El valle activa su arquitectura de opresión
Las empresas de Silicon Valley han creído siempre en la asimetría total de un poder autoritario, capaz de imponer programas de vigilancia masiva a los ciudadanos, y los representantes que eligen democráticamente
“Primero, la UE intentó detener mi conversación online con el presidente @realDonaldTrump. Ahora quieren impedir que la gente escuche mi conversación con Alice Weidel, que podría ser la próxima canciller de Alemania ―tuiteó Elon Musk justo antes de su entrevista con la candidata de AfD―. Esta gente realmente odia la democracia”. Mark Zuckerberg anuncia que cierra el programa de verificadores independientes para “reducir dramáticamente la cantidad de censura” y advierte que “Europa aumenta sus leyes que buscan institucionalizar la censura y frenar la innovación”. Antes de volver a Mar-a-Lago, pasó por el podcast de Joe Rogan donde describió el programa de verificadores como “algo sacado de 1984″.
Meta moverá su moderación de California a Texas, porque “hay menos preocupación por los sesgos de nuestros equipos”. Elon Musk ha actualizado también los términos de servicio de X para que toda demanda contra la empresa se presente en los tribunales de Texas. Una mayoría de jueces designados por administraciones conservadoras les garantiza un marco jurídico más favorable. También ha anunciado que volverá a recomendar contenido político en Facebook, Instagram y Threads. “La comunidad había pedido menos política porque les causaba estrés pero parece que estamos en una nueva era”.
No es un cambio de ideología. El valle siempre ha creído en la asimetría total de un poder autoritario, centralizado, capaz de imponer programas de vigilancia masiva e indiscriminada sobre usuarios, ciudadanos, y los representantes que eligen de forma democrática. La tecnología es la misma. Es un cambio de actitud. “Mi gobierno y otros gobiernos habían construido una arquitectura de la opresión que simplemente no había sido activada” decía Edward Snowden hace un mes en una conferencia. Esa arquitectura se prepara ahora para funcionar a pleno rendimiento, desprendida ya de la pretensión de cumplir con la normativa vigente, “hacer el mundo más abierto y conectado” o proteger la privacidad.
El ecosistema mediático que ha centralizado nuestra visión del mundo se prepara para una nueva era, cuyo objetivo es apoyar el imperialismo de Trump. Hasta ahora, su herramienta favorita ha sido la desinformación. La máquina ha servido para alimentar convicciones, creencias y narrativas que no son ciertas y prevenir la disonancia cognitiva con “hechos alternativos” que nos dan la razón. Por ejemplo, “demostrando” que son los inmigrantes y no la desigualdad lo que provoca el crimen y la enfermedad en las ciudades. Que son los servicios públicos y no los especuladores los que vacían nuestros bolsillos. Que son los activistas medioambientales los que provocan incendios y no el calentamiento global. Enfrentarnos a la realidad y entender que estábamos equivocados nos transforma. La desinformación es un antídoto contra esa transformación.
Ahora que la máquina entra en su nueva era, pronto servirá para justificar medidas antidemocráticas: encarcelar minorías, cerrar periódicos, castigar disidentes y perseguir a la oposición. No puede cogernos por sorpresa. Conocemos el manual porque lo hemos visto docenas de veces, de Alemania a China, de Rusia a Venezuela. La pregunta es si estamos dispuestos a hacer en Europa lo que EE UU va a hacer con TikTok.
TikTok tendrá que vender su división estadounidense a una empresa americana para impedir que comparta los datos de los usuarios estadounidenses con el Gobierno chino, influya en la opinión pública censurando o amplificando contenidos a favor de los intereses chinos y difunda campañas de desinformación. Sabe para perfectamente para qué sirve la máquina de la opresión y no quiere correr ningún riesgo.
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