ASMR: El placer de deportar migrantes según la Casa Blanca
La Casa Blanca ha grabado un vídeo para provocar el placer que experimenta Trump (y sus votantes) al humillar al migrante

ASMR significa respuesta sensorial meridiana autónoma y describe una sensación física y psicológica que aporta calma y tranquilidad a quien la experimenta. Su efecto es realmente placentero y por eso los vídeos en ASMR acumulan millones de visualizaciones en internet. ¿Pero en qué consisten? Básicamente en realzar sonidos en primer plano como técnica de relajación. ¿Qué clase de sonidos? Pues susurrar al oído, pasar las páginas de un libro, arrugar una bolsa… Las derivaciones del ASMR son casi infinitas y cada vez más artísticas (la cuarta temporada de Stranger Things comenzó con cinco minutos de ASMR sin diálogos), pero siempre busca provocar relajación y tranquilidad. Pues bien, la Casa Blanca ha grabado un vídeo en ASMR para provocar en sus espectadores el mismo placer que experimenta Donald Trump (y sus votantes) cada vez que una persona migrante es humillada y deshumanizada.
El resultado de esta producción artística lo soltó la Casa Blanca desde su cuenta de X en un tuit que tituló “AMRS: Vuelo de deportación de extranjeros ilegales” y acumula más de 100 millones de visualizaciones. En esta grabación los ruidos placenteros los provocan el sonido de los grilletes al chocar con el asfalto, el tintineo de las cadenas que se utilizan para atar a las personas, las esposas al rozar las manos indefensas, el tintineo de las cadenas atadas a los tobillos del hombre que sube las escaleras del avión donde será expulsado de su propia vida. Las personas migrantes no tienen rostro en el vídeo, les han cortado literalmente la cabeza, su única forma de expresión son las cadenas que los atan. Su voz es el sonido que produce su sometimiento. Y el efecto que se busca con su exhibición no es otro que el del placer. Finalmente, el ASMR provoca una sensación física y psicológica, pero no la prometida: una necesita vomitar y está psicológicamente hundida al terminar el vídeo.
ASMR: Illegal Alien Deportation Flight 🔊 pic.twitter.com/O6L1iYt9b4
— The White House (@WhiteHouse) February 18, 2025
Comprendes que la banalidad del mal que descifró Hannah Arendt palidece frente a la obscenidad del mal que propone Trump. Una clase de mal que ya no se molesta en esconderse tras eufemismos o secretos. Si en el siglo XX el mal se escondía (la Solución final y la Stasi fueron secretos de Estado), la obscenidad del siglo XXI lo despliega y exhibe para aceptar (y defender) que el mal dirige el mundo y que cada uno de nosotros es, simplemente, una parte de ese mundo. Por eso EE UU lo dirigen dos empresarios sin escrúpulos convencidos de que las ganancias importan más que las personas. Y por eso cada vez que Trump encadena a un ser humano para expulsarlo de su país, lo que siente es que gana. Y que si su victoria trae dolor o vulneración de los derechos humanos, eso nada tiene que ver con su negocio, donde la expresión obscena del mal se ha colocado en el centro de la acción política. Soltar barbaridades es, para la ultraderecha del siglo XXI, una forma de publicitar un mal que necesita su propia expresión y propaganda. Una clase de mal que busca su lenguaje, su poética, su ASMR y su propio sentido moral. Trump y Musk han inaugurado la moral del mal y lo peor es que no se conforman con ser malos, quieren que lo seamos todos y que sintamos, además, el mismo placer que ellos ante el dolor ajeno. Eso es el ASMR de la Casa Blanca, la música del peor mundo posible.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
