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Columna
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Por un nuevo hedonismo

Aunque la inteligencia artificial nos supere, aprender música, dibujo o literatura es un placer para nuestro cerebro

Una estudiante de música, en Buenos Aires en septiembre de 2023.
Una estudiante de música, en Buenos Aires en septiembre de 2023.Silvina Frydlewsky
Javier Sampedro

¿Supone la inteligencia artificial un desincentivo para pensar? Mete primera (como no conduzco, me puedo permitir usar esa metáfora en un sentido laxo e ignorante). ¿Supuso la calculadora de bolsillo un desincentivo para hacer cuentas a mano? Oh sí, y en los años sesenta hubo unos debates tremebundos sobre la grave pérdida que ello implicaba para la educación de los niños. Los niños, en cambio, no veíamos la grave pérdida por ninguna parte. La forma en que aprendíamos a hacer divisiones o raíces cuadradas era igual de mecánica cuando las hacíamos a mano que cuando empezamos a hacerlas a máquina. En ninguno de los dos casos entendíamos lo que estábamos haciendo, así que ¿cuál era el punto en evitar la calculadora?

Las máquinas nos dan cien vueltas en capacidad de cálculo desde tiempos de Ada Lovelace, y jamás he visto a nadie quejarse por ello. La razón, creo, es que calcular es un peñazo y nadie en su sano juicio lo puede añorar más de lo que añora traer el agua del río con un cántaro.

Vale, ahora mete segunda y vamos a hablar de música. No de escuchar música, que eso lo puede hacer una gallina, sino de aprender a tocar un instrumento. Si yo sumara la cantidad de horas que habré pasado machacando las seis cuerdas de una guitarra u otra, me agarraría una depresión de caballo. Seguramente me habría dado tiempo a estudiar varias carreras, incluidas las de Filosofía, Física e Historia del Arte. Y un curso de cocina, ya que me lo preguntan.

A principios de siglo entré en contacto con los algoritmos generativos de música. Todos los músicos los usan para ensayar cuando no hay ningún humano a tiro. Les escribes una progresión de acordes y ellos la tocan con piano, contrabajo y batería, por ejemplo, y con ritmo de swing o de calipso, y el piano-bot improvisa un solo cuando tú le dices, y con el estilo de McCoy Tyner, de Bill Evans, de Brad Mehldau o de quien te dé la gana, y tú practicas con tu guitarra del mundo real acompañado por ese trío de all stars. En realidad, también puedes poner a improvisar al guitarrista-bot mientras tú te vas a tomar un café, pero claro, eso ya empieza a resultar humillante, entre otras cosas porque el guitarrista-bot te deja a la altura del betún. ¿Suponen los algoritmos de música un desincentivo para seguir aprendiendo a tocar la guitarra? Oh sí.

¿Y qué hay del dibujo? Mete tercera. Los dibujantes, profesionales o aficionados, solían dedicar largas horas y grandes esfuerzos a dominar los principios de la perspectiva y el claroscuro, aunque solo fuera para poder saltárselos después, como hizo Picasso. Recuerda lo que dijo el genio malagueño: “De niño dibujaba como Miguel Ángel y me llevó años aprender a dibujar como un niño”.

Sin embargo, cualquier programa de gráficos 3D de tercera regional hace innecesario conocer los principios del dibujo que aprendieron Miguel Ángel y Picasso. Tú les diseñas un objeto —o directamente lo importas de un catálogo— y el programa lo pone en perspectiva cónica en cualquier orientación a simple toque de ratón, lo ilumina desde donde tú le digas y proyecta las sombras sobre el suelo, las paredes o cualquier otro objeto que coloques en el escenario. Y sí, por supuesto que esto desincentiva a cualquiera de aprender penosamente los principios de la perspectiva y el claroscuro.

Metiendo la quinta marcha, nos podemos preguntar qué sentido tiene adquirir una cultura literaria cuando ChatGPT ya se ha tragado toda la literatura universal antes del desayuno. La única respuesta que yo encuentro es que aprender música, dibujo o literatura es un placer para nuestro pobre cerebro de carne mortal. Necesitamos formular un nuevo hedonismo para sobrevivir. Ponte a ello.

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