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Columna
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Gloria y chapuza en el plan europeo de rearme

La cifra de una inversión adicional por 800.000 millones de euros en defensa será el eficaz símbolo de que los europeos reaterrizamos en el realismo, pero llega tras una improvisación

Desde la izquierda, el presidente del Consejo Europeo, António Costa; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Desde la izquierda, el presidente del Consejo Europeo, António Costa; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.Christian Hartmann (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

La irrupción de Europa en el terremoto geopolítico causado por el trumpismo está siendo gloriosa. Pues es múltiple, por tierra, mar y aire. Anotemos la contundencia cortés de la UE y aliados en sus cumbres; su apoyo político, financiero y armado a la resistencia ucrania; el esbozo de un programa defensivo común y de rearme militar en la UE; la apuesta del próximo canciller alemán por esa inversión y en infraestructuras, aguando el freno constitucional a su deuda. Todo eso es la irrupción.

Es gloriosa porque contraría la traición de Donald Trump al mundo libre. Y es certera. La prueba: el alza de las bolsas europeas tras el cambio de paradigma ―de la austeridad a la inversión— del PP alemán (admiración y envidia de españoles). Y la erosión de las estadounidenses, harto ¡el mercado! por los vaivenes suicidas del number one.

Y porque suscita al Kremlin un desmadejado ataque a los europeos como “enemigos” fingiendo que ellos le calificaron así. Y un bombardeo más atroz en Ucrania, abuso oportunista del cambio de bando de su nuevo amiguete. Error de cálculo. Piensa a sus vecinos como degenerados pacifistas ahora huérfanos, igual que imaginó una invasión de Ucrania triunfante en tres semanas: y ya Trump le amenaza (un poquito).

Esos solo son algunos indicios de una súbita recomposición del mapa geopolítico. Y de la potencia inmensa (e infrautilizada) de Europa: económica, comercial, de alianzas, en ayuda humanitaria y al desarrollo, en población, en tecnología media y alta, en bandera de bienestar y derechos.

Una Europa cuyo gasto militar iguala al ruso: aunque con agujeros tecnológicos (ciberespionaje; misiles). Así que la cifra de una inversión adicional por 800.000 millones de euros en armas, por un cuatrienio, será el eficaz símbolo de que los europeos reaterrizamos en el realismo y nos comprometemos a nuestra propia defensa. Pero llega tras una improvisación chapucera.

La cuantía se establece a voleo. Nadie calculó si bastaría con la mitad o convendría el doble, y sería lerdo fiarse solo a los profesionales implicados (militares) para fijarla, los interesados siempre piden más. Del total, 500.000 colgarían de los presupuestos nacionales (libres del Pacto de Estabilidad): pero los ciudadanos se rebelarán si es a costa de recortar hospitales, escuelas, el Estado del bienestar.

Además, ese no es gasto europeo: sin control estricto de la Unión persistirán las duplicidades de tanques, aviones, proyectiles incompatibles entre sí. Nada como un Next Generation proyectado desde el conjunto y ejecutado localmente.

Y del resto propiamente europeo poco se sabe. Ni siquiera si habrá una fuerte condición de made in Europe: comprar aviones F-35 sería de locos, el Pentágono aborta su despegue si le molesta su objetivo. ¿Y los satélites Starlink del Elon Musk? Peor. Para ser europeos, de ninguna manera dilapidar inversiones gratis al pozo del cómplice del invasor.

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