Menos dependencia del gas ruso
El corte del suministro a Centroeuropa a través de Ucrania creará dificultades, pero va en la dirección estratégica correcta
Después de casi tres años de guerra, el gas procedente de Rusia dejó de fluir hacia Europa a través de las tuberías de Ucrania en el primer día de 2025. El Gobierno de Volodímir Zelenski ya había anunciado que no renovaría el contrato con la gasística estatal Gazprom, firmado en 2019, tres años antes de la invasión rusa pero cuando ya se había producido la anexión ilegal de Crimea. Un contrato que, pese a todo, Kiev ha respetado hasta su extinción, el 31 de diciembre. La incómoda situación se ha mantenido en buena medida por la dependencia del gas ruso del centro y del este de Europa, que provocó una profunda crisis del modelo energético europeo cuando estalló el conflicto de la que muchos países aún no se han recuperado. A diferencia del petróleo, no hay sanciones europeas sobre el gas procedente de Rusia, pese a que sigue siendo una importante fuente de ingresos para Moscú que a su vez le permiten sostener la guerra. Es una de las grandes paradojas del conflicto en Ucrania.
Antes de que se cerrara la vía ucrania, Polonia cerró el gasoducto que transportaba gas ruso por Bielorrusia; el Nordstream, que unía Rusia con Alemania, fue inutilizado por un sabotaje aún sin aclarar pero que apunta a fuerzas ucranias. Aunque el gas bombeado a través de Ucrania ya solo representaba un 5% de las importaciones de gas de la UE, varios países europeos como Eslovaquia, Hungría, Austria, Bulgaria y Moldavia —fuera de la UE— se verán afectados por el corte. Ahora, la única conexión terrestre es el gaseoducto de Turquía bajo el mar Negro. Pero las llegadas a la UE de gas natural licuado en buques metaneros han batido en 2024 un nuevo máximo histórico, una notable incongruencia por parte de la Unión, que por otro lado adopta todo tipo de sanciones para restar recursos para la guerra al Gobierno de Putin. Potenciar las alternativas al gas licuado de origen ruso es el siguiente reto.
La decisión de Kiev, aunque esperada, ha provocado duras reacciones de algunos socios, especialmente entre los países sin salida directa al mar, como Hungría y Eslovaquia, irónicamente ambos con líderes con gran afinidad prorrusa. El primer ministro eslovaco, Robert Fico, que estuvo de visita en Moscú hace una semana, ha amenazado con cortar el suministro eléctrico a Ucrania. Esa tensión deja en evidencia la brecha creciente en el seno de la UE en torno a las relaciones con Moscú y el persistente problema que los costes energéticos representan para el modelo de crecimiento europeo.
A pesar de las dificultades, cualquier medida que reduzca la dependencia energética de Europa respecto de Rusia es un paso en la dirección correcta. Refuerza la autonomía, reduce los ingresos de Putin y estimula la urgencia para la transición energética de la UE hacia un sistema más sostenible y renovable. La recién estrenada Comisión hereda la necesidad de corregir las incongruencias de la UE, forjadas durante décadas. Hasta ahora, Rusia ha sido capaz de burlar buena parte de las sanciones: el mensaje más poderoso que pueden enviar Europa y EE UU para fortalecer la situación de Ucrania es endurecer las sanciones relacionadas con el gas y el petróleo, cuyos ingresos suponen en torno a un tercio del presupuesto de Rusia. Y taponar las vías de agua para evitar que Moscú siga esquivando su aplicación. Paradójicamente, en ausencia de pasos en esa dirección es Ucrania quien pasa al ataque cortando el suministro de gas a menos de tres semanas de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con sus promesas de acabar con la guerra.
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