Nuestro problema con el carisma
El vídeo corto, rápido y vertical donde una persona explica a otra cualquier tema es gasolina para nuestros cerebros, que no distinguen entre autoridad y conocimiento

Tengo el móvil, y por tanto, el cerebro, saturado de vídeos donde una persona explica a otra, muy convencida, delante de un micrófono y en un par de minutos, lo que sea, desde un exfutbolista defendiendo que la tierra es plana a una diseñadora contando que solo cena con hombres y jamás con amigas. El objetivo de estas piezas es resumir y promocionar una conversación más larga, generalmente un podcast, pero su éxito indica que se han convertido en un fin por sí mismas. Como decían en Amiga date cuenta Begoña Gómez Urzaiz y Noelia Ramírez, sus protagonistas son objetos de consumo de rápida metabolización. Su brevedad es ideal para contar una anécdota y elaborar una idea, pero, sobre todo, para exhibir carisma. Lo importante —además de generar una respuesta emocional poderosa que provoque comentarios— es cómo te mueves, cómo miras, quién eres, qué demuestras con tu voz y con tu cuerpo. Dicho de otro modo: el magnetismo, en 2025, se demuestra parando en seco el scroll infinito. Se ha dicho que el podcast ha sido el medio más influyente en las últimas elecciones de EE UU, pero no se ha dado demasiada importancia a los clips que lo subliman, símbolo de esta época de propaganda donde los gestos son más importantes que los hechos.
Los algoritmos suelen aprovechar una vulnerabilidad humana preexistente, explotándola. Si estos vídeos han inundado TikTok e Instagram, es, creo, porque han hackeado nuestra debilidad por el carisma humano. En pocos instantes somos capaces de detectar si alguien se comporta con autoridad —algo más sencillo que evaluar si esa persona posee conocimientos sólidos sobre lo comentado—, y ese atajo vuelve locas a nuestras mentes. Hasta la llegada de internet, quienes no tenían acceso a los medios de comunicación veían muy limitado su poder de seducción masiva, reservada a políticos, artistas, realeza. Pero desde hace unos pocos años, el vídeo corto rápido y vertical es gasolina para nuestra debilidad por esa cualidad atávica tan útil para aparearnos mejor, liderar peleas tribales y, en general, hacernos la vida más fácil. Cómo ignorar a alguien fascinante, si eso va contra nuestros instintos. Se me ocurren varios peligros en esta cierta democratización del carisma. El primero es el enorme poder que existe en seducir a grandes audiencias globales de forma rápida y sin más filtros que los del algoritmo. El segundo, la tentación de rentabilizarlo. La venta del carisma a veces se llama marca personal, otras “influencia”. El tercer peligro somos nosotros mismos. Difícil no perder el tiempo en un internet tan interesante. Mirad qué voces, qué ojos, qué manos.
Pienso en el vídeo más impactante de los últimos tiempos, aquel donde el presidente de EE UU acusa al de Ucrania de desear una tercera guerra mundial. No es un podcast donde se vean los micrófonos, pero sí una rueda de prensa delante de las cámaras de los periodistas. La exhibición de poder físico y vocal de Trump apenas pudo ser resistida por un Zelenski que intentaba mantener la dignidad y no hablaba en su idioma natal. De pronto, parecía pequeño dentro de su icónico uniforme de guerra, que, como un traje de superhéroe roto, ya no funcionaba. Supongo que por eso le molestó tanto a Trump su atuendo, porque conoce y trabaja los símbolos del carisma, y veía en él un peligro que no se materializó. De esto sí sabe Trump, de quien siempre se destaca su capacidad de conectar con la calle. Como un vídeo de internet que explota nuestra oscura necesidad de carisma.
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