“Hoy todos somos negros en potencia”
En su nuevo libro, Crítica de la razón negra (Ned Ediciones), propone una historia económica y cultural de la figura del hombre negro
El historiador Achille Mbembe (Camerún, 1957) es uno de los grandes teóricos del poscolonialismo. Ejerce de profesor de Historia y Ciencia Política en la Universidad Witwatersrand de Johanesburgo, tras haberlo sido en Yale y Columbia. En su nuevo libro, Crítica de la razón negra (Ned Ediciones), propone una historia económica y cultural de la figura del hombre negro, de los esclavos del África colonial a los descastados en las sociedades occidentales de hoy.
Pregunta. Sorprende su uso de la palabra nègre, muy despectiva en francés. ¿Trató de dar la vuelta al insulto, como hicieron los homosexuales con queer?
Respuesta. Existe una dimensión redentora que tiene que ver con lo que apunta en su pregunta, pero yo utilizo el término de manera estratégica, para realizar una crítica al sistema. En todos los idiomas, negro es una palabra ligada a un momento importante en la historia del capitalismo: la era colonial. En ella cristaliza la desaparición de una de las categorías binarias que marcaron el paso a la modernidad: la diferencia entre sujeto y objeto. El capitalismo intenta borrar esa distinción para que todo pueda convertirse en algo que se pueda comprar y vender, incluidos los seres humanos.
P. Lo mismo puede decirse de la palabra raza, desaconsejada por la Unesco desde hace medio siglo, ya que no responde a ninguna realidad científica. ¿Por qué la utiliza?
R. La raza es una fantasía que se ha acabado materializando en la vida real. En EE UU en el siglo XVII, los esclavos de origen africano vivían cautivos junto a otros grupos, incluyendo algunos blancos. El temor en las plantaciones era que se aliaran y sublevaran. Para que esa solidaridad no se materializara, se inventaron el concepto de raza.
P. ¿Qué consecuencias acarrea esa estigmatización?
R. A través de una serie de leyes se determinó que los negros no eran sujetos de pleno derecho. No podían llevar armas, ni acceder a la propiedad de tierras, ni circular libremente. Así se atribuyeron y se institucionalizaron ventajas simbólicas a la blancura. En parte, hoy siguen estando vigentes.
P. Escribe que esa discriminación ya no responde a criterios únicamente étnicos. Lo llama “el devenir negro del mundo”.
R. Hoy todos somos negros en potencia. Somos susceptibles de ser tratados como un objeto. Durante el advenimiento del neoliberalismo, la distinción entre blancos y negros quedó abolida de facto. La economía capitalista designa que una parte de la población es superflua. Y luego la trata como tal, sometiéndola a riesgos mayores que al resto —como los ciudadanos de Flint, que bebieron agua contaminada durante años—; exterminándola en guerras; o metiéndola en prisiones, instituciones privatizadas en muchos lugares, que deben generar beneficios.
P. ¿Hay formas de discriminación más insidiosas?
R. Por supuesto. Las peores tal vez sean la negligencia y la indiferencia, disimuladas bajo el vocabulario pomposo de la cultura empresarial. En la fase actual del capitalismo, el Estado social está vacío. Cada uno es “empresario de sí mismo”, y si le van mal las cosas, solo cabe echarse las culpas a uno mismo. Esa negligencia invisible se legitima con un discurso centrado en la responsabilidad personal. En los 70, a través de mecanismos ideológicos nos convencen de que ser moderno es ser neoliberal y esta política se impone.
P. Escribe que Europa ha dejado de ser el centro del mundo y hoy es “una provincia”. ¿Es este el origen del actual rebrote de xenofobia?
R. La xenofobia es una consecuencia de esa pérdida de poder y de ese repliegue: se decide purgar todo lo que pueda ser percibido como una amenaza. Así se da rienda libre a una serie de pulsiones que la sociedad deja de reprimir. Emerge un racismo nuevo, que no solo tiene que ver con criterios étnicos, sino con una opresión y un aplastamiento de los que son más débiles que uno. Se trata de un racismo libidinal. En esa opresión del otro se produce un goce, cosa que tiene su importancia en un tiempo totalmente depresivo. Por eso, hoy todo el mundo se busca a su propio negro. El racismo se ha instalado incluso en la cultura del espectáculo. La estigmatización del musulmán, por ejemplo, se ha vuelto un motivo de risa.
P. ¿También en las viñetas de Charlie Hebdo?
R. No quiero hablar de Charlie Hebdo. Pero diré que la ironía y la sátira, que habitualmente se dirigían contra los poderosos, se han puesto a atacar a quienes no tienen nada y padecen una precariedad estructural. Como nos reímos, interpretamos que no puede ser nada malo. Vivimos en una sociedad donde todo es posible y casi no hay prohibiciones.
P. ¿Necesitamos tabúes?
R. La historia reciente demuestra que cumplen un cometido importante. Para vivir juntos, no nos lo podemos permitir todo.
P. También se muestra crítico con los africanos.
R. El discurso de la victimización es demasiado simplista. Pero defiendo una reparación: sucedió algo que nadie puede negar. Y hoy, a veces, ni siquiera existe un reconocimiento. En Francia, hace solo una década, los programas de historia en la escuela pública destacaban “el rol positivo de la colonización”. En Occidente hay mucha negación.
P. En Francia se habla de una posible convergencia entre los indignados de la Nuit Debout y otros grupos discriminados, como los refugiados. ¿Cree en esa alianza?
R. Es importante privilegiar lo que tienen en común. La Nuit Debout y los refugiados no son lo mismo, pero sí los producen los mismos mecanismos. Puede que las diferencias que existen entre ellos sean irreconciliables, pero es interesante abrir un espacio de negociación. Para que se produzca una alianza, todavía hay que trabajar mucho.
P. ¿Qué balance hace de la presidencia de Obama en términos de relaciones interraciales en EE UU?
R. Han empeorado. Una constante en la historia de EE UU es que después de cada progreso en la emancipación de los negros, se produce una regresión. Tras la Guerra Civil de 1861 o después de la lucha por los derechos civiles hubo un contragolpe. Obama también ha provocado uno, porque suscita en ciertos blancos la sensación de que el control del país se les escapa. Desde un punto de vista demográfico, los latinos ya son casi mayoría, mientras un negro ocupa la Casa Blanca. El contragolpe a Obama es Trump.
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