Sílvia Orriols fascina a los jóvenes de Vox
El tiempo dirá si el eje de las ultraderechas española y catalana es capaz de superar al incipiente entendimiento entre Puigdemont y el PP


Cuando parecía que la reconciliación de las derechas en España se daría de la mano de un Carles Puigdemont pasado por la amnistía y del Partido Popular, saltó la sorpresa. Sílvia Orriols se ha vuelto una referencia para la formación de Santiago Abascal. La líder de Aliança Catalana no solo rasca votos entre el independentismo. El discurso de la alcaldesa de Ripoll causa furor –curiosamente– entre muchos jóvenes ultraderechistas que defienden la unidad de España, y eso que jamás se deja entrevistar en un idioma que no sea catalán, el suyo.
Cada vez es más frecuente ver a muchos partidarios de Vox compartir los vídeos de Orriols, lamentando que “ojalá” su partido dijera lo mismo. Da igual que esta quiera la independencia de Cataluña o ponga a caldo al “Estado español”. Si tantos chavales elogian a la líder de Aliança Catalana es, sencillamente, porque ven en ella una figura más desacomplejada que la de Santiago Abascal. La catalana tilda de “estafa piramidal” el sistema de pensiones —solo Iván Espinosa de los Monteros, allá por 2019, se atrevió a decir algo parecido— y basa su crítica a la inmigración en la pérdida de identidad, usándola como chivo expiatorio ante la merma de los servicios públicos: Vox ha tendido a centrarse en el relato sobre la criminalidad.
Así que ya no hace falta hablar el catalán en la intimidad, porque Orriols lo habla en público y la entienden perfectamente en Madrid. Es curioso hasta qué punto el independentismo ha dejado de ser visto como una amenaza, por más que los días pares el Partido Popular y Vox se rasguen las vestiduras con la Ley de Amnistía. Carles Puigdemont lleva tiempo cayéndole simpático a muchos entre bambalinas porque complica la legislatura a Pedro Sánchez. Y la alcaldesa de Ripoll parece ahora el eslabón perdido que la derecha necesitaba para reconstruir alguna vez sus puentes entre Barcelona y Madrid.
El caso es que el huracán Orriols no ha dejado indiferente a Vox: asumen que les quita votos en Cataluña. Por eso, preguntado en una entrevista en La Vanguardia, Abascal constató un giro de guion en la cuestión migratoria: afirmó que durante un tiempo sí se podía distinguir entre los migrantes que se “adaptaban” y los que no, pero consideró que esa pantalla estaba superada. “No es el momento de decir [que] queremos este tipo de inmigración en vez de la otra. Ese momento ya pasó”. Se nota ahí la influencia orriolista. No casualmente, este verano los eurodiputados de Vox Hermann Tertsch y Juan Carlos Girauta tuvieron un rifirrafe con algunos de sus jóvenes afines en redes sociales. Estos criticaban a los dirigentes del partido por defender la migración latinoamericana. Existe un alma pro-Hispanidad en la formación de Abascal —basada en los lazos culturales compartidos— en la línea de Isabel Díaz Ayuso. En cambio, Aliança Catalana se opone tajantemente a la llegada de cualquier migrante, tanto de origen magrebí como latino, que no asuma las supuestas “formas de la catalanidad”. De ahí que guste tanto a esos jóvenes.
Se demuestra que mucha juventud cercana a Vox es hasta más de derechas que la cúpula. Como ilustró hace unos días El País Semanal, a partir de los datos del CIS, a lo largo de nuestra democracia siempre ha habido oscilaciones: unos ciclos más de izquierdas, otros más de derechas. Sin embargo, asistimos a los jóvenes más derechizados desde la Transición. La brecha generacional se hace evidente también en eso. Tal vez la juventud vea al migrante como un competidor —más gente buscando vivienda, por ejemplo— mientras que el votante babyboomer de Vox tiene la vida más encauzada y no compite en ese registro. Al contrario: considera que los extranjeros ejercen una función en la economía y para el Estado del bienestar.
Con todo, la líder de Aliança Catalana marca distancias. Dice de Vox que encarna un “pasado retrógrado y franquista”, mientras que su partido “reivindica un futuro libre, próspero, seguro y occidental”. Es cierto que Orriols se parece a la línea de Marine Le Pen en Francia en lo relativo a los derechos civiles. Por ejemplo, cuelga la bandera LGTBI en la alcaldía de Ripoll, considerando que la migración musulmana no sería compatible con ciertos valores.
El problema para esos altavoces de la derecha española que hacen ojitos a Orriols es que, por ahora, esta no se quiere presentar a las elecciones al Congreso de los Diputados del “país vecino”, como ella llama a España. Sin embargo, Abascal dejó un misterioso recado en esa misma entrevista en La Vanguardia: “Creo que el rechazo a la inmigración masiva de gentes influidas por el fanatismo islámico va a unificar España”. El tiempo dirá si el eje de las ultraderechas española y catalana es capaz de superar al incipiente entendimiento entre Puigdemont y el PP, como en los mejores tiempos entre José María Aznar y la Convergència i Unió de Jordi Pujol. De momento, Aliança Catalana hace las delicias de la juventud de Vox y de una parte del Madrid político, dispuesto a sacrificar su purismo por echar a Sánchez del poder alguna vez, y cimentar su nuevo orden político que, paradójicamente, orilla o exhibe amnesia ante la cuestión territorial.
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