La propia ciudad de Los Ángeles es un incendio
El Ayuntamiento lleva medio siglo eludiendo una planificación que se han visto ahora con bocas de incendios defectuosas, embalses secos, o falta de bomberos, y que se explica con una sola palabra: corrupción
En octubre, la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, firmó la Orden ejecutiva número 9 con el propósito de instaurar un plan financiero para construir y mejorar infraestructuras en toda la ciudad.
La orden fue un gran avance para Los Ángeles, pero, al mismo tiempo, una muestra de mala gobernanza: este tipo de planes, que describen las prioridades y las estrategias en materia de infraestructuras, es habitual en las ciudades. Pero Los Ángeles, una isla peculiar en nuestro mundo de gobernanza, no tenía ninguno.
Si menciono la directiva de Bass no es para exonerarla de su crisis política actual ni para tomar partido en la despiadada batalla sobre responsabilidades como consecuencia de los incendios de las últimas semanas.
Lo que quiero subrayar es la gran polémica sobre las causas de los incendios (unas bocas de incendios defectuosas, los embalses secos, la situación de los camiones de bomberos o la falta de personal) se queda muy corta.
Los Ángeles, en plena sacudida por el desastre, tiene que abordar un problema más amplio: si el Gobierno municipal, que lleva medio siglo eludiendo unas responsabilidades fundamentales, puede volver a gobernar.
Si Los Ángeles decide tomarse las cosas en serio, tendrá que empezar por abajo. La ciudad, que abarca Pacific Palisades, no dispone de una lista completa de infraestructuras ni de un plan para su mantenimiento. Tolera que haya tres roturas diarias de cañerías y unas calles que se deshacen a pedazos. Tiene una acumulación de retrasos en las reparaciones de aceras que se tardaría varios años en resolver.
Peor aún, es una ciudad que prácticamente ha renunciado a la planificación. Las ciudades actuales suelen tener planes oficiales para todos los aspectos urbanos, desde la conservación hasta la seguridad pública; unos planes que van actualizándose. En California, la ley estatal los exige. Sin embargo, la mayoría de los documentos oficiales de planificación urbanística de Los Ángeles se han quedado anticuados. A pesar de alguna renovación reciente, muchos de ellos —planes que afectan a 35 comunidades diferentes, que están incluidas en la reglamentación sobre el uso del suelo de la ciudad— datan de los años ochenta y noventa. Los más esenciales —relativos a los equipamientos públicos y las infraestructuras— superan la edad de este columnista, 51 años.
Planificar consiste en imaginar un futuro. Una ciudad que no planifica es una ciudad que no aprovecha la imaginación de su gente. Y esa es la amarga ironía en el origen de estos incendios y la verdadera causa de la tragedia.
En Los Ángeles, una ciudad cuya industria más famosa depende de la imaginación, la imaginación ha fracasado.
¿Cómo es posible que una ciudad que ha hecho películas en las que acaba destruida por tantos desastres absurdos (maremotos, tormentas de hielo, terremotos, volcanes, zombis, infecciones, sharknados y una mujer de 15 metros de altura) no estuviera preparada para un incendio de dimensiones épicas?
Hay una explicación para esa falta de preparación que delatan las lamentables excusas que han dado la alcaldesa Bass y las autoridades del Departamento de Bomberos. Dicen sin parar que el infierno que destruyó Pacific Palisades y Malibú era desmesurado: demasiado caliente, demasiado rápido y demasiado peligroso para poder detenerlo. “No hay forma de apagar un fuego” que ha adquirido tal dimensión, dijo el jefe de bomberos del condado, Anthony Marrone.
Esa disculpa implica el reconocimiento de que no tenían ningún plan, ni ninguna herramienta para prevenir, ni mucho menos parar, un incendio tan potente. Quizá no podían imaginarlo. Pero deberían haberlo hecho; unos incendios de la misma potencia destruyeron hace poco tiempo varias comunidades en otras partes de California. La jefa de bomberos de la ciudad, Kristin Cowley, lo dijo en una entrevista en televisión. Los incendios y las emergencias de más tamaño “exigen que aumentemos nuestra capacidad de prestar servicio en situaciones en las que está en juego la vida”, explicó.
¿Por qué no elaboró Los Ángeles unos planes que estuvieran a la altura de sus problemas?
La respuesta se puede resumir en una palabra: corrupción. Los promotores inmobiliarios y los sindicatos de empleados públicos que dominan los consistorios no quieren planes que pongan límites a su actuación; prefieren utilizar su poder para negociar acuerdos especiales con las autoridades municipales.
En particular, la falta de planes da a los funcionarios electos la potestad de tomar decisiones a medida sobre cada desarrollo urbanístico y cada cambio en sus respectivos distritos. Este es un tipo de proceso que, muchas veces, funciona como un sistema de pagos. Los que tienen poder o dinero consiguen lo que quieren. Y los miembros del consejo reciben donaciones políticas o, peor aún, favores ilegales. Ese es el motivo de que los fiscales federales se hayan pasado la última década imputando a miembros del consistorio y funcionarios municipales.
La alcaldesa Bass tuvo ocasión de cambiar este sistema cuando asumió el cargo en 2022. Podría haber renovado el Ayuntamiento. Podría haber limpiado la burocracia municipal, anclada en los años ochenta, y haber construido una tecnocracia propia del siglo XXI. Y el año pasado tuvo la oportunidad de pedir a los votantes que reescribieran los estatutos municipales, la constitución de Los Ángeles. En lugar de eso, se limitó a hacer unos cambios mínimos, se negó a hacer otros más trascendentales y prefirió hacer hincapié en la colaboración dentro del sistema existente.
Estos incendios ofrecen una segunda oportunidad para reformar el Gobierno de la ciudad de Los Ángeles. Hasta ahora, Bass está dando bandazos. Y, para dirigir los trabajos de recuperación, ha puesto a alguien que forma parte del sistema roto, el promotor Steve Soboroff, cuando lo que hace falta es un plan completamente nuevo y una nueva estructura para gobernar Los Ángeles.
Tal vez, cuando se haya disipado el humo, Bass volverá al anuncio que hizo el pasado mes de octubre sobre un plan de inversión de capital y se atreverá a algo más. Pero todavía no ha demostrado que tenga una visión de ese tipo.
Es posible que Los Ángeles sea una ciudad de primera categoría, pero su Ayuntamiento, desde luego, no lo es. Y no hay ningún plan para crearlo. Es más, ahora, el compromiso de la ciudad de acoger los Juegos Olímpicos de 2028 parece una distracción que va a hacer más difícil concebir un nuevo futuro para una ciudad más resiliente.
Si la ciudad no puede repararse por sí sola, quizá podrían intervenir los organismos estatales para asumir ciertas responsabilidades de emergencia, como han hecho recientemente ante los fallos de los cuerpos de seguridad en Oakland y Bakersfield. Asimismo, el Estado podría convocar a los residentes de Los Ángeles —yo sugeriría utilizar asambleas de ciudadanos— para elaborar los planes que sus funcionarios ignoran desde hace tanto tiempo.
Esa toma de control por parte del Estado estaría completamente justificada. Los Ángeles lleva mucho tiempo rezagada respecto al resto del estado en materia de empleo y educación y es un lastre para California y su economía desde la recesión de principios de los años noventa. Los índices de pobreza y el número de personas sin hogar se han disparado en la ciudad mientras se estabilizaban o disminuían en otros lugares.
California nunca cambiará hasta que apague el incendio que es Los Ángeles.
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