_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La revolución del ‘non serviam’

En la política de Trump no hay excusas: la propuesta es no responder ante nada ni nadie, divino o humano

Imágenes del vídeo elaborado por Trump con IA acerca de lo que el presidente de EE UU cree ser el futuro de Gaza.
Imágenes del vídeo elaborado por Trump con IA acerca de lo que el presidente de EE UU cree ser el futuro de Gaza. Donald Trump/Instagram (Donald Trump/Instagram/EFE)
Ana Iris Simón

Detrás de las guerras siempre ha habido repartos de territorio, dinero, recursos o poder, pero solían disfrazarse de causas aparentemente más nobles: religiosas, históricas, identitarias o civilizatorias. Ya no es así: “Donald Trump dice en voz alta lo que el inconsciente colectivo americano piensa discretamente”, escribió Jasiel Paris Álvarez para explicar las intenciones del magnate de convertir Gaza en “la Riviera de Oriente Próximo”. Por eso contradice el relato de Barack Obama cuando nos contó que la intervención yanqui en Siria era contra el yihadismo y reconoce que aquello fue por petróleo, o desdice a Joe Biden, que supuestamente quería combatir el autoritarismo de Vladímir Putin en Ucrania, afirmando sin complejos que es por recursos.

En esa línea sincericida, el presidente estadounidense publicó en sus redes esta semana un vídeo que, de terrible, costaba creer, incluso tratándose de Trump. La pieza se llama Gaza 2025, What’s Next? y es una colección de imágenes hechas con inteligencia artificial en las que nos cuenta sus planes para la Franja una vez haya conseguido echar de allí hasta el último palestino: resorts de lujo, playas infinitas con mujeres barbudas bailando en la orilla (esto es real, pueden comprobarlo), enormes yates en el mar y coches caros en las aceras, estatuas y bustos del propio Trump bañados en oro, el hortera de Elon Musk ultrabronceado comiendo pan de pita, Trump y Benjamín Netanyahu brindando con un cóctel en uno de esos hoteles ridículos en los que se alojan los ricos solo para demostrarse a sí mismos que son ricos… Y billetes, muchos billetes cayendo del cielo.

Los sionistas se habían empeñado en vendernos que lo suyo era una lucha justa contra Hamás, que tenían derecho a la legítima defensa tras los atentados del 7 de octubre —derecho que le niegan a los padres de los 38 menores palestinos que, ese mismo año antes de los atentados, habían sido asesinados por el ejército israelí— o que los miles de familias que han matado desde entonces son en realidad víctimas de Hamás, que donde había un crío colocaban un túnel. Pero Trump ha adelantado por la derecha a Netanyahu, e incluso ha ido más allá que los sectores más radicales del Gobierno israelí, al menos en lo que a argumentos surrealistas se refiere: quiere hacer una limpieza étnica en Gaza porque ve un potencial económico allí. En concreto, ve potencial turístico; quiere construir un Gaza D’Or, ciudad de exterminaciones, que Gaza no sea ni para los israelíes ni para los palestinos, sino para los ricos chabacanos como él y su corte. Y nos lo dice sin sonrojarse. El imperialismo americano ya no le teme a ser el estercolero de nuestro tiempo, sino que lo luce como un galón.

Que los yanquis y sus aliados sionistas se atrevan a ir a calzón quitado y crean que ya no es necesario recurrir siquiera a mentiras y excusas —ya sean los túneles de Hamás bajo hospitales, ya sean las armas de destrucción masiva— no es solo un cambio de estilo comunicativo. Tras el vomitivo vídeo de Trump, que adopta el lenguaje juvenil de internet —o, más bien, lo que cree el equipo de Trump que es el lenguaje juvenil de internet—, igual que tras el del ASMR de las cadenas de los deportados que publicó la Casa Blanca hace unos días, no solo hay un posicionamiento político sino también una propuesta antropológica: no responder ante nada ni nadie, ley divina o humana. No tener facultad rectora alguna —religiosa, moral, civilizatoria o legal— más allá del propio capricho. Y venderlo como rebeldía. Es la revolución del non serviam.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_