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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trump, el año de la demolición

El primer aniversario de la victoria del republicano recuerda una fecha aciaga para la democracia estadounidense y el orden mundial

El País

El martes 5 de noviembre de 2024 un total de 77 millones de norteamericanos votaron a Donald Trump para un segundo mandato como presidente de Estados Unidos. Votaron por él después de verle intentar un golpe de Estado, de ser declarado culpable en un juicio penal (el del caso Stormy Daniels) y de encabezar una campaña de odio en la que fue muy claro sobre sus intenciones de utilizar el poder para vengarse de sus “enemigos”. Mientras el mundo contenía la respiración, un admirador de autócratas como el húngaro Viktor Orbán celebraba la victoria del magnate republicano con esta premonición: “La historia se acelera y se cierra un capítulo. El mundo va a cambiar más rápido de lo que pensamos”.

Ese capítulo venía definido por la idea de que la más antigua democracia liberal del mundo había vencido en 2020 a la pulsión autoritaria de una minoría. Pero Joe Biden fue un paréntesis. La corriente reaccionaria que impulsaba a Trump era más profunda y virulenta de lo que los moderados podían imaginar. En este nuevo capítulo de la historia, la democracia de Estados Unidos puede dejar de serlo: se ha abierto un camino hacia la autocracia que estaba cerrado por un vigoroso sistema de contrapesos institucionales.

La velocidad a la que el Gobierno de Donald Trump ha demolido esos contrapesos no entraba en los cálculos más pesimistas. La política de Washington ha sido sustituida por una Casa Blanca cuya misión es convertir en realidad los deseos de su inquilino. Sus tuits son ejecutados por ministros fanáticos, arropados por un ejército de abogados y una masa de opinión que los jalea en las redes. Así se ejecutan aranceles arbitrarios que sacuden irresponsablemente la economía mundial, se moviliza al ejército para aplacar inventadas crisis de seguridad en las calles, se intenta acallar a medios críticos, se desvían fondos presupuestados por el Congreso, se chantajea a las universidades o se persigue y deporta a los inmigrantes sin más razones que el racismo y la xenofobia. Adjetivos como insólito o inconcebible han perdido su significado.

Quizá en ningún aspecto doméstico ha impactado aún ese estilo autoritario como lo ha hecho en el plano internacional. La maquinaria diplomática ha sido sustituida por el humor cambiante de un ególatra que utiliza la influencia mundial de EE UU en su beneficio personal. Así, de un día para otro cancela la ayuda a millones de personas en África, saca a su país de la Organización Mundial de la Salud y de los acuerdos para frenar el cambio climático, intenta despachar sin garantías el conflicto israelo-palestino, exige un 5% de gasto en defensa a Europa, deja caer la idea de atacar Venezuela y amenaza a Ucrania o a Rusia por igual olvidando quién es el agredido y quién el agresor.

Si la historia se ha acelerado es porque ha encontrado pista libre para rodar. La mayoría republicana ha renunciado a defender el Legislativo del capricho de su líder. La justicia chapotea entre miles de denuncias que la Casa Blanca litiga hasta el Tribunal Supremo, donde una supermayoría conservadora parece dispuesta a interpretar a su favor cualquier zona gris de la Constitución. En el plano internacional, la actitud general ante el método transaccional del neoyorquino —que hacer prevalecer la ley del más fuerte— ha sido de desunión y resignación. La imagen del ala Este de la Casa Blanca demolida para hacer un gigantesco salón de baile a mayor gloria de Donald Trump es un símbolo de los tiempos.

Es importante recordar que nada de esto es inevitable. Hace un año 77 millones de ciudadanos votaron por Trump, pero 75 millones lo hicieron por Kamala Harris. El Senado de EE UU tiene la capacidad de poner pie en pared en cualquier momento. Si no lo hace, los votantes tendrán la palabra en cuanto se active la campaña electoral para los comicios de medio mandato de 2026. Los demócratas han comenzado a dar voz a todos los estadounidenses que quieren frenar a Trump con su negativa a financiar el Gobierno. En el plano internacional, países como China, México o Canadá han demostrado que se puede decir no y negociar de tú a tú, siguiendo las reglas de la diplomacia, no por imposición.

El año de la demolición ha cambiado, tal vez para siempre, la lógica del poder en EE UU y su relación con el mundo. Seguirá sin control a corto plazo. Pero está en manos de todos que la regresión no se vuelva irreversible.

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