Vox desafía al ‘Little Miami’ de Ayuso
Empieza a emerger una ultraderecha social que ha hecho suya la premisa de que el empobrecimiento se ha vuelto estructural en España


Vox ha decidido desafiar al Little Miami de Isabel Díaz Ayuso. Es decir, haber convertido Madrid en el paradigma de una derecha globalizada, amiga de los impuestos bajos y atractiva para las élites hispanoamericanas de alto poder adquisitivo. Frente a ese modelo de los ganadores del sistema, el partido de Santiago Abascal opta ya por presentarse como el partido de quienes se sienten sus perdedores. La cuestión es si ese giro obrerista —que algunos tildan de falangista— constituye una amenaza para el Partido Popular a largo plazo.
En esa línea se inscribe el relevo en el Congreso del portavoz adjunto, Javier Ortega Smith, por el diputado Carlos Hernández Quero. El partido aparta ahora a los últimos vestigios de su vieja guardia, tras la salida de figuras como Iván Espinosa de los Monteros. Este era el principal representante del ala liberal en la ultraderecha: no por casualidad ha fundado recientemente el think tank Atenea, más parecido al viejo Ciudadanos o al PP que a su partido original. En definitiva, asistimos al auge de un diputado, Hernández Quero, que bien podría estar en Podemos por su estética o retórica social. El treintañero madrileño se dirige a los barrios populares con un discurso antiélites y critica las facilidades que en el “Miami madrileño” se quieren conceder al capital extranjero. Tampoco parece un nacionalista español al uso: su propuesta no es envolverse en la bandera, sino el sentimiento de pertenecer a una familia, un barrio o una comunidad.
Así pues, el espacio de la ultraderecha española consuma su división definitiva entre liberales e identitarios, como ya ocurrió con la sonada ruptura entre Donald Trump y Elon Musk. Musk representaba a esos technobros que no quieren que haya aranceles elevados y buscan atraer mano de obra cualificada para sus empresas —por ejemplo, ingenieros indios para Silicon Valley— mientras que Trump se debía a la base del movimiento MAGA. Es decir: proteccionismo, discurso antiinmigración, una derecha más populista y patriótica.
El caso es que el giro obrerista de Vox ya levanta ampollas en el PP y en la órbita de Atenea, señalando una debilidad: la dependencia extrema que tienen los populares de la figura de Ayuso. Si molesta tanto que Vox la interpele, es porque la baronesa madrileña se ha convertido en el símbolo de la alternativa al PSOE. Cuando Juan Manuel Moreno Bonilla, o cualquier otro barón, habla de bajar impuestos, se referencian en los modos ayusistas. En cambio, es difícil reconocer el paradigma económico de Alberto Núñez Feijóo. Precisamente, muchos votantes de ultraderecha piensan que el PP actual será una especie de Rajoy 2.0 cuando gobierne, un “PSOE azul” que hará lo mismo que la izquierda. El deseo de otro modelo económico sublima ahora entre los ciudadanos que pasan apuros, aunque, en verdad, la impronta de Vox en las “cosas del comer” poco se ha notado hasta la fecha donde gobernó con los populares.
El problema es que el PP se ha puesto nervioso antes de tiempo con Vox. Quero quizás emocionará en Aluche, pero hablar de multimillonarios venezolanos o mexicanos es un discurso demasiado madrileño: poco tiene que ver con la realidad extremeña, catalana o manchega. Es uno de los males de la derecha actual: lleva tanto tiempo mirando dentro de la M-30, que pese a ganar en muchas comunidades autónomas, parece como si no supiera poner el foco en otras problemáticas que hay en nuestro país —qué decir de su ruptura con el PNV o con Junts—. Sin embargo, Vox da síntomas de querer superar su centralismo. No solo arraigan ya en el campo, sino que también han empezado a lepenizarse: son la primera fuerza entre operarios de fábrica, entre los jóvenes o los desempleados. Todo ello mientras la izquierda cierra filas en torno a un relato basado en el supuesto “milagro” económico de Pedro Sánchez. Por más que la economía nacional crezca en términos macro —debido al aumento del volumen de trabajadores, nacionales o extranjeros, más que por incrementos de productividad—, el día a día de las familias es otro. La exclusión social severa afecta ya a 4,3 millones de personas en nuestro país, un 52% más que en 2007, y la precariedad laboral alcanza el 47,5% de la población activa, según el IX Informe de la Fundación Foessa.
En definitiva, empieza a emerger una ultraderecha social que ha hecho suya la premisa de que el empobrecimiento se ha vuelto estructural en España, y ya solo puede empeorar. Vox lo ha apostado todo a ese pronóstico para los años que vienen. Siendo honestos, no es muy distinto del diagnóstico de la izquierda actual: en siete años de Gobierno ha sido más fácil reconocer sus políticas de salario mínimo o ingreso mínimo vital para que los ciudadanos no se precarizaran aún más, que sus acciones para reflotar a la clase media de antaño.
Vox desafía ahora al Little Miami de Ayuso, y la tragedia es que cada vez más jóvenes se parecerán al perdedor del sistema antes que a quien ha triunfado en él. La única forma en que Feijóo podría intentar frenar a Vox es teniendo un discurso que ilusione o haga creer que las cosas pueden cambiar sustancialmente a mejor en los hogares de nuestro país. Y de momento, o no se conoce, o no lo hay.
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