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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nobel por la democracia

El premio a María Corina Machado y su salida de Venezuela ilustran la urgencia de una transición pacífica desde la dictadura de Maduro hacia el pluralismo político

La entrega del premio Nobel de la Paz a María Corina Machado y su salida de Venezuela en condiciones inverosímiles han devuelto a un primer plano una verdad que gran parte de la comunidad internacional ya considera incontestable: Nicolás Maduro perdió las elecciones y su permanencia en el poder carece de legitimidad democrática. No es una conclusión opinable ni fruto de la disputa ideológica entre izquierdas y derechas: conviene recordar que es el resultado de informes coincidentes de organismos internacionales, incluidos aquellos invitados por el propio Gobierno de Venezuela, que documentaron irregularidades masivas y un proceso electoral diseñado para impedir la competencia real. La inhabilitación de Machado es quizá la expresión más nítida de ese andamiaje electoral profundamente manipulado.

La ceremonia en Oslo ha funcionado como un espejo incómodo. Mientras el presidente del Comité Noruego del Nobel instaba públicamente a Maduro a aceptar los resultados y abandonar el poder, el chavismo respondía con una ofensiva retórica que incluyó ataques al Instituto Nobel. Países que durante años mantuvieron equilibrios precarios con el régimen hoy reconocen que la crisis venezolana ha entrado en un punto decisivo. El Nobel no es solo un premio: es una certificación planetaria del agotamiento de un proyecto político que ha desmantelado las instituciones, destruido la economía y expulsado a millones de ciudadanos.

En este contexto, la pregunta central ya no puede girar en torno a preferencias ideológicas. Venezuela no está discutiendo el rumbo de una izquierda o una derecha democráticas; está lidiando con la negación misma de la democracia. La disputa no es programática, sino existencial: o se restablecen reglas mínimas de pluralismo y convivencia, o el país seguirá atrapado en un autoritarismo sin horizonte. El debate ideológico vendrá después, cuando existan condiciones para que distintas corrientes políticas compitan en igualdad de condiciones en unas elecciones libres. Hoy, sencillamente, ese escenario no existe.

De ahí la urgencia de construir una salida ordenada. El fin de un régimen que ha concentrado poder durante un cuarto de siglo solo será sostenible si se realiza a través de una transición negociada y pacífica, con garantías para todos los actores y mecanismos que eviten una espiral de violencia. La comunidad internacional debe acompañar ese proceso con firmeza, pero también con responsabilidad. Las presiones y sanciones pueden ser instrumentos útiles para forzar cambios, pero ninguna solución que ignore el derecho internacional o la soberanía venezolana será viable ni legítima. El reto está en combinar la exigencia democrática con el respeto a los principios que rigen la convivencia entre Estados.

La salida de María Corina Machado de Venezuela el mismo día en que su hija recogía en su nombre el galardón en Oslo, después de un año en la clandestinidad y, según versiones, a bordo de una lancha para evadir a las fuerzas de seguridad, ilustra la degradación institucional del país. Una líder política que representa a millones de ciudadanos debe poder circular, expresarse y competir sin temor a ser detenida.

Maduro tiene aún la posibilidad de evitar un desenlace traumático: reconocer la derrota, facilitar la transición y permitir que los venezolanos recuperen su voz. Cada día que prolonga la ficción de su victoria, el costo político y humanitario aumenta. Tras el Nobel a Machado, su margen internacional es menor que nunca. La comunidad democrática ha enviado un mensaje claro: Venezuela merece volver a elegir su futuro en libertad. El mundo ha cambiado su opinión sobre el chavismo; es el chavismo el que se niega a cambiar. La tarea ahora es que la transición no solo sea posible, sino también justa y pacífica. Venezuela ya ha pagado suficiente precio por una historia que no eligió. Es hora de que pueda escribir la siguiente página.

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