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TRIBUNA
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Sin noticias de la socialdemocracia frente a la era Trump

El segundo mandato del republicano pilla a la izquierda con el pie cambiado y a Europa desarmada

PSOE
Pedro Sánchez intervenía en noviembre de 2022 en el 26º congreso de la Internacional Socialista, que se celebró en Madrid.chema Moya (EFE)
Josep Ramoneda

1. Estados Unidos poseerá Gaza, la demolerá para reconstruirla, sus habitantes serán desplazados de manera permanente y se convertirá en la Riviera de Oriente Próximo para gentes de todo el mundo. Es la última hazaña de Donald Trump, miserable apoteosis de la egopolítica. Y por si había alguna duda, el remate: “Seremos sus dueños”. El sentido de la propiedad —el mundo ha de ser americano— se desprende por todos los poros del presidente. Hay que reconocerle la capacidad de sorprender con una escalada de despropósitos que desborda las peores hipótesis sobre sus delirios. El nihilismo en acción. Trump en estado puro. El bombero que atiza el fuego.

Y, sin embargo, esta puesta en escena a todo trapo tiene alguna explicación humana, demasiado humana. El presidente sabe —o por lo menos su cuerpo se lo dice— que su tiempo es limitado, que la edad determina lo posible, y parece decidido a desplegar todas sus fantasías a la vez. Lo que no haga ahora, difícilmente lo hará ya. Enunciar con acento de voluntad ejecutiva todas las amenazas de golpe es una manera de desplegar su legado, aunque después gran parte de las promesas quede a beneficio de inventario. La fiera despliega sus amenazas: ¿qué parte se quedará en el enunciado?

El otro motivo de la aceleración es mantener en segundo plano a los que le han llevado al poder. Aunque tenga un innegable riesgo: que el ruido del presidente acabe cansando a los que como Elon Musk se han metido en el berenjenal del aparato de Estado, donde las cosas no se mueven el simple ritmo de las palabras y el ruido. Trump se desata mientras los que tienen tiempo por delante se resitúan. ¿Será por esta vía por la que encallará el experimento?

El disparatado envite de Gaza sólo puede incendiar un poco más Oriente Próximo. Y complica la tarea a todos aquellos poderes políticos y económicos (las derechas europeas entre ellos) que ya estaban apostando por la normalización de Trump y compañía. En su primer desembarco en Europa —en Davos— se apreciaba la disposición de buena parte de los participantes a reír las gracias del presidente, aplaudiendo sus propuestas radicales en materia de liberalismo económico y control del Estado desde el dinero, aunque sea siempre poniendo Estados Unidos por delante y con los aranceles como instrumento de castigo. Pero el desborde que representa la apuesta por Gaza no pone fácil la tarea a sus potenciales aliados. Y, sobre todo, interpela directamente a las derechas democráticas y a la socialdemocracia, que lleva demasiado tiempo desdibujándose. Trump culmina el episodio neoliberal que ha venido debilitando las democracias y abre paso a la construcción del autoritarismo posdemocrático. ¿Quién completará el proceso?

2. El momento Trump pilla a la socialdemocracia con el pie cambiado y a Europa desarmada, sin un hecho ideológico diferencial que le dé singularidad y potencia. El declive de la socialdemocracia se aceleró en torno a la crisis de 2008. Un momento simbólico es la llegada de Nicolas Sarkozy al poder en Francia (2007-2012), que puso fin al ciclo que abrió el general De Gaulle con la V República y que la dialéctica Giscard-Mitterrand consolidó. Sarkozy intentó romper el modelo corporativo y trató de trasladar a Francia la dinámica neoliberal en curso, que ha terminado en toda Europa con una presencia creciente de la extrema derecha, un declive y fragmentación de las izquierdas y el debilitamiento de los partidos socialistas. Este proceso ha tenido en Europa dos figuras icónicas de distinto calado: Angela Merkel, quien, mientras estuvo, evitó la radicalización de la derecha alemana y Emmanuel Macron, que con su estrepitoso fracaso ha puesto a la extrema derecha de Marine Le Pen a un paso del poder, mientras la socialdemocracia va perdiendo perfil en todas partes, cada vez más indistinguible del centroderecha.

Con la crisis del neoliberalismo parecía que los partidos socialdemócratas podrían recuperar el pulso y volver a jugar un papel articular, pero el paso del capitalismo industrial al digital y tecnológico les ha situado en una gestión de la economía en la que no encuentran los atributos diferenciales precisos. En realidad, sólo la deriva de las derechas fascinadas por la tentación autoritaria que emana de las redes —y los poderes que las mueven— ha permitido a los socialistas conservar un punto de amable singularidad. Con liberales y conservadores atrapados en la trampa de la extrema derecha, el clima se endurece y los momentos de tensión abundan. Y la socialdemocracia cuenta más por la defensa de derechos de género y de expresión que por la diferenciación de sus políticas económicas, a menudo condicionadas por las nuevas élites tecnológicas.

El periodo de Trump puede ser la entrega definitiva de las derechas al autoritarismo y no se ve a las izquierdas con fuerza para volver a resultar atractivas para las clases populares. Y, sin embargo, es innegable que, ahora mismo, el caso español es uno de los pocos con juego abierto. Pedro Sánchez y los suyos miden las posibilidades de que el duelo derecha-izquierda no se decante del lado contrario e intentan capitalizar la respuesta a la radicalización conservadora. Por eso el presidente invita a rebelarse contra la tecnocasta, a buscar una alternativa humanista europea, a acabar con el anonimato de las redes y a fijar responsabilidades. ¿Hay en este terreno una nueva vida para la socialdemocracia? Cuestión de no dejarse intimidar.


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