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TRIBUNA
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Charnegos nacionalistas catalanes para el siglo XXI

El discurso de Eduard Sola es producto de haber incorporado a la doctrina pujolista de la integración el retorcido concepto de identidad de nuestro tiempo

Eduard Sola durant la gala dels premis Gaudí
Eduard Sola, el día 18 durante su discurso en la gala de los Premios Gaudí de cine, en Barcelona.Lorena Sopêna (Europa Press)

Un poco como le pasa al Casanova que Dylan inmortalizó en Desolation Row, que acaba muriendo tras haber sido envenenado con palabras, una parte relevante del nacionalismo catalán pierde el oremus cuando bebe el cianuro de una palabra muy concreta. La palabra en cuestión es “charnego”. Es lo que ocurrió con el discurso pronunciado por el guionista Eduard Sola en la ceremonia de los premios Gaudí hace unos días. Si no fuera por el veneno que la palabra les inocula, se darían cuenta de que el discurso de Sola solo fue la actualización, para el siglo XXI, de la idea de integración según el credo nacionalista de Jordi Pujol.

¿Qué dijo Sola? En un alegato contra la xenofobia, sugirió que si él, un orgulloso guionista charnego que venía de lo más bajo, ha podido escribir grandes historias catalanas, también lo podrían hacer otros inmigrantes que lleguen a Cataluña. Quiero hacer énfasis en el sustrato, probablemente inconsciente, de su discurso. Es significativo que no dijera que él escribía grandes historias universales, sino grandes historias catalanas. En este sentido, las suyas no serían historias universales hechas en catalán o hechas por un catalán; serían, según sus propias palabras, grandes historias catalanas.

¿De dónde viene esta necesidad de remarcar que sus historias son catalanas? Del deseo, supongo, de alejar la sospecha de que, como es charnego, no es catalán. Ningún artista catalán de apellidos catalanes sentiría que tiene que demostrar que es un artista catalán (y, en este sentido, podría pasar directamente a producir grandes historias universales, si quiere). La idea que legitima el discurso de Sola es que, con tal de ser aceptado como catalán en Cataluña, quienes son como Sola tendrán que demostrar algo que no tienen que demostrar los catalanes de apellidos inequívocamente catalanes. Un charnego que se presentara como tal y que defendiera que escribe historias universales no sería, en el imaginario que inconscientemente pregona Sola, un artista catalán.

Suena francamente peculiar que alguien cuyos padres ya nacieron en Cataluña, que habla y escribe perfectamente catalán y cuyo aspecto es mimético al de los catalanes de apellidos catalanes, sienta la necesidad inconsciente de demostrar que es catalán. Soy de los que piensan que es una pérdida de tiempo intentar demostrar lo que uno ya es. Pero cada uno deja pasar el poco tiempo que nos es dado como puede.

En un interesante pasaje de las excepcionales memorias de Jordi Pujol, el expresidente explica una anécdota de un viaje oficial que hizo a Argentina. En Buenos Aires, visita el Casal de Catalunya, lleno de gente nacida en Cataluña y sus descendientes. Pujol les dice que mantener la catalanidad está muy bien, pero que no se equivoquen: ellos son argentinos, no catalanes. Pujol es un fervoroso creyente en la idea de integración. Se la toma en serio incluso cuando, para decirlo de algún modo, no favorece a Cataluña. El discurso de Sola se imbrica perfectamente en la doctrina de Pujol. Pero con un añadido que la actualiza. La declaración de ser orgullosamente charnego solo es un banal reflejo de cómo se concibe la identidad —cualquier identidad— en el siglo XXI. Por un lado, mi identidad consiste en identificar y difundir muy solemnemente las diferencias menores que me distinguen de aquellos a quienes más me parezco. Se trata del narcisismo de las pequeñas diferencias que caracteriza nuestra época. En el caso de Sola, esto se traduce en resaltar que, a diferencia de los catalanes de ocho apellidos catalanes, sus abuelos no nacieron en Cataluña. Es la sobreexplotación pública de este narcisismo el que provocó que el concepto “charnego”, como si se tratara de un Lázaro casposo, se levantara de su tumba hará ahora 10 años. Y es probablemente este mismo narcisismo de las pequeñas diferencias el que, en parte, explica el crecimiento, 13 años atrás, del independentismo.

Por otra parte, la identidad en el siglo XXI está construida sobre agravios. Esto no fue siempre ni en todos los lugares así. Pero desde hace un tiempo, toda identidad es, de un modo u otro, la de una víctima. A veces, se trata de agravios reales; otras veces de agravios ficticios o, por lo menos, exagerados. Yo no sé muy bien, en pleno 2025, qué significa ser un charnego nacido en los años ochenta, como Sola (o como yo mismo). Pero sea lo que sea, estoy moderadamente seguro de que no significa, como dijo Sola, “venir de lo más bajo”. Y es que, en nuestras biografías, la de los charnegos treintañeros o cuarentones, no abundan situaciones de miseria sórdida o de vida lumpenproletariat.

El discurso de Sola es producto de haber incorporado a la doctrina nacionalista de Pujol del siglo XX el retorcido concepto de identidad del siglo XXI. En nuestro tiempo, la integración nacional luce como el discurso de Sola. Otra historia, que dejaremos para otro día o para otra vida, es la verdad incómoda de que, en Cataluña o fuera de Cataluña, la idea de integración en el siglo XXI sigue siendo la misma idea reaccionaria y siniestra que ya era en el siglo XX.


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