Reyes
Se me ocurren tres maneras de abrir los paquetes y quitarle el papel de regalo a los acontecimientos
Hoy será lunes de Reyes toda la mañana. Por la tarde cambiará, se pondrá casi martes, como diría un poeta amigo. El final de las fiestas hace que los días se disuelvan poco a poco para devolvernos al trabajo y la resistencia descarnada. Claro que no todo el mundo resuelve de la misma forma su conversación con los trabajos y los días de Reyes. Por resumir, a mí se me ocurren tres maneras de abrir los paquetes y quitarle el papel de regalo a los acontecimientos. En primer lugar, están los que viven como una experiencia corrosiva el descubrimiento de que los Reyes Magos son los padres. Su madurez nace como un desencanto definitivo, una invitación al pesimismo. Todo es un engaño, nada tiene arreglo, no existe el brillo mágico de la felicidad. Hay un segundo tipo de personas. Al descubrir que los Reyes son los padres, descubren también la ilusión de los padres, el brillo de sus ojos cuando preparan los regalos. La alegría es una forma de majestad, un compromiso con la vida. Conozco personas que guardaron durante mucho tiempo que habían descubierto el secreto para cuidar así la alegría de sus padres. Sin llamarse a engaño, cuidar a los que te cuidan es el mejor regalo y la razón última de una fiesta.
Hay un tercer tipo de personas. Al descubrir el engaño sienten la tentación de seguir engañando a los demás en busca de una gran manada fácil de llevar a cualquier pesebre. Son los Reyes Magos de las nuevas tecnologías, la política mentirosa y la pseudoprensa. No les interesa invitar a la madurez del conocimiento o cuidar la alegría de los otros, sino infantilizar las relaciones con la memoria, la responsabilidad y las esperanzas. Más que un programa de apuestas sociales o una información veraz, estos Reyes proponen un espectáculo con camellos, carrozas, líderes y pajes. Lo peor es que sus cabalgatas, fundadas en el fanatismo, necesitan escribir una carta de odio hacia el Oriente y el Occidente.
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