Una mancha en el traje
Bioy Casares lo tenía todo hasta que se encontró con el horror frente a él


Ha sido uno de los escritores más seductores, coronado siempre por el éxito tanto en sus libros como con las mujeres. Se llamaba Adolfo Bioy Casares. Tenía un diseño inglés y una posesión heredada de miles de hectáreas, montaba a caballo, jugaba al tenis, era amigo íntimo de Jorge Luis Borges, estaba casado con la poeta Silvina, hermana de Victoria Ocampo, la que dictó durante años la moda cultural en Buenos Aires. Practicaba una infidelidad pactada o consentida. Su coche descapotable solía verse de noche aparcado frente a la puerta trasera de los teatros por donde salían las artistas más famosas después de la función. Llevaba una vida de viajes y regresos y se mantenía en un grado de proximidad o lejanía, según los casos. Un día me dijo: “Los políticos solo atienden a los artistas y a los escritores mientras los necesitan. Una vez usados, los olvidan”. Consideraba que el peronismo era una actitud grasienta que iba contra la estética. Pero un día le sucedió lo mismo que al protagonista de La caída, la novela de Albert Camus, aquel abogado con todo el reconocimiento social que no impidió el suicidio de una mujer en el Sena y desde ese momento tuvo que compartir el éxito con la culpa. Durante la dictadura militar argentina, un día Bioy Casares caminaba con su impecable traje claro por una calle de Buenos Aires cerca de su casa de la Recoleta y vio que un hombre corría hacia él pidiendo socorro perseguido por un tipo de paisano con un revólver en la mano. El sicario lo alcanzó, le pegó un tiro en la nuca y el fugitivo cayó muerto en la acera. Al tratar de eludir aquel percance, Bioy quedó tendido en medio de la calzada. Alguien que se acercó a ayudarle le dijo: “No ha visto usted un asesinato. Ha visto una ejecución”. El escritor no comprometido, al levantarse, descubrió que su verdadero sentimiento lo ocupaba el hecho de que se había manchado el traje. “Luego pensé que era algo más que una mancha en el traje”, me dijo un día. “Por primera vez sentí que se había manchado mi conciencia”.
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