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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una guerra comercial sin sentido

Los aranceles de Trump a sus principales socios y a China desatarán represalias que pagarán los consumidores en los precios

Trump partía el viernes de la Casa Blanca hacia su residencia de Mar-a-Lago (Florida)
Trump partía el viernes de la Casa Blanca hacia su residencia de Mar-a-Lago (Florida)Celal Gunes (Getty)
El País

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido imponer aranceles a las importaciones de productos de sus tres principales socios comerciales: México, Canadá y China. Para los dos países amigos y aliados son del 25%, mientras que para el rival geoestratégico se quedan en el 10%. La Casa Blanca anunció los aranceles el viernes y el presidente firmó la orden este sábado. Trump amenaza con establecer gravámenes proteccionistas generalizados para los productos farmacéuticos, el aluminio, el acero y el cobre, entre otros y, sin un plazo definido, con aranceles a la Unión Europea, abriendo una guerra comercial sin sentido que puede dañar gravemente a la economía mundial, incluida la de Estados Unidos.

Los aranceles a sus vecinos suponen la violación flagrante del tratado de libre comercio entre México, EE UU y Canadá (T-MEC), que el propio Trump negoció en su primer mandato. Bajo ese mercado común, muchas empresas norteamericanas, particularmente en el sector del automóvil, tienen cadenas de suministro y producción integradas en un ecosistema regional que permite aprovechar la especialización, el acceso a los mercados y las economías de escala para aumentar su productividad y eficiencia.

Los aranceles provocarán enormes distorsiones para los negocios, pero, además, afectarán directamente al bolsillo de los ciudadanos al extenderse a los productos de consumo, especialmente los agroalimentarios, como un impuesto al consumo de carácter regresivo que perjudica a las familias con menor renta. Al tiempo, el repunte de los precios puede forzar a la Reserva Federal a mantener los tipos de interés altos durante más tiempo, como ha advertido el FMI, lastrando con ello su propio crecimiento.

Trump ha ido cambiando las razones iniciales para tomar su decisión (el tráfico de drogas y la inmigración irregular, que se han revelado como meras excusas a su alcance) por argumentos económicos que apuntan a una empobrecedora autarquía. Alega que EE UU no necesita importar nada porque tiene de todo y confunde de forma simplona el déficit comercial con un subsidio a los países con los que intercambia productos. México y Canadá han anunciado represalias, pero el resultado no será un juego de suma cero sino, más probablemente, una guerra comercial en la que todos pierdan. La nostalgia del proteccionismo de hace un siglo ignora la riqueza que para EE UU, y para todo el mundo, ha generado el comercio internacional.

Trump ha emprendido además su política proteccionista de la peor forma posible. En lugar de negociar, actúa a golpe de amenazas e impulsos, sin respetar los acuerdos y tratando de intimidar a los demás países, lo que acrecienta la incertidumbre y las distorsiones sobre la economía. Estados Unidos tiene razones para proteger algunos sectores frente a prácticas desleales, para apoyar a las víctimas de la globalización e incluso para plantear la reciprocidad arancelaria a los países que gravan sus exportaciones. Sin embargo, Trump prefiere el golpe de efecto, el manotazo sobre la mesa, que un proceso ordenado y racional.

Esta guerra comercial amenaza con extenderse al resto del mundo y, en particular, con golpear duramente a la Unión Europea. Más allá de las represalias estratégicas, la respuesta europea debería ir en la línea de profundizar en el mercado único y hablar ante el mundo con una única voz que permita llegar a acuerdos comerciales con otros países y bloques económicos en favor de los propios intereses. Por desgracia, la coyuntura política europea no ayuda.


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