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El pueblo de África que desapareció bajo una presa

La película ‘This Is Not a Burial, It’s a Resurrection’, que se exhibe en el Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT), reabre el debate entre tradición, progreso y capitalismo en el continente africano

Una imagen de la película ‘This Is Not a Burial, It’s a Resurrection’.
Una imagen de la película ‘This Is Not a Burial, It’s a Resurrection’.FCAT
Belén Hernández

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Mantoa vive inundada de pena por la muerte de su esposo, hija, nieto y su otro hijo, el último fallecido en su familia, minero en Sudáfrica, que nunca volvió por Navidad a Nasaretha, la aldea de Lesoto donde habita. “En esta época del año un minero de regreso a casa es como un héroe de guerra”, dice el narrador, un músico que toca una lesiba, un instrumento típico del país. Lo que no sabe aún esta anciana, Mantoa, es que la verdadera catástrofe la provocará el ansia de poder y dinero del jefe del pueblo por vender los terrenos de su aldea y dejar que se construya una presa donde ahora están edificadas sus casas. Y también, claro, el cementerio donde reposan los restos de sus seres queridos.

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Ella es la protagonista de This Is Not a Burial, It’s a Resurrection, una película que se puede disfrutar en Filmin hasta este domingo 13 de diciembre y que forma parte del programa oficial del Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT), que este año se retrasó hasta otoño por la pandemia, cuando tradicionalmente se celebra en primavera, y que se ofrece de manera semipresencial y online desde el pasado día 4. “Seleccioné esta obra para el festival porque se aleja por completo del drama social, y da a su historia las dimensiones de un mito: una protagonista de 80 años que se come la pantalla con su aplomo y determinación. Además, por la extrema poesía que se desprende de este filme y la forma en que la cámara habita y encarna a una naturaleza desbordante de belleza”, explica Marion Berger, programadora del FCAT.

Con su primer largometraje de ficción, proyectado en el festival de Venecia y premiada en Sundance 2020, Lemohang Jeremiah Mosese se ha confirmado como una de las nuevas estrellas del cine de autor y una de las voces más prometedoras y comprometidas del continente africano. Así define la obra su propio director: “Me gustaría pensar en ella como un mosaico de pensamientos, ideas y observación dentro de la cápsula del tiempo. Sobre la muerte y la vida. Sobre quedarse e irse. Sobre el pasado. Sobre el presente y el futuro. Sobre los vivos y los muertos. Sobre lo nuevo y lo viejo. Sobre la búsqueda del significado. En cierto modo, tiene algo que ver con el capitalismo y la tradición, pero como resultado de la desalmada rueda del tiempo”.

Esta película contestataria, una fábula orínica de dos horas de duración, está rodada en Leribé, al norte de Lesoto, cerca del río Orange, un entorno natural del país natal del artista. Con ella, Lemohang Jeremiah Mosese ha querido contar la historia real de muchos pueblos de este país africano y de su vecino, Sudáfrica, y el futuro que les esperaba a los habitantes de muchas de estas aldeas desalojadas para ceder sus terrenos para la construcción de una presa. Como el propio director reconoce, su historia está basada en el Lesotho Highlands Water Project, un proyecto de suministro de agua potable para el sur del continente que dejó anegada a una población llamada como la que aparece en el film.

La historia de This Is Not a Burial, It’s a Resurrection reabre el debate entre la tradición, el progreso y el capitalismo, pero a su vez, Mosese también está contando su propia historia personal, llena de pérdidas y despedidas. “Cuando era niño nos desalojaron de nuestra casa. Sentí como si me hubieran quitado algo. A menudo volvía a la vivienda de mi infancia y robaba los juguetes que pertenecían a los nuevos niños que vivían allí. Nuestras vidas se llenaron de parches. Nos mudamos a diferentes casas temporales en las afueras de la ciudad, diferentes escuelas, tuvimos distintos compañeros de juego... Desde entonces no he tenido conexión con ningún lugar. Siento que no pertenezco. Y creo, como director, desde ese lugar”, reflexiona.

Buscaba un paisaje. Estaba más interesado en lo que tenían que decir los actores con sus caras que con sus palabras. La parte más difícil fue lograr que no actuaran
Lemohang Jeremiah Mosese, director

En la película también se cuenta la vida de este lugar, su pasado y lo que se perderá con un futuro enterrado en agua: se hace a través de las voces de los pastores y campesinos que se quejan de que estas tierras, heredadas de sus padres, no pasarán a sus hijos. Mantoa, la protagonista de la cinta, también le desvela a un niño de la aldea como nació esta y por qué a este valle se le llama “las llanuras del llanto”. “Buscaba un paisaje. Estaba más interesado en lo que tenían que decir con sus caras que con sus palabras o habilidad. La parte más difícil fue lograr que no actuaran. La mayoría de las charlas tuvieron mucho que ver con lograr que desaprendieran sus hábitos y comportamientos de actuación. No ser actores, sino objetos”, explica Mosese sobre su trabajo como realizador. Solo cinco de los personajes que aparecen son actores, y tres de estos cinco son aficionados.

Una comunidad de vecinos que se unen para limpiar el cementerio del pueblo de la basura que dejan los operarios de la presa y para preparar la tumba de Mantoa, que solo quiere estar lista para morir. Una comunidad que cada vez está más unida, a pesar de que pronto la partirán en dos... La película, en definitiva, vaticina el futuro de muchas localidades en el mundo cuando en su camino se cruza el progreso. Uno que podría resumirse en la definición que da un pastor del pueblo de Nazaretha y que le escuchó decir, cuando era niño, a su padre, un trabajador que destruyó un bosque para hacer pasar la carretera principal por él: “Hijo mío, el progreso es cuando los hombres señalan a la naturaleza con el dedo condenatorio y proclaman su conquista sobre ella”.

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Sobre la firma

Belén Hernández
Redactora de Estilo de Vida, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde escribe sobre cultura y tendencias, pero también sobre infancia, medio ambiente y pobreza en países en desarrollo. Antes trabajó en El Mundo y Granada Hoy. Es granadina, licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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