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Columna
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El #MeToo del PSOE y la hipocresía liberal

Las élites siguen confiando en que la exposición de la hipocresía es un arma universal, sin ver que el otro bando ha abandonado cualquier pretensión moral y es inmune

El cinismo autoritario triunfa porque la hipocresía liberal vació las palabras antes de abandonarlas. Durante años, las democracias que se proclamaban feministas, garantistas o ejemplares conservaron el vocabulario de los valores mientras vaciaban su contenido. En ese hueco floreció un autoritarismo sin máscara que hoy exhibe su cinismo como si fuera una forma de sinceridad. Y es en ese contexto donde estalla ahora el #MeToo del PSOE: la ruptura pública de un pacto de silencio que deja al partido expuesto justo en aquello que decía encarnar. Cuando Zohran Mamdani y Donald Trump hablan en el Despacho Oval y Trump dice “puedes llamarme fascista, no pasa nada”, está exhibiendo exactamente eso: la irrelevancia de la categoría moral como restricción. Cuando Elon Musk pide abolir la UE tras una multa y responde “pretty much” a un meme que muestra la bandera europea convertida en esvástica, está operando en el mismo registro: la provocación sin coste, la exhibición de lo que antes se ocultaba. Solo el polaco Radoslaw Sikorski se atrevió a nombrarlo: “Vete a Marte. Allí no hay censura para los saludos nazis”. Esa respuesta es quizás lo más digno que ha producido Europa en esta crisis. Pero es excepcional precisamente porque nombra lo que otros evitan nombrar.

El autoritarismo contemporáneo no necesita ocultarse porque la hipocresía liberal hizo el trabajo previo: dejó sin anclaje moral los términos con los que antes se lo podía condenar. El cinismo de la derecha autoritaria es parasitario del vacío moral del liberalismo. En ese contexto se entiende mejor lo que supone el #MeToo del PSOE. No es solo un escándalo interno ni una crisis de gestión: es la irrupción de un lenguaje que vuelve a significar algo justo cuando parecía haberse vaciado. El #MeToo no tuvo fuerza por revelar hechos desconocidos —muchos se sabían— sino porque rompió el pacto de silencio que impedía nombrarlos. Convirtió los rumores en acusaciones y lo privado en responsabilidad pública. Recuperó la fuerza política de decir la verdad en voz alta.

El PSOE no ha fallado solo por los casos que hoy lo sacuden, sino por algo más profundo: por creer que bastaba con el velo. Conservar la apariencia de moralidad sin transformar las estructuras de poder. Convertir el feminismo en credencial y no en práctica; en lema y no en mecanismo efectivo de protección. En confundir institucionalización con victoria. Las élites tradicionales no han entendido que el juego ha cambiado. Siguen confiando en que la exposición de la hipocresía es un arma universal, sin ver que el otro bando ha abandonado cualquier pretensión moral y, por tanto, es inmune a ese tipo de acusación. Lo hemos visto en Gaza y en tantas otras crisis: se mantiene el lenguaje de los valores mientras el contenido se vacía. Se habla de derechos humanos mientras se hace lo contrario, hasta que las palabras pierden su capacidad de nombrar. Esa distancia obscena entre el discurso y la realidad alimenta el caldo donde prosperan Trump y sus equivalentes. No surgieron de la nada. Surgieron del vacío entre promesa y realidad, de ese abismo entre lo que ocurre y lo que el liberalismo se atreve a decir. Es ahí donde este #MeToo se vuelve más que una crisis interna del PSOE: se convierte en el espejo de un agotamiento político más profundo. Una democracia puede soportar el ruido de sus escándalos, pero no el silencio de sus verdades.

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Sobre la firma

Máriam Martínez-Bascuñán
Profesora de Teoría Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Autora del libro 'Género, emancipación y diferencias' (Plaza & Valdés, 2012) y coautora de 'Populismos' (Alianza Editorial, 2017). Entre junio de 2018 y 2020 fue directora de Opinión de EL PAÍS. Ahora es columnista y colaboradora de ese diario y pertenece a su comité editorial.
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