mundo se convierte rápidamente en un deseo de conquista, explotando los recursos naturales de los territorios a los que llegan: oro, madera… pero también de las poblaciones que habitan esas otras tierras ligadas aún al orden natural. Y, por tanto, exterminables o explotables.

Cuando se pone en marcha el comercio de esclavos, en francés se designaba a los cargamentos de esclavos como “maderas de ébano” y creo que es muy simbólico porque se habla de las personas como de la naturaleza: como son madera, se les puede cortar de sus raíces, cargar en un barco, deportar… La humanidad es degradada a un estado vegetal o animal, poniendo en marcha un sistema de habitar el mundo perverso, que se diseña en Europa pero que se expande por todo el planeta.

P: ¿En qué medida siguen presentes los daños causados por esa historia pasada?

R: La trata negrera y la esclavitud no fueron un accidente o un error del capitalismo: están intrínsecamente asociados y se retroalimentan. El sistema que han creado, en particular el bancario y el de seguros, tremendamente desigual y destructor, se pone en marcha en ese momento y continúa en la actualidad. Otra cosa que heredamos de ese momento histórico son los monocultivos intensivos que se potenciaban en las plantaciones. Los grandes cultivos de algodón, de café o de caña de azúcar supusieron la deforestación masiva de regiones como Haití, Santo Domingo u otras zonas del Caribe en las que ahora impactan devastadores fenómenos naturales. Para reducir el impacto destructor de la humanidad sobre el medio ambiente es necesario que las poblaciones occidentales repensemos las maneras de ser y de estar con otras poblaciones, porque aún seguimos en esa lógica de dominación con la naturaleza, que se traduce en una relación de dominación del otro.

P: Usted llega a la conclusión de que “el mundo se asfixia”. Tras esa constatación, ¿cómo avanzar?

R: La Europa moderna se fundó sobre la negación de nuestra unión al cosmos, perdiendo la consciencia de que habitamos una tierra que es un planeta ligado a un universo. Aunque ha seguido habiendo vías espirituales o religiosas que mantuvieron esa idea, se perdieron de vista los vínculos físicos y orgánicos que nos ligan al cosmos y que experimentamos a diario: la alquimia que se produce a través de las plantas para que el aire sea respirable, la necesidad de la vitamina D del sol, el impacto de la luna en las mareas… Hay que trabajar esa consciencia y vivir en co-presencia con el resto de seres vivos.

P: ¿No en armonía?

R: Desconfío de los discursos que dicen que hay que vivir en armonía con la naturaleza, porque esta puede ser extremadamente caótica y violenta en sus manifestaciones, como huracanes o plagas de langostas… No hay que vivir en armonía con eso, hay que saber que existen y vivir en co-presencia. Tenemos que poner en marcha hábitats inteligentes para que la presencia humana no agrave esos fenómenos devastadores, como las sequías o las lluvias torrenciales. La covid-19 nos ha hecho conscientes de que no somos todopoderosos y nos ha dado la oportunidad de repensar nuestra manera de habitar el planeta.

P: En esa búsqueda de otros modos de habitar, usted ha mirado frecuentemente a África, ¿por qué?

R: Los vínculos históricos que hay entre el continente europeo y el africano han conformado a las poblaciones de ambos lados del Mediterráneo. Apuesto por cuestionar esos encuentros, que han sido especialmente dolorosos y violentos, pero de los que también han fructificado cosas bellas y relaciones bonitas. Lo que propongo es no estar siempre enfocados en mirar lo que Europa aporta a África, sino al contrario, abrirse a lo que África puede contribuir a nuestras sociedades europeas. Las cosmologías africanas están ligadas a las ecologías primarias que piensan al hombre como uno de los elementos de la naturaleza, no necesariamente el dominante, sino el que, por su carácter singular, tiene mayor responsabilidad de cuidados hacia su entorno.

Lo que propongo es no estar siempre enfocados en mirar lo que Europa aporta a África, sino al contrario, abrirse a lo que África puede contribuir a nuestras sociedades europeas

P: ¿Considera que en Europa hay una disposición para aprender de otras voces?

R: Creo que en Europa actualmente hay una reacción identitaria fuerte, ensimismamiento, de miedo a lo nuevo, al extranjero, a lo distinto, incluso al propio vecino, como vimos con la gestión de la covid. Pero hay otro corriente que busca alternativas, que son menos visibles porque no son experiencias que se piensen desde lo hegemónico ni desde una perspectiva nacional o supranacional, sino muy local. Hay mucha gente que ya no espera nada del sistema actual y que inventa y cuestiona “lo posible”, que experimenta otras maneras de hacer. Yo las llamo “resistencias”: las redes de solidaridad, la gente que acoge a migrantes… puede que estemos en un punto clave en el que, o bien vamos a peor, o la gente toma las riendas con soluciones alternativas.

P: Como periodista, ¿cómo percibe la acogida de esas historias alternativas en los medios convencionales?

R: Nunca me he visto limitada para hablar de otras historias, filosofías o ideas. Lo veo también en los encuentros o debates en los que participo: hay una verdadera sed de conocimientos, hay un público que está listo para oír otros relatos, que se cuestiona y tiene ganas de debatir sobre otros futuros.

P: En el encuentro en el que participa en Saint Louis se alude expresamente a repensar las relaciones entre Francia y África. ¿Hay una verdadera voluntad de cambio?

R: Considero que por parte de ciertos medios franceses que trabajan con África hay una toma de conciencia sobre la necesidad de cambiar las maneras de hacer. Sigue siendo común el reflejo colonial paternalista que consiste en pensar que Francia va a ayudar a los africanos, lo que mantiene esa idea de superioridad. Hay que admitir que lo que Francia ha traído al continente no han sido siempre buenas ideas, que ha habido errores y que, en muchos casos, las soluciones aportadas no correspondían a los problemas reales.

Encuentro filosófico 'La Noche de las Ideas', organizado por el Instituto Francés, en la ciudad de Saint Louis (Senegal).
Encuentro filosófico 'La Noche de las Ideas', organizado por el Instituto Francés, en la ciudad de Saint Louis (Senegal).Pablo Tosco

Esta toma de conciencia ha sido posible porque una élite africana, como Felwine Sarr o Achille Mbembe, ha llevado a cabo la tarea de explicar que no están dispuestos a esperar a que Francia o las instituciones internacionales les digan lo que tienen que hacer, y que abogan por soluciones propias. Al cabo de un tiempo, ciertos actores franceses han entendido el mensaje, que corresponde con experiencias que han tenido en terreno, y entidades como los Institutos Franceses, las Alianzas Francesas, o la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD) han visto que no es posible continuar como antes.

La reflexión va tanto en el sentido de la acción (qué quiere decir hoy en día trabajar en África), como en las modalidades de actuación: ya no se llega con las soluciones pensadas, sino que se “co-construyen”, se crean alianzas que son nuevas palabras que se oyen cada vez más. En todo caso percibo que hay voluntad: no hay que ser escépticos, pero sí estar vigilantes. Hay mucho en juego.

P: En numerosas ocasiones, las reflexiones filosóficas se perciben alejadas de la realidad. En ese sentido nace la Fabrique de Souza, en Camerún.

R: Es una experiencia que nació de las reflexiones intelectuales surgidas en la 3ª edición de los Ateliers de la Pensée con el objetivo de repensar la relación de la humanidad con la naturaleza desde un territorio concreto, Souza, a 40 minutos de Douala, reuniendo a científicos, artistas, jóvenes emprendedores, abogados y agricultores. Entendemos que las soluciones tienen que provenir de los conocimientos locales o saberes tradicionales que aún no han desaparecido y que es interesante hacerlos dialogar con la tecnología y la ciencia. En esa intersección se pueden identificar experiencias que pueden ser operativas para el mundo contemporáneo y más eficaces que las soluciones solo científicas y/o traídas del norte.

Así, desde 2019, hemos puesto en marcha una granja biológica y estamos trabajando en una cartografía cultural y social, con el fin de estudiar la reinserción de la economía en las prácticas culturales. Igualmente hay tres doctorandos cameruneses que estudian la tenencia de la tierra, las dinámicas sociales derivadas de la llegada a la zona de refugiados anglófonos, y el patrimonio terapéutico y culinario. La Fabrique de Souza es una utopía ecológica en tiempos modernos.

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