Galaxia Fainé
El poder de La Caixa ha sido y es esencial en el marco catalán: en lo económico, en lo social y en lo político

En la pantalla del cajero donde una cámara grababa mi careto, buscaba el rostro de mi padre —el hombre más sensato que conozco—. Era uno de los días del fervor de 2017 y yo intentaba actuar con su prudencia de la tarde del 23-F. Ese día él estaba en el despacho de su empresa, como siempre. Alguien lo llamó para decirle que un grupo de guardias civiles había entrado en el Congreso de los Diputados para dar un golpe de Estado de los de verdad, de los de tiros y generales. Antes de volver a casa hizo algo que no creo que haya vuelto a hacer y que solo había hecho el día que ETA mató a Carrero Blanco. Pasó por un colmado y compró latas de comida en conserva por lo que pudiera pasar. Ese momento me vino a la cabeza, frente a la incertidumbre en torno al 1 de octubre, después de la conversación que mantuve en la puerta de la escuela con una abuela que iba a recoger a sus nietos. Le confesé en secreto que un amigo había sacado unos cientos de euros de su cuenta. Ella, independentista, me confesó que había hecho exactamente lo mismo.
Dejé a los niños en casa, me planté ante el cajero, pensé que mi padre tal vez lo había hecho ya y no vacié la cuenta, pero pocas veces he sacado tanta pasta. No podía imaginar que estaba colaborando en el pánico bancario que se estaba monitorizando segundo a segundo en las Torres Negras de Caixabank.
Ante esa situación crítica, el principal poder económico catalán, liderado por el hermético Isidre Fainé, adoptó una decisión necesaria y traumática: el cambio de la sede social del banco, su sociedad de inversiones y la Fundación, de Barcelona a Valencia y Palma de Mallorca. No fue fácil. Tampoco era fácil revertirla. La decisión del regreso de la Fundación y de Criteria —el primer holding industrial de España— la ha vuelto a liderar Fainé. Nadie lo imaginaba hace un año y el retorno reciente del Banc Sabadell tampoco parecía que iba a acelerarlo. Pero desde esta semana la estrella de la entidad vuelve a brillar desde su espacio natural.
La galaxia La Caixa tiene una dimensión española fundamental. Desde la amplísima red de oficinas de Caixabank hasta su peso en el accionariado de empresas estratégicas. Pero el proyecto, desde el origen y tras sus diversas refundaciones, ha tenido la ciudad de Barcelona como consciente punto de partida.
La entidad, dicho con otras palabras, ha sido y es capital en el marco catalán. En lo económico, claro, también en lo social y en lo político. En una región de tradición industrial y que ahora pretende religarse a la nueva economía, la dificultad para consolidar un poder financiero sólido ha sido una de las demostraciones más reveladoras de la falta de aptitud de los catalanes para el ejercicio del poder. Es una lección que Fainé ha tenido siempre presente. Para poderlo ejercer con garantías es necesario contar con una clase dirigente sólida. Él ha sido uno de los principales zurcidores de una red de directivos cualificados, seguramente los equipos más potentes para el ejercicio del poder desde Cataluña. La cuestión de la sede, al fin, nunca fue anecdótica. Desde 2017, cuando su marcha activó una estampida que fue mucho más allá de su grupo, hemos repetido que se trataba de un asunto esencialmente simbólico. Así era. Pero los símbolos demuestran su vigencia cuando tienen la potencialidad de vertebrar una sociedad. La Caixa, a diferencia de un fondo de inversión global, sigue ejerciendo esta función con sensatez.
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