La izquierda, la derecha y la subasta de Junts
Pedro Sánchez se la juega con el exconvergentismo sabedor de que para los de Puigdemont un apoyo al bloque PP-Vox sería un paso demasiado fuerte


1. Las democracias europeas, con sus matices diferenciales, vivían con cierta comodidad en los tiempos del bipartidismo simple: una derecha y una izquierda lideradas por un partido principal, con unos pocos grupos secundarios en el entorno que iban a remolque. Un modelo propio del capitalismo industrial que respondía al viejo esquema burguesía/proletariado. Pero el paso al capitalismo financiero, la aceleración tecnológica y los cambios en el sistema comunicacional han introducido factores de complejidad con efectos directos sobre la representación política. Lo vemos en todas partes. Sin ir más lejos, en la vecina Francia: la V República, desde que Nicolas Sarkozy asumió la presidencia, ha ido entrando en una fase de descomposición política que ni el presuntuoso primero de la clase, Emmanuel Macron, ha conseguido revertir. Y ahora ejerce de presidente demediado, con gobiernos de estabilidad precaria y con la extrema derecha —que en todas partes está capitalizando el desvarío— al asalto del poder.
En el caso español, la estructura plurinacional complica aún más el ejercicio. La representación política en Cataluña y en el País Vasco, cuando se traslada a las instituciones españolas, introduce factores de complejidad que condicionan manifiestamente la alternancia simple derecha-izquierda. Una realidad a la que ahora ha venido a incorporarse, como en toda Europa, la extrema derecha que va recortando espacio a la derecha —al PP, por ejemplo— a ritmo acelerado. De modo que construir una mayoría estable, como bien sabe Pedro Sánchez, no se da por añadidura y el empeño conduce a menudo a requiebros indiciarios de desesperación
2. En este escenario, el PP, agobiado por la larga e inesperada travesía del desierto que ha seguido a su derrota ante Sánchez, pugna ahora para forzar la alternancia. Con las cartas marcadas por su dependencia de Vox que dificulta cualquier aproximación a Junts o al PNV, incompatibles con Santiago Abascal y familia. Ciertamente, Sánchez pende de un hilo: que la actual derechización de Junts no le lleve a dar un paso para forzar su dimisión, de modo que, paradójicamente, ahora mismo la presencia de Vox es un salvavidas para el presidente, precisamente en el momento en que Alberto Núñez Feijóo, atrapado en su impotencia, ha hecho en público una humillante llamada a la patronal catalana para que presione a Junts.
La sorpresa que ha seguido a este movimiento de la derecha la ha dado el propio presidente Sánchez al implorar la colaboración de Junts, en un ejercicio de autocrítica al viejo estilo que le ha llevado a reconocer “los incumplimientos y los retrasos” en los compromisos adquiridos que la derecha nacionalista catalana ha venido denunciando. Sánchez está suficientemente satisfecho de haberse conocido para hacer gestos como este, convencido de que le favorecen porque irritan a la derecha. Y no se da por vencido, porque sabe de las debilidades del adversario y cree que le quedan cartas por jugar. De hecho, el PP le facilita la tarea cuando pone el grito en el cielo por la indignidad de Sánchez de entregarse a Junts justo una semana después de que Feijóo implorara a los de Puigdemont el apoyo a la moción de censura. Otro ejemplo más del callejón del ridículo en el que está encallado el PP. Si ellos pactan con Junts es un servicio a la patria; si lo hace el presidente Sánchez es una indignación nacional.
El empeño de Sánchez es completar la legislatura, probablemente porque cree que el desgaste de la derecha, en la pugna entre PP y Vox por la hegemonía, puede dar nuevas expectativas al PSOE en 2027. Y sabe que Junts, un partido disminuido, que ha perdido buena parte del apoyo de los momentos álgidos del procés, apegado a Puigdemont, y que lo apuesta todo al regreso del presidente exilado a principios de año próximo, no se la puede jugar saltando al otro bando. El límite de lo posible es la enfática aridez de Miriam Nogueras, mucho ruido y pocas nueces, agresividad formal sin otro destino que la autocomplacencia. ¿Qué le pueden dar el PP y Vox para que Junts vote con ellos sin coste alguno? Una cosa es amenazar, anunciar la ruptura con el PSOE, y otra votar con la extrema derecha. Junts se ha plantado, pero de ahí a pasar al otro lado hay un largo trecho, sobre el que Sánchez pretende especular.
3. Lo curioso de este episodio es que Pedro Sánchez haya dado el paso tan descaradamente, sin eufemismos: soy culpable de incumplimiento. Y me comprometo a rectificar. Y aquí podría aparecer la inquietante novedad del momento: la normalización de Vox. Que ya no fuera tabú. Y que incluso Junts comprara el desafío de la derecha. Lo cual sería sintomático de lo peor: que en España, como en media Europa, la extrema derecha, el neofascismo, han salido de la marginalidad. A veces queremos creer que la defensa de la democracia es un principio generalizado y resulta que en la Unión Europea algunos países están ya pasando página. Aunque sigo pensando que si Junts diera el paso al lado del PP-Vox, lo pagaría caro.
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