Un nido de golondrinas
Contemplo en directo cómo se reducen a escombros las ciudades en Gaza y Ucrania. Mientras, dos aves construyen su nido en la terraza de mi casa, y no sé qué hacer


Aunque para vivir con cierta dignidad uno trate de sacudirse de encima la basura mediática, no puedes evitar que te ensucie la mente dado que impregna la atmósfera que te ves obligado a respirar. Después de contemplar en vivo y en directo cómo mueren cientos de niños bajo las bombas, cómo se reducen a escombros las ciudades, cómo se halla este perro mundo a merced de un soberano idiota, uno intenta refugiarse en la música, en la lectura o volver al mar poniendo tierra por medio. Camino del mar a través de la espléndida primavera que han dejado las pasadas lluvias y del paisaje con todos los verdes en llamas, al final de la huida me he reencontrado con el puerto, con los barcos de pesca y el oleaje contra esas calas que uno lleva siempre en la memoria. Por un momento me creí a salvo, pero al llegar a la casa cerrada desde el pasado verano he visto que una pareja de golondrinas estaba construyendo su nido en una de las vigas de la terraza interior. En sus idas y venidas con una bola de barro en el pico estaban a medias en su afanosa tarea de construir su nido en la vertical de la mesa donde solemos reunirnos la familia y los amigos en las comidas durante las vacaciones. Hasta ese momento la pareja de golondrinas habría hecho más de dos mil viajes con unos diez días de trabajo. Un nido de golondrinas en casa suele dar una sensación de felicidad, pero si ese nido llegara a buen término me obligaría a retirar los muebles y dejar la terraza exenta para evitar que los polluelos echaran sus excrecencias sobre nuestros platos. De pronto, se me planteó un problema de conciencia. Acababa de ver en los telediarios la destrucción de las casas en Gaza y en Ucrania, cómo una vivienda en la que una familia ha vivido varias generaciones era abatida por unos soldados israelíes. Ahora estaba en mis manos destruir la casa de unas de golondrinas. Llevo dos días viendo cómo construyen su nido. No sé qué hacer. Me pregunto qué haría Gustavo Adolfo Bécquer en este caso.
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