La prevención de futuras pandemias comienza con la protección de nuestros bosques
Para limitar la aparición de nuevas enfermedades, la pérdida de vidas, los problemas económicos y el aislamiento social debe haber de forma urgente un compromiso global contra la deforestación
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A medida que la covid-19 se sigue cobrando vidas y desestabilizando las economías de todo el mundo, es casi inimaginable pensar en las pandemias que pueden venir después de esta. Pero es precisamente lo que tenemos que hacer si queremos reducir el riesgo de futuras enfermedades que volverían a devastar vidas, perjudicar las economías y cambiar el mundo tal como lo conocemos.
Al menos el 60% de las enfermedades infecciosas emergentes son de origen zoonótico, lo que significa que son causadas por patógenos que se transmiten entre humanos y otros vertebrados, en la mayoría de los casos, fauna silvestre.
Cada vez hay más pruebas de que las actividades humanas que cambian el uso de la tierra, como la tala de bosques para la producción agrícola o ganadera, pueden desencadenar brotes de enfermedades zoonóticas.
Lo que los científicos están descubriendo es que la destrucción de hábitats silvestres y la invasión de zonas de gran biodiversidad abren nuevas vías de propagación de enfermedades desde la fauna silvestre a los humanos y al ganado. Un claro ejemplo es la epidemia del virus del Ébola de 2014 y 2016, que causó la muerte de más de 11.000 personas en África occidental, cuyo paciente cero fue un niño que jugaba cerca de los árboles donde se posaban murciélagos frugívoros. Pero existen muchos más ejemplos.
De hecho, según un informe reciente de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), el cambio de uso de la tierra está vinculado a más de un tercio de las enfermedades nuevas y emergentes notificadas desde 1960. Los riesgos son reales. Se estima que existen alrededor de 1,7 millones de virus “no descubiertos” en mamíferos y aves, de los cuales hasta 827.000 podrían tener la capacidad de infectar a las personas, según un artículo citado por IPBES.
Ante estos datos, ¿qué se puede hacer?
Ante todo, recordar que los bosques sanos son fundamentales para una sociedad sana, y especialmente para reducir los riesgos de futuras enfermedades zoonóticas.
O como afirmó António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, debemos “cambiar el rumbo de la deforestación”, que está contribuyendo tanto a la aparición de enfermedades zoonóticas como a las crisis climáticas y de biodiversidad. En la actualidad, la deforestación continúa a un ritmo alarmante y es responsable de la pérdida de aproximadamente 420 millones de hectáreas de bosques desde 1990; lo que equivale a la superficie de India y Portugal.
Para inducir el cambio de manera eficaz, necesitamos crear soluciones específicas que hagan frente a los factores que impulsan la deforestación y la degradación forestal en cada contexto. Transformar la agricultura y los sistemas alimentarios es crucial para detener la deforestación, así como la actividad minera, el desarrollo urbano y de infraestructuras.
Recientemente, la Asociación de Colaboración en materia de Bosques (ACB), un grupo de 15 organizaciones internacionales que trabajan en el sector forestal presidido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), hizo un llamamiento para detener la deforestación, presentando una serie de acciones necesarias para cumplir y ampliar los compromisos del sector público y privado hacia la deforestación cero. Las prácticas de producción sostenible y un cambio hacia un consumo sostenible y dietas más saludables pueden reducir la presión sobre los bosques. Esta transformación requiere, además, reformas normativas coherentes entre los distintos sectores, reorientación de los subsidios agrícolas e inversiones públicas y privadas más estratégicas. Desafortunadamente, en la actualidad, el verdadero valor de los bosques en pie no se refleja en las políticas, los precios o las decisiones de inversión.
Se estima que existen alrededor de 1,7 millones de virus “no descubiertos” en mamíferos y aves, de los cuales hasta 827.000 podrían tener la capacidad de infectar a las personas
Asimismo, debemos centrar nuestra atención en la función vital que desempeñan los ecosistemas saludables en la prevención de las enfermedades zoonóticas. El enfoque One Health (Una salud) que propugnan la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial para la Salud Animal, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la FAO, hace un llamamiento a los expertos de salud pública, salud animal, sanidad vegetal y medio ambiente para que se unan en la reducción de los riesgos de la transmisión de enfermedades y mejorar la salud y el bienestar de todas las personas, la fauna silvestre, el ganado, y los ecosistemas en los que viven.
Es importante establecer un diálogo con todos los sectores directamente vinculados con el cambio de uso de la tierra, la degradación del hábitat o la deforestación en una zona geográfica determinada. Aunar esfuerzos con iniciativas ya existentes, como la reducción de emisiones por deforestación y degradación forestal (REDD+), puede contribuir a lograr los objetivos de Una salud.
Las enfermedades zoonóticas no pueden considerarse de forma aislada. Son parte del delicado equilibrio entre las personas, la naturaleza y los animales. Está claro que no podemos lograr las metas de salud y el bienestar global descritos en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 3 sin lograr muchas de las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible 15 (Vida en la Tierra), incluida la gestión sostenible de los bosques del mundo, y detener y revertir la degradación de la tierra y la pérdida de biodiversidad.
Si queremos limitar la aparición de futuras pandemias, y las correspondientes pérdidas de vidas, los problemas económicos y el aislamiento social, debemos comenzar con un compromiso entre todos los sectores para proteger nuestros bosques y detener la deforestación.
Sheila Wertz-Kanounnikoff es oficial forestal superior y Astrid Agostini es coordinadora en REDD+ de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
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