Por qué sigo siendo optimista sobre la salud mundial
El dinero que se dedica a la salud global es cada vez menos, pero la ciencia avanza a pasos agigantados y hay mucha gente decidida a garantizar que las innovaciones lleguen a los niños, hayan nacido donde hayan nacido


Uno de los triunfos más asombrosos de la humanidad es algo de lo que la mayoría de la gente ni siquiera es consciente.
En el año 2000, más de 10 millones de niños morían antes de cumplir los cinco años. En la actualidad, fallecen menos de cinco millones. El mundo ha reducido a la mitad la mortalidad infantil en solo 25 años.
Es un triunfo impresionante. Pero la historia no ha terminado todavía. En este mismo instante se está escribiendo el siguiente capítulo, mientras los gobiernos de todo el mundo elaboran sus presupuestos. Y los líderes mundiales tienen una oportunidad única de hacer algo extraordinario.
Las decisiones que tomen ahora —seguir adelante con los drásticos recortes de la ayuda sanitaria que se han propuesto o dar a los niños de todo el mundo la oportunidad que merecen de disfrutar de una vida sana— van a determinar qué tipo de futuro dejaremos a la próxima generación.
Para salvar al mayor número posible de niños, insto a los líderes a que aumenten los fondos destinados a la salud. Ahora bien, supongamos que se limitan a mantener los niveles actuales. ¿Qué pasaría? Para averiguarlo, nuestra fundación ha trabajado en colaboración con el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, y los resultados son más esperanzadores de lo que preveía.
Si el mundo invierte en salud infantil y amplía el alcance de las innovaciones capaces de salvar vidas, quizá podríamos volver a reducir las muertes infantiles a la mitad en los próximos 20 años.
Tenemos un plan de actuación para conseguirlo. Sabemos cómo estirar cada dólar para salvar el mayor número de vidas posible. Y los proyectos de innovaciones sanitarias asequibles en curso son más sólidos que nunca.
Hay una serie de estrategias nuevas para combatir la malaria —entre ellas, varios avances que impiden que los mosquitos transmitan parásitos— con las que quizá podamos erradicar casi por completo la enfermedad. Las nuevas vacunas maternas pueden proteger a los bebés de diversas enfermedades respiratorias, que son la principal causa de mortalidad entre los recién nacidos. Y tanto los tratamientos de acción prolongada contra el VIH como los métodos de prevención que sustituyen a las pastillas diarias pueden reducir las muertes por sida a cifras inferiores al 10%. Con las inversiones y la atención adecuadas, es posible que el VIH/Sida, que en otro tiempo llegó a ser la pandemia más mortífera del mundo, acabe siendo una nota médica a pie de página.
Muchos países cuentan con los conocimientos adecuados para resolver los principales problemas de salud, pero necesitan las herramientas, los medicamentos y las vacunas para llevarlos a la práctica. Ese fue el objetivo de crear instituciones sanitarias mundiales como el Fondo Mundial y GAVI (Alianza para las Vacunas): para ayudar a los países a tomar decisiones más inteligentes y rentables.
Creo que las oportunidades no deben depender de dónde nace cada uno y que el lugar en el que reside no debe determinar si vive o no. He anunciado que voy a donar prácticamente toda mi fortuna para financiar esta iniciativa durante los próximos 20 años, porque estamos en un momento crítico para progresar. Pero la realidad es que será imposible si los países ricos no destinan una pequeña parte de su presupuesto a ayudar a las personas más pobres del mundo y salvar millones de vidas.
Aquí entran en juego las decisiones gubernamentales. Por supuesto que las deliberaciones presupuestarias son difíciles. Muchos países de los que más ayuda sanitaria han prestado en otras épocas tienen hoy obstáculos como un gran endeudamiento, el envejecimiento de la población y otros problemas internos.
No soy ningún ingenuo. No creo que la mayoría de los gobiernos, de repente, vayan a volver a situar la ayuda exterior en los niveles históricos.
Pero sí soy optimista.
Porque, aunque la situación pueda parecer hoy desesperada, también hay otra realidad: lo que está sucediendo con la salud de los niños en todo el mundo es peor de lo que cree la mayoría de la gente, pero nuestras perspectivas a largo plazo son mejores de lo que la mayoría de la gente puede imaginar.
Esa es la paradoja de este momento: el dinero que se dedica a la salud mundial es cada vez menos. Pero la ciencia avanza a pasos agigantados y hay mucha gente decidida a garantizar que las innovaciones lleguen a los niños que las necesitan, hayan nacido donde hayan nacido.
Las decisiones que tomemos hoy determinarán cómo va a ser el mundo para la próxima generación. Ahora que soy abuelo, esto me toca todavía más de cerca. Quiero que mis nietos crezcan en un mundo en el que los niños sepan que había unas enfermedades llamadas VIH, polio y anemia falciforme, pero que no conozcan a nadie que las padezca.
En el que las salas de hospital dedicadas a la malaria estén vacías, porque ningún niño corra peligro de contraerla.
En el que todo el mundo sobreviva al parto y a la infancia.
Ese es el futuro que merecen todos los niños. Y todos podemos ayudar a construirlo.
Estoy hablando con los dirigentes políticos sobre cómo hacer más cosas con menos recursos. Eso quiere decir centrarnos en los programas básicos que salvan vidas; redoblar los esfuerzos para impulsar innovaciones capaces no solo de controlar las enfermedades, sino de erradicarlas y curarlas; y encontrar la manera de dejar atrás nuestro anticuado modelo de ayuda basado en donantes y receptores para ir hacia un modelo sostenible en el que los países sean autosuficientes.
Sin embargo, nada de eso será posible si los países donantes no invierten en la salud de todas las personas, en particular los niños. Tomemos como ejemplo el Fondo Mundial. Esta es probablemente la iniciativa que más vidas ha salvado en el siglo XXI: desde 2002, ha evitado 70 millones de muertes debidas al sida, la tuberculosis y la malaria.
En noviembre, cuando llegue el momento de reponer las provisiones del Fondo Mundial, veremos cómo de prioritario es este tema para los países. Nuestra fundación anunciará su contribución la semana que viene y será interesante ver qué aportan los gobiernos.
Los países de rentas bajas también pueden hacer más cosas para dar prioridad a la salud de sus ciudadanos. Muchos países pobres dedican menos del 3% del presupuesto nacional a la salud. En muchos casos, no es porque no quieran gastar más, sino porque están incapacitados por unas deudas devastadoras y el correspondiente pago de intereses. Las instituciones financieras mundiales deben aliviar la carga de la deuda para que los países de rentas bajas puedan dedicar más recursos a la salud de su población.
La humanidad está en una encrucijada. Pero yo apuesto por la humanidad. Porque no hay ningún obstáculo tan grande como para que la gente unida no pueda vencerlo.
Me inspiran a diario las personas que conozco, como el doctor Opeyemi Akinajo, que está trabajando en sensores asistidos por IA que pueden ayudar a que más madres y más recién nacidos sobrevivan al parto. O el ministro de Sanidad de Indonesia, Budi Sadikin, que trabaja sin descanso para garantizar que los niños tengan acceso a la atención sanitaria necesaria para que tengan el mejor comienzo posible en la vida.
También me inspiran casos más cercanos, como el de Maddie y Emile Leeflang, dos adolescentes de Utah que, conmovidos por su trabajo voluntario en Kenia, decidieron hacer campaña a favor de la ayuda para la salud.
En todos los rincones del mundo hay buenas personas empeñadas en cambiar las cosas.
¿Vamos a ayudarlas? ¿Tendrán en cuenta los países en su presupuesto las ayudas para la salud de los niños de todo el mundo? ¿Garantizaremos que los nuevos avances puedan llegar a la gente que más los necesita?
Las respuestas dependen por completo de nosotros.
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